Poco más de cuatro meses han transcurrido desde que Afganistán sucumbiera al dominio talibán. El terror se propagó en dos semanas a manos de una milicia de 60.000 integristas. Ese terror, que los afganos habían guardado en un rinconcito de su memoria los últimos 20 años, dio paso a un éxodo masivo que inundó de imágenes bíblicas los telediarios. Pero la impresión dejó paso a la intrascendencia. Cuatro meses después de la invasión, el último gran conflicto bélico del siglo XXI se diluye como un azucarillo en la memoria colectiva.

«Siento que el mundo nos está poco a poco olvidando. La mayoría de los sabios, los intelectuales y la generación educada ha salido del país y están intentando crear una narrativa para resistir contra los talibanes. Pero la comunidad internacional está callada y parece que no tiene más interés por Afganistán». Abdul Naser Noorzad fue uno de tantos exiliados. Un refugiado que pudo escapar. Dejó en Kabul una biblioteca con 2.000 libros y un reguero de esperanza por el cambio en el país centroasiático. Solo eran libros, entre ellos 'El cantar del Mío Cid', que guardaba con especial cariño de su primer año de carrera.

Con 35 años, Naser Noorzad era profesor de estudios hispánicos en la Universidad de Kabul. En sus años de estudiante se interesó por las Relaciones Internacionales, sobre las que cursó un máster para especializarse en Seguridad Nacional. Había trabajado como intérprete para el Ejército español, un oficio que años atrás había desempeñado su padre. Era, por tanto, «un infiel, un traidor» para los talibanes. Como colaborador de España, fue evacuado junto a su mujer, sus cuatro hijos menores y sus tres hermanos. Al cabo de su odisea, tan burocrática como homérica, para llegar a Europa, fue acogido en Zaragoza.

Abdul Naser Noorzad, en una ceremonia de graduación en la Universidad de Kabul en 2016. Servicio Especial

Atrás, en Kabul, no solo dejaron sus vidas; también la esperanza de consumar los logros del país asiático en los últimos 20 años. «La comunidad internacional nos ha traicionado. Todo lo que ocurrió no era previsible para nadie. Teníamos el apoyo de EEUU y sus aliados, pero salieron del país. Nos dejaron solos y perdimos la prensa, la educación…», lamenta Abdul, que denuncia la escasa resistencia al avance talibán. «Esperábamos que la comunidad internacional nos ayudara a construir una sociedad afgana sana y salva. Pero de repente su salida del país allanó el camino para repetir el escenario de los años 90».

Afganistán se perdió de la noche a la mañana. Del gobierno se apoderó una nueva imagen talibán, que se vendía como moderna y tolerante frente al recuerdo del mundo. Pero no se engañen, dice Abdul, pues la amenaza sobrevive latente: «Hay al menos 25 grupos terroristas que luchan al lado de los talibanes. Hay movimientos islámicos en Taiyikistán, en Pakistán, en China... Los talibanes están de momento callados para que la comunidad internacional les reconozca como gobierno. Están esperando la oportunidad para cumplir sus compromisos con esos grupos terroristas, que quieren extender su actividad hacia los países asiáticos».

Cerca del atentado

El calor de agosto abrasaba los cuerpos de los afganos en el aeropuerto de Kabul. Fue en la Abbey Gate, una de las puertas de acceso, donde180 personas perecieron a manos de la facción afgana del Estado Islámico. Allí, Abdul y su familia habían esperado, salvoconducto en mano, tres días y dos noches. No lograron acceder y regresaron a casa. El día 26, la embajada contactó con ellos, les dispuso un autobús y, por fin, embarcaron en uno de los A-400 que les llevaría primero a Dubái para viajar a Madrid. Poco después de subir al avión, un militar les contó que algo había sucedido. Un atentado en la uno de los accesos al aeropuerto de Kabul. En el mismo lugar donde habían aguardado dos noches y tres días.

Abdul y su familia aterrizaron en Barajas el día 27 de agosto. Un buen amigo, otro refugiado, había llegado a Zaragoza unos días antes. «Vente para aquí», le pidió. Hicieron caso. «Estoy muy agradecido a la gente de Zaragoza, ya es como mi segunda casa. Los niños aprenden muy rápido. Mucha gente tiene interés por conocer el conflicto afgano y todo lo que ha ocurrido allí en los últimos 40 años», asevera.

Desde la orilla del Ebro mantiene su vigilia ante la situación en su país natal. Su generación, dice, quiso cambiar las cosas en Afganistán. «Teníamos ganas, educación y el apoyo del mundo». Pero se deshojó la margarita. Como la suya, miles de historias. En Aragón, 179. Vidas desplazadas. Vidas fuera del hogar.

UNA COLECCIÓN DE ARTÍCULOS SOBRE LA SITUACIÓN DEL PAÍS

Abdul Nasser Noorzad está a punto de terminar un libro, ‘El Afganistán perdido’, en el que trata de analizar desde distintos prismas la situación del país . Se trata de una serie de artículos , entre 30 y 35, que arrojan respuestas sobre temas de geopolítica, seguridad, pobreza, economía, situación de las mujeres y Afganistán en general. «Es lo que puedo hacer por mi pueblo», afirma Abdul, que busca editor en España para publicar el libro.