Cerca de cumplir diez años (se inauguró en verano de 2012) y de alcanzar la cifra de 200.000 visitantes, el Museo del Fuego y los Bomberos de Zaragoza es una rara avis en nuestro país que no tiene equivalente. Situado en un antiguo convento del siglo XVI, entonces habitado por los Franciscanos Mínimos de la Victoria, esta exposición está gestionada directamente por el consistorio, sin participación privada, y son los propios bomberos los que lo llevan y lo configuran.

En la exposición hay una muestra de trajes históricos de los bomberos. | JOSÉ MIGUEL CALVO

Al frente del museo está Carlos Gracia, que ingresó en el Cuerpo en los años 80. Hoy es uno de los bomberos de más de 55 años que, una vez pasan a la escala auxiliar, han decidido dedicarse a cuidar las reliquias que guarda esta muestra y que, para el desconocimiento de muchos, no son pocas. Nada más entrar a la exposición, una vez se ha dejado atrás el hall, sorprende una curiosa exposición de juguetes y cochecitos de bomberos, además de dos maquetas que incluyen, como todas las del museo, «un gazapo» para que los niños disfruten buscándolas. «Mira, en esta hay un bombero subiéndose al tobogán que, obviamente, no tendría que estar ahí», ríe Gracia.

En todas las maquetas hay pequeños «gazapos» que hay que encontrar. | JOSÉ MIGUEL CALVO

Y es que este museo es para todo el mundo, pero son los pequeños los que más podrán disfrutar de la muestra, puesto que los bomberos se empeñan en que así sea, si bien, los adultos también pueden hacer memoria recorriendo sus pasillos. En la exposición de juguetes, donados todos por la familia de un particular, Miguel Pascual Laborda, muchos zaragozanos que ya peinan canas reconocerán sus juguetes de crío. No obstante, también hay piezas mucho más especiales solo al alcance de verdaderos coleccionistas.

Pero más allá de las maquetas y las pequeñas recreaciones, la joya de la corona de este museo está en su patio. Es en este espacio donde descansan aparcados, después de muchos años de servicio, más de una decena de vehículos de diferentes cuerpos de bomberos. Hay camiones de Madrid, Bilbao, Huesca, Zaragoza y Teruel. Los más antiguos son de mitad de los años 20 del pasado siglo.

En este patio hay tanto vehículos con escalera como con tanque de agua, además de un charlie, que era el coche que desplazaba a los jefes de los operativos, que estuvo en el rescate del autobús que cayó al Ebro en 1971. «Antes dejábamos a la gente que se subiera a los camiones, pero no fue buena idea –ríe Gracia–. Ahora solo dejamos subir a este Tango 21, que es de los últimos que ha dejado de estar en servicio y tiene menos valor histórico. Eso sí, ya lo hemos tenido que tapizar dos veces», afirma.

Además, exponen numerosas bombas de agua manuales, de las que se usan desde la época de los romanos para extinguir fuegos, y una escalera MerryWheather que era lo que tenían los equipos antiincendios cuando no existían vehículos a motor. El museo lo completan zonas dedicadas al vestuario, a las especialidades y a la historia de los Bomberos de Zaragoza, y también se recuerdan las grandes tragedias en las que han tenido que intervenir como el incendio del Corona de Aragón (1979), el mencionado rescate del bus del Ebro, y el atentado de ETA en la Casa Cuartel (1987).

Pero el Museo del Fuego de Zaragoza va a seguir creciendo. Ya han abierto, aunque solo funciona bajo demanda y todavía quedan salas por terminar, una escuela ciudadana de prevención de riesgos, en la que los visitantes podrán exponerse a situaciones de peligro real (con protección) y simulado (a través de la realidad virtual). También está pendiente una ampliación que se hará aprovechando al antigua sala de estudio de la universidad, mientras que continúan restaurando piezas para su exposición.

Situado junto al primer parque de Bomberos de Zaragoza, en la calle Santiago Ramón y Cajal, el Museo del Fuego todavía tiene muchas novedades que ofrecer y, siempre, con la seguridad de que los bomberos estarán ahí para ayudar. Como hacen siempre.