Nada ha sido fácil en su corta vida, sin embargo, ha ido superando todos los obstáculos que se le han puesto por delante. Con trabajo, ganas y, sobre todo, mucho esfuerzo. Es la historia de Pablo, pero también la de otros muchos niños que, como él, nacieron prematuros. En su caso, a las 24 semanas, con 660 gramos. El niño, a veces, en lugar de cuando nació le dice a su madre «cuando me resbalé», reconoce Beatriz Albiac. El viernes celebró su séptimo cumpleaños rodeado de su familia, de su hermano Álvaro, y el resto de allegados. En el recuerdo, siempre Ana.

El parto fue de mellizos, Pablo y Ana (pesó 600 gramos) nacieron en el hospital Miguel Servet a las 24 semanas, «el límite de la viabilidad», cuenta Beatriz Albiac, presidenta de la Asociación Prematuros de Aragón. «Fue un shock intenso porque no estaba preparada», reconoce, y eso que llevaba ya dos semanas ingresada pero «no tienes ni idea de lo que se te viene encima». Ella creía que tras dar a luz, el niño estaría en la incubadora unos días, cogería peso y se irían a casa. Pero no fue así. Ella sí dejó el hospital, pero no Ana, que falleció al segundo día, ni Pablo, que estuvo 80 días en la uci y 24 en neonatos. «Me dieron el alta como un parto normal» pero se fue a casa «sin un bebé y con uno gravísimo».

Durante ese tiempo se «sobrevive, tu cabeza no funciona, temes coger el teléfono por si es el hospital, temes entrar en la uci porque no sabes lo que te vas a encontrar», explica. De hecho, reconoce que el mejor consejo que le dieron fue: «Sobrevive como puedas».

Ella, como muchas otras, dejó a un lado sus cuidados de postparto para convertir la uci en «mi eje vital». Beatriz explica que bloqueó «a Ana porque me sentía mal si me alegraba por Pablo; y lloraba si me acordaba de ella». 

Hoy también le sucede lo mismo. Pablo conoce su historia pero no es consciente y, además, tiene secuelas tras nacer prematuro, discapacidad y continúa con bajo peso (pesa 15 kilos a sus 7 años). Es «un niño que se cae mucho», dice su madre, que explica gráficamente: «Cuando hay mucho viento hay que llevarlo de la mano». No consigue llevar el ritmo de sus compañeros, pero es «supervital y supercariñoso», un «terremoto que tiende a caerse por todo», señala.

"La casita de Pablo"

Tiene una relación especial con su hermano Álvaro, que tenía tres años cuando nacieron los mellizos; de hecho, cuando iba al hospital Miguel Servet a visitar a su hermano o pasaba por la puerta decía que era «la casita de Pablo». Pero es también un niño y tienen sus rencillas de hermanos.

En este tiempo, Pablo ha conseguido muchas cosas: Camina, va en bici, juega pero «necesita ayuda» en el cole, donde tres horas a la semana cuenta con una terapeuta, pero necesita más, reivindica Albiac. Cada día es una lucha, «una guerra» reivindicando ayudas, reivindicando que se cumplan las necesidades de su hijo y las de todos los prematuros. «Existe poca conciencia de lo que es la prematuridad», señala Beatriz Albiac. Hace falta conciliación y que «se cumplan los derechos de los niños» porque «la verdadera batalla de las familias es cuando se llega a casa». Entre esos derechos está que la Atención Temprana se inicie pronto y no acabe su gratuidad a los 6 años porque sus terapias cuestan, por lo menos, 300 euros al mes. Esas terapias, de las que depende el «adulto del futuro», y el trabajo diario de profesionales y de la familia y sobre todo del niño, están logrando que Pablo siga cumpliendo sueños y logrando metas.