No es novedad para nadie descubrir que la población aragonesa está altamente envejecida. De todos los habitantes de Aragón, 1.325.371 a 1 uno de enero de 2022, menos de un 15% son personas jóvenes, es decir, tiene entre 15 y 29 años. Más de la mitad viven en la cuidad de Zaragoza, muchos por residir aquí junto con sus familias pero también muchos otros por haberse trasladado desde otros puntos de la comunidad o incluso del país por motivos laborales o académicos.

Es el caso de Marina Padilla (24 años) que lleva un año en Zaragoza. En mitad de la pandemia se mudó desde Sevilla para trabajar con un contrato de formación como investigadora en el CSIC. Ahora mismo comparte vivienda con otras tres compañeras en un piso muy cerca del centro de la ciudad. Para ella, Zaragoza sí es una ciudad para jóvenes. «En cuanto ocio está muy bien hay muchas discotecas, bares, el precio del transporte urbano no es muy caro y todo está relativamente cerca, para mi es una ciudad muy cómoda para vivir», comenta la sevillana. «Zaragoza en cuanto a precios es muy parecida a Sevilla, ahora mismo estoy pagando 250 por la habitación y no me parece caro. Comparto piso porque es más barato y porque prefiero no estar sola. Si tuviera que pagar yo un piso creo que llegaría, pero muy justa», añade. Ahora mismo Marina ni se plantea la independencia total, «no se si dentro de un año voy a seguir aquí, ¿cómo voy a meterme a alquilar o comprar una casa o un coche yo sola?»

En la mayoría de los casos, la vivienda es uno de los puntos que más dificulta la emancipación de los jóvenes. Los precios, aunque no tan abusivos como en otras ciudades, suponen un gran esfuerzo para un público que en muchas ocasiones no cuenta todavía con un gran poder adquisitivo.

Marcos Moradell (22 años) lleva menos de un año independizado con su pareja, hace menos de un mes que han cambiado de piso y de barrio. «Ahora mismo estamos pagando 350 pero porque el piso es de mi primo y nos rebaja el precio. Ahora mismo en el Actur hay muy pocos pisos disponibles y los que hay la mayoría son muy viejos y ni de lejos cuestan esto que estamos pagando», comenta el joven.

Desde hace dos años el zaragozano trabaja en una empresa de la capital como informático y programador. «Soy consciente de que he tenido mucha suerte, en mi trabajo hay mucho empleo y mucha oferta. Estuve seis meses a prueba pero desde el primer momento el contrato que me ofrecieron era fijo», asegura Moradell.

Esta realidad no es común, los hay que por circunstancias diversas todavía no se preocupan por el lugar de residencia. Para Javier Bruñen (23 años) el futuro todavía es incierto.

Estudiante por la mañana y trabajador a media jornada por la tarde, el joven lleva toda su vida viviendo en Torrero. El próximo año espera por fin poder emigrar del nido pero no está seguro de poder hacerlo «de forma completamente independiente». «Para mi tipo de ocio y mi vida actual, Zaragoza cumple con mis necesidades perfectamente», afirma Bruñen. Ahora mismo el joven se está formando como tripulante de cabina, una profesión que a priori no podrá desarrollar en la capital. «Si me voy de Zaragoza es porque no voy a poder trabajar de lo que quiero, no porque sea un problema de la ciudad», apunta.

Un situación similar es la de Blanca Asín (22 años) que vive en el Parque Roma y es estudiante de quinto año de Medicina en la Universidad de Zaragoza. «Para nosotros el mercado laboral está muy dirigido, es muy difícil saber si voy a quedarme o no. No me importaría vivir unos años fuera, pero me gustaría poder volver en un futuro», comenta la estudiante que también disfruta de su ciudad. «Siempre hay cosas, estaría bien que, por ejemplo, en tema autobuses nocturnos se plantearan más frecuencias. Hay cosas a las que no se les da tanta importancia porque solo las consumimos nosotros», señala la joven.

Una pandemia de por medio

El confinamiento y todas las restricciones posteriores supusieron y suponen grandes problemas para los más jóvenes a la hora de llevar a cabo sus planes de futuro o simplemente para desarrollar las actividades que se suponen normales para su edad.

«Estos meses tenía muy claro lo que podía y lo que no podía hacer y me he aferrado a lo poco que se nos ha permitido, así hemos sobrellevado muchos la situación», afirma Javier. «La pandemia nos afectó mucho a todos, sobretodo porque desaparecieron muchos puestos de trabajo pero si no hubiera existido yo creo que ahora mismo tampoco estaría aquí», señala Marina.

Para otros, el confinamiento supuso un paso hacia delante, «estar separado de mi pareja durante el confinamiento y la pandemia fue lo que nos hizo decidir buscar piso juntos», aporta Marcos.

La presión por tener un mayor control y una mayor estabilidad puede terminar por pasar factura. «Mis padres con mi edad ya se habían casado y ya tenían trabajo estable, yo que acabo de terminar una carrera ni de lejos puedo aspirar a lo mismo», apunta Javier. «Claro que me preocupa que pase el tiempo y tener que seguir compartiendo piso, pero es una cosa que tampoco puedo solucionar ahora, lo gestionaré cuando llegue», comenta Marina.

Por el momento, Zaragoza seguirá siendo hogar y residencia de estos jóvenes que, cada uno a su manera y desde su rincón, traen la juventud y la novedad a capital de la vieja comunidad.