La falta de vocaciones religiosas y la reducción del número de sacerdotes en activo obligan a la Iglesia aragonesa a recurrir, cada vez más, a personas laicas comprometidas con su fe para realizar en las parroquias de pueblos y ciudades las tareas pastorales a las que no llegan los curas, ya que un gran número de ellos son muy mayores y tienen problemas de salud y movilidad. «Cubrimos un hueco insalvable, pues los sacerdotes no pueden llegar a todo», subraya Juan Ignacio de Pano, animador de comunidad en la diócesis de Barbastro-Monzón.

Las diócesis de la región se sirven en mayor o menor medida de estos seglares designados por los obispos en calidad de animadores de la comunidad cristiana en ausencia de presbítero.

Casi por igual

Los animadores, como los diáconos, no pueden oficiar la eucaristía ni confesar ni administrar determinados sacramentos. Pero sí están capacitados para celebrar la palabra y dar la comunión, a veces a personas enfermas. Asimismo, tienen atribuciones para presidir entierros, bautizos y  bodas y dirigir actos de religiosidad popular. La extremaunción, en cambio, no está entre sus cometidos.

El problema de la falta de sacerdotes es tan acuciante que en la diócesis de Barbastro-Monzón trabajan en las zonas rurales casi tantos animadores comunitarios como sacerdotes, 67 frente a un total de 76, según la publicación Nuestra Iglesia.

Pero en otros territorios eclesiásticos de Aragón la figura del laico que acude allá donde no puede hacerlo el cura está mucho menos potenciada, como ocurre en las diócesis de Jaca, Teruel, Huesca, Tarazona e incluso Zaragoza, donde la dinamización parroquial y la asistencia dominical a la espera de sacerdote solo la ejercen 14 diáconos, entre los ya ordenados y los aspirantes.

A ellos hay que añadir los seminaristas (que asimismo asumen el diaconado transitorio), pero su número es muy bajo, pues solo hay nueve en Zaragoza y uno en Huesca, según cifras de la citada fuente de noticias eclesiásticas que posiblemente no reflejen el estado real de la cuestión, pues el número de diáconos permanentes y temporales a veces no se recoge debidamente.

Pero, aun así, la realidad es que en Aragón hay 755 curas para 1.327 parroquias. Una relación que en Barbastro-Monzón es de 76 para 251, lo que explica que los sacerdotes no den abasto pese a recorrer miles de kilómetros cada año en coche de pueblo en pueblo.

Juan Ignacio de Pano, de Binéfar, celebra la palabra y lleva la comunión a las parroquias de Torres del Obispo y Pueyo de Marguillén. SERVICIO ESPECIAL

Ayudar, no sustituir

Pano, que tiene 68 años y es profesor de instituto jubilado, se hizo animador de comunidad en 2009. «Un día el párroco de Binéfar dijo en la misa que había pueblos en el Pirineo a los que no alcanzaba bien la labor pastoral porque no había suficientes curas», relata.

Entonces él decidió dar un paso al frente. "Me planteé mi fe, hice un programa de preparación y eché a andar», explica el animador de comunidad, que reconoce que su vocación es el matrimonio y que su formación nada tiene que ver con la de un sacerdote. «Lo realmente importante es llevar el Evangelio y la comunión a los vecinos, hacerles sentirse queridos por Cristo y por su Iglesia», afirma. Eso y, además, «atender a las familias, acompañar a los residentes de pequeños pueblos y resolver a nuestra medida sus necesidades», añade.

Pero Pano recalca que el animador no tiene como misión «sustituir a los sacerdotes». «Lo nuestro es ayudarles, cubrir pequeños huecos», precisa. Para ello, insiste, no es necesario poseer grandes conocimientos de Teología, «sino solo tener profundas convicciones cristianas y sentir cariño hacia las gentes de esos pueblos».

Llevar la comunión

«Los animadores vamos a pueblos pequeños y con pocos habitantes, casi todos mayores», relata Petri Donoso, que es administradora de una empresa familiar de tamaño medio en Binéfar. Ella, por ejemplo, tiene encomendados las aldeas de Aguinalíu y Juseu, «entre Benabarre y Graus».

«Para las personas a las que atendemos, recibir la comunión es muy importante», continúa. «Y para nosotros esta labor espiritual resulta muy gratificante», explica. «Lo malo es que somos muy pocos, tendrían que apuntarse más laicos», afirma.