Habrá notado el lector que el café en el bar de la esquina donde desayuna por las mañanas, en muchos casos, habrá subido de precio. 5 o 10 céntimos, no más, pero 5 o 10 céntimos. Habrá notado también que los sustos a fin de mes, cuando llegan la factura de la luz, tienen más capacidad de sobresalto que hace ahora un año. La inflación, después de años en niveles apenas perceptibles (e incluso negativos) se ha disparado en estos últimos meses. Y las repercusiones afectan a todos. Sean ciudadanos de a pie o comerciantes.

«A finales de noviembre me subieron el alquiler 30 euros al mes, un 5,5%, como el IPC. Y de luz ahora pago unos 50 euros cada mes cuando hace un año pagaba poco más de 30. Teniendo en cuenta solo esos dos recibos la vida se me ha encarecido 50 euros», explica un joven zaragozano, cuyo testimonio no se desvía mucho de la mayoría de los preguntados. Y es que la luz, cuyo precio se ha estabilizado en niveles todavía muy altos, ha liderado el alza de los precios este último año, lo que también ha afectado a muchos pequeños negocios que dependen de la electricidad.

Es el caso del Asador San Miguel, una pollería que tiene dos establecimientos en Zaragoza. «Ha subido todo. De la factura de la luz estaremos pagando ahora un 20% más, aunque no te sé decir números exactos. Pero vamos, que no ha subido solo la luz, también ha subido el pollo para nosotros. Y siempre da miedo aumentar el precio a los clientes por si se espantan», explica Miguel Ángel Rayego, encargado del establecimiento.

Ocurre lo mismo en las panaderías y obradores de pasteles, donde los hornos y la maquinaria para hacer sus productos consumen mucha electricidad. «Y también ha subido la harina, las almendras... La barra de pan la vendíamos a 90 céntimos y ahora a un euro. No queda otra y la gente es comprensiva, pero también a la hora de gastar los clientes se retraen. Ahora preguntan más por los precios y si antes se llevaban un kilo de algo ahora te piden menos cantidad», cuenta Celia Ibáñez, dependienta de la pastelería Lalmolda, en la calle Méndez Núñez.

Otro sector afectado, aunque prácticamente ninguno se libra, es el de las peluquerías, que al incremento de los precios añaden una lucha en la que llevan tiempo inmersos: conseguir que el Gobierno reduzca el IVA por sus servicios del 21 al 10%. «Nos hacen polvo. Y aquí tenemos que estar todo el día con la luz dada y todo va con electricidad. Y también han subido los productos que yo compro. Si a eso le sumas que la gente viene menos, porque aún tienen miedo, pues imagínate», cuenta Casilda, de la Peluquería Gala. «Sí que me he planteado subir los precios pero la verdad es que da miedo porque sí viene menos gente», añade.

En otros establecimientos, como en los bares, algunos han decidido recortar los días de apertura. «Solo voy a abrir los jueves, los viernes y los sábados. El resto de días, para la gente que viene pierdo más de lo que gano teniendo el local abierto», se sincera un hostelero que prefiere no decir su nombre.

Pero más allá de los autónomos y los pequeños empresarios, los jóvenes tampoco se libran. «Sí que lo he notado, sí. Mira, aquí costaba la jarra de cerveza 2,20 euros y ya hace algunas semanas lo subieron a 2,50. Y la gasolina de la moto igual. Antes me daba igual donde echar, pero ahora sí que voy buscando qué gasolineras son más baratas. Bueno, y lo noto en que mi madre me dice más veces que cuide con dejarme las luces encendidas», comenta risueño un chaval, Jorge Garcés, de 22 años. La vida se encarece y lo único que se abarata, parece, son las broncas. La cuesta de enero se empina.