Cuenta que se pinchaba a escondidas en los cambios de clase, cuando sus compañeros se trasladaban a otra aula. Quería evitar las miradas y también los comentarios. No buscaba, por nada del mundo, ser el señalado ni el diferente. El aragonés José Antonio Saz apenas tenía 7 años cuando debutó en la enfermedad y la diabetes le obligó, desde bien pequeño, a agudizar su ingenio y madurar de golpe. «Siempre me buscaba mis trucos para pincharme. Estaba en un colegio de Calatayud y alguna mañana venía un familiar y me ayudaba, pero en otras ocasiones tenía que hacerlo yo. Aprendes rápido, te espabilas, porque todo llega por sorpresa y es un vuelco importante», cuenta a este diario.

La insulina, que cumple 100 años como tratamiento eficaz y otros tantos salvando vidas, lleva acompañando a este aragonés prácticamente desde que tiene uso de razón. Saz recuerda que usaba una jeringuilla metálica «de cabeza dorada» que siempre tenía que hervir antes. «La cal daba muchos problemas porque las agujas se obstruían y se rompían», explica.

De aquellas jeringas pasó a las plumas de intercambio de cartuchos, a las recargadas y a las bombas de insulina, el último método que está utilizando. «La evolución de la enfermedad, de los diagnósticos, de los tratamientos y de la calidad de vida de la gente ha dado un giro radical», señala.

Menos muertes

También se han evitado muchas muertes a lo largo de estos 100 años porque hasta antes del descubrimiento de la insulina no había tratamiento alguno. «No controlar el nivel de glucosa puede llevar a complicaciones y las patologías cardiovasculares, como los infartos, pueden surgir de manera secundaria», explica este aragonés.

Nadie en su familia antes había padecido diabetes y, aunque la enfermedad marcó su infancia, pronto descubrió que había más niños como él. Fue gracias a sus padres, que encontraron un hospital en Madrid que solo trataba casos de diabetes y allí le llevaron. «Este hospital organizaba campamentos cada verano y empecé a ir. Eso fue lo que me abrió la mente, porque estaba 20 días fuera de casa con 50 chavales que eran enfermos como yo. Allí no me tenía que esconder de nada», recuerda.

La diabetes tipo 1 es crónica y es aquella que se da porque el cuerpo no produce nada de insulina. La de tipo 2, que es la que muchas personas no saben que padecen, está muy relacionada con factores como la obesidad o el sedentarismo y el cuerpo genera insulina insuficiente. «Ha habido un incremento de los diabéticos de tipo 2 por factores como el sobrepeso o la vida sin actividad física alguna, pero también porque con el paso de los años han mejorado los sistemas de detección y las campañas de prevención», precisa.

La clave: una vida saludable

La bomba de insulina que Saz usa tiene el tamaño de un teléfono móvil. Trabaja con unos medidores continuos, que administran insulina 24 horas (ya no se tiene que pinchar cada ciertas horas). «Es un tratamiento personalizado que se establece según mis indicadores. Esto era algo impensable hace décadas», dice.

Su experiencia como paciente también le llevó a involucrarse con asociaciones y otros afectados. Desde hace unos años, Saz es el presidente de la Federación de Asociaciones de Diabéticos de Aragón. «He conocido mucha gente en este tiempo, pero me ha llamado la atención la cantidad de casos entre la gente joven», añade. 

Entre los síntomas de la diabetes tipo 1 figura tener mucha hambre, una gran pérdida de peso, un fuerte olor del aliento o de la orina. En el caso de la tipo 2, las personas con antecedentes tienen «más riesgo» de padecerla, ya que «cuatro de cada seis» tienen riesgo de heredarla. «En estos casos la edad es fundamental en el riesgo, pero también el sobrepeso o la obesidad», insiste. La recomendación de Saz es hacerse «al menos» unos análisis de sangre al año. «También caminar una hora diaria ayuda en la prevención. La vida saludable en general beneficia a no sufrir diabetes», reitera.