Algunos todavía cruzan los dedos a la espera de que el Tribunal Superior de Justicia de Aragón conceda las cautelarísimas solicitadas por el sector, que les permitirían abrir con normalidad la última noche del año. Son pocos. Los más ya dan por perdida la Nochevieja, con la catarata de suspensión de cotillones que se produjo el lunes después de que el Departamento de Sanidad anunciara que las restricciones para la última noche del año iban a ser idénticas a las del resto de la semana, con el momento de cierre para los restaurantes a la hora de las campanadas y 120 minutos más más para discotecas y similares. Sin cambios, excepto alguna propuesta diferente que preparan algunos como el Grupo Canterbury, con una suerte de fiesta única que se celebraría entre las 9 de la noche y las 2 de la madrugada.

En términos generales, no obstante, el calificativo general es «desastre» entre los empresarios hosteleros. «El estropicio es muy importante porque, además, ahora es cuando más se trabaja en relación a otras épocas del año que son malas. Lo de estas navidades es durísimo de aguantar. Hay bastante indignación por cómo se hacen las cosas y por cómo se anuncian, sobre todo por la falta de empatía que hay hacia los hosteleros», explica Kike Júlvez, socio fundador del Grupo Tándem, que integra los restaurantes La Bocca, Marengo, Nativo y Nómada.

Recogida de cajas. S. E.

«Teníamos todos los restaurantes al 100%, pero al final vamos a trabajar al 50% y no en todos», explica su director, que entiende que cualquier restricción que haya por parte del Ejecutivo «tiene que ir acompañada» de ayudas económicas. «Han pasado casi dos años desde el comienzo de la pandemia y la realidad es que el Gobierno de Aragón no ha soltado ni un duro», señala Júlvez, que lamenta las formas de esta última orden. «Antes de sacarla, lo que te vienen a decir es que las uvas habrá que comérselas en casa. Así que la gente anula. Pero luego van y te dicen que puedes estar hasta las 2 en el restaurante».

«Por un lado daba igual, el daño ya estaba hecho y no puedes echar atrás las inversiones tremendas que hay que hacer en cuanto a género y personal. Ni los productos los vas a gastar ni necesitas tantos camareros, pero ahora la ley te obliga a mantenerlos, así que vamos a estar sobredimensionados», concluye el empresario hostelero.

Las enormes pérdidas de las discotecas

De manera parecida se expresa Miguel Ángel Salinas, del Grupo Canterbury, obligado a suspender los cotillones del Canterbury y el Hide y meditando alguna fiesta alternativa en el Gabana, con un tipo de cena más informal y reducción de aforo. Entre estos tres locales habían vendido aproximadamente mil entradas, lo que le supone una pérdida solo en este concepto de unos 60.000 euros, ya que el precio oscilaba entre los 55 de la más barata y los de 70 la vip.

Aún mayores son las pérdidas para el River Hall de Iván Acedo, que tiene hasta los topes los congeladores pero se ha visto obligado a anular el cotillón de Supernova, mientras que en el restaurante Aura «cayeron las reservas el lunes un 50%». En este caso lo van a mantener «por los clientes», aunque tiene aseguradas las pérdidas «porque ya teníamos contratado un espectáculo».

«Es un auténtico despropósito, se podían haber esperado al día 1 de enero y habernos dado un respiro más. No hay que olvidar que la Navidad es el granero del que nos nutrimos muchos meses del año. Sin embargo, ha ido todo muy mal», incide Acedo, que debe afrontar un daño económico enorme. «Teníamos más de 1.500 entradas vendidas a un precio entre 60 y 70 euros, lo que nos supone más de 100.000 euros».

Por último, en situación similar ha quedado el restaurante Torreluna, que tenía 200 entradas vendidas para la última noche del año, con una velada que incluía por 150 euros la cena, la fiesta de cotillón, barra libre, actuaciones en directo y la recena. La multiplicación de sus pérdidas en forma de desastre, como en tantos otros locales, sale fácil en la Nochevieja desastrosa.