La pandemia derivada del covid ha traído muchos cambios a la vida de los aragoneses. Para algunos de los pueblos más despoblados de la provincia de Teruel estos cambios se han traducido en oportunidades cuando antiguos vecinos o incluso personas que no tenían ninguna relación con el pueblo han decidido mudarse desde las grandes ciudades y volver a sus raíces.

Uno de estos nuevos pobladores es Pascual Cavero. «Cuando era pequeño en Orihuela del Tremedal, vivíamos 800 personas y al colegio íbamos más de 90 niños. Ahora el censo estará en unos 450 y al colegio no van más de 20», cuenta.

Después de prácticamente 20 años viviendo entre Valencia y Francia, a sus 47 años Pascual ha tomado la decisión de mudarse y volver junto a su mujer a su localidad natal. «Llevábamos mucho tiempo cansados de nuestros trabajos, del trafico y un poco de la vida en la ciudad. Pasar el confinamiento en el piso fue también lo que nos llevó a empezar a plantearnos volver al pueblo», comenta.

Gracias a una plaza como conductor de la quitanieves de la diputación Pascual ha podido volver, reabrir su casa y instalarse en el pueblo. «Llevamos aquí desde el día 15 de noviembre y de momento está yendo muy bien», comenta el orihuelano. Pascual y su mujer no son los únicos que celebran la vuelta a las raíces. «Hemos tenido una muy buena acogida estos meses. La gente se alegra y te lo dicen: ‘Menos mal que hay gente que vuelve’ », añade.

Bueña. Raúl y Laura son los nuevos encargados del bar de la localidad. | SERVICIO ESPECIAL

La vida en el pueblo que antes se limitaba a la niñez y la época estival se ha convertido ahora en una bendición para Pascual. «Llevamos poco tiempo aquí pero yo creo que de momento no hemos echado nada de menos», apunta el Turolense. «Si queremos ir de tiendas, a un centro comercial o al cine tenemos Teruel, Zaragoza o Valencia, que están relativamente cerca», añade.

Pascual asegura que ha sustituido las comodidades de la ciudad por la calidad de vida. «Antes veníamos aquí los fines de semana y ahora es justo lo contrario, utilizamos los findes para volver a la ciudad», concluye.

Pascual no es el único que se ha convertido en un vecino más de un pueblo de Teruel. Raúl Altes y Laura Sanz son los últimos habitantes empadronados en Bueña, una pequeña localidad en la que, en invierno, no viven más de una veintena de vecinos.

«Somos del Puerto de Sagunto, después de la crisis de la pandemia yo me quede sin trabajo y Laura tampoco encontraba. Encontramos la oferta de llevar el bar de Bueña, pasamos la entrevista y fuimos los elegidos», relata Raúl, que ya lleva ocho meses viviendo en la localidad. «Yo de pequeño veraneaba en Luco de Jiloca, al lado de Calamocha, por lo que conocía la zona y no ha sido tanto shock», añade el joven.

«El alquiler es barato y además el ayuntamiento te ofrece el puesto de aguacil porque si no mantener el bar sería completamente inviable con los pocos vecinos que hay», comenta. Hacía ya mucho tiempo que la pareja se planteaba el poder dejar la ciudad y mudarse a una zona más tranquila. «Nos gustan mucho la naturaleza y el senderismo, además tenemos perros y son mucho más felices aquí que en un piso», comenta el joven.

Las nuevas tecnologías son, en buena parte, lo que unen las zonas despobladas con las grandes urbes. «Si necesitamos algo, empresas como Amazon te lo traen hasta la puerta de casa. De todas formas lo que es completamente vital lo tenemos», sentencia el joven.

La pareja sabe que su caso no es el habitual, «Poder salir de casa y tener la montaña a un minuto a nosotros nos da la vida pero si que es verdad que tenemos amigos que aquí, en un pueblo con menos de 50 habitantes, no habrían durando ni cuatro meses sin volverse locos», concluye Raúl.