«Casi no me lo creía» y aún ahora tampoco que ha pasado el tiempo, concretamente 365 días. Pero Emilia Nájera no se pone medallas ya que «alguien tenía que ser la primera», asegura. La vida les cambio a los mayores por culpa de la pandemia y la vacuna también lo ha hecho, porque les ha permitido recuperar alguna actividad. «Estuvimos un año casi encerrados en la habitación» y vivieron «momentos muy tristes».

Emilia Nájera fue la primera vacunada en Aragón el 27 de diciembre del 2020, a sus 80 años, en la Residencia Romareda de la capital aragonesa, donde vive desde hace 12 años. María Sanz, enfermera, que desempeña el puesto de responsable asistencial, fue la encargada de inocularle con Pfizer, cuyos viales habían llegado esa misma mañana al hospital Clínico de Zaragoza desde el centro que la farmacéutica tiene en Guadalajara.

A Emilia, en los momentos de encierro y aún ahora, le ayuda a pasar los días sus aficiones. Le encanta leer, aunque el párkinson últimamente se lo pone más difícil. Lo último que ha leído, La sombra del viento y El último judío, que «me está gustando más que el otro». También escribir pero «cada vez me cuesta más». Antes, hacía manualidades, pulseras y bolsos «para todas» pero ha perdido movilidad en un brazo y «necesito más ayuda que antes», afirma y tiene miedo a salir sola

Reconoce que este año ha sido duro, y aún queda. Ella no ha pasado el coronavirus porque «soy muy rígida con las precauciones y he salido muy poco» y «siempre con mascarilla», a la que ya se ha acostumbrado. Esta ola le ha traído «miedo» y eso hace que salga poco y «así me quedo más tranquila». Le ayudan las conversaciones con su hija, con la que habla «todos los días por lo menos una vez» y sus reuniones semanales en la Asociación Párkinson Aragón, donde en marzo le harán un homenaje (lo han retrasado por esta nueva onda epidémica) por ser una de las fundadoras. Le encanta ir porque «somos como una familia, nos une la misma enfermedad», señala.

También en la residencia, aunque «cada uno tiene su genio y yo hasta que no conozco a alguien bien me retengo». Se considera una persona alegre, que «hablo con todo el mundo» e intenta «ayudar a todos».

Además, participa en las actividades organizadas en el centro de mayores, donde residen 180 personas. Para estos días, tienen preparados talleres de turrones, chocolatada, un bingo musical, actuaciones de variedades y de jotas y para el día de Reyes, un amigo invisible en lugar de la cabalgata habitual prepandemia.

Y es que como reconoce la directora de la residencia, Cristina Serrano, seguimos «preocupados» porque los residentes son «personas vulnerables». La vacuna a sanitarios y mayores les permitió «retomar el verdadero sentido de los centros, que es el de la convivencia y el de ser el hogar de los mayores».

Fueron los primeros en inmunizarse con la pauta completa y la «tercera también muy pronto». Serrano recuerda que aquel 27 de diciembre de hace un año se vivió con «ilusión y con esperanza», y aunque las medidas han seguido vigentes, han retomar los actos para favorecer «la convivencia de los usuarios» y también la labor de voluntariado. Otro de los hitos favorecidos por la vacunación fue el que vivieron el 23 de febrero, con la apertura del comedor. Hubo pancarta, aplausos e incluso lloros porque se les volvía a permitir comer juntos, con distancia, solo con los residentes de su misma planta. Pero era un paso. Y, por su puesto, la vuelta de las visitas de familiares, algo muy demandado, pero siempre «con cautela». De hecho, aunque en las últimas semanas podían subir a la habitación, se ha evitado; y piden el pasaporte covid para entrar.

Muchos de los residentes pasarán la Navidad en la residencia porque «son dependientes», pero les prepararán menús especiales y seguro que alguna sorpresa porque son días «muy emocionantes, sobre todo después de lo que han vivido».