Ni Zaragoza ni Aragón serían lo mismo sin la planta automovilística que General Motors (GM) instaló en Figueruelas, de cuya puesta en marcha se cumplen 40 años. En la llegada de la multinacional estadounidense, piedra angular del desarrollo industrial y económico de la comunidad en las cuatro últimas décadas, tuvo un papel decisivo Joaquín Abós Torres (Huesca, 1945). Se trata de una de las figuras más notables que ha dado esta tierra en el ámbito financiero, con altos cargos profesionales en varias entidades y países, empezando por sus 15 primeros años en lo que hoy es Ibercaja, donde fue subdirector general (1972-1987). Desde la antigua caja de ahorros lideró las gestiones para la llegada de la factoría de Opel, hoy en manos de Stellantis, un logro que no fue un camino de rosas ni fruto de la casualidad.

El experto en finanzas internacionales acaba de lanzar su libro Liderazgo en acción, que presentó el pasado miércoles en Zaragoza en la que fue su casa, en el espacio Ibercaja Patio de la Infanta. Recoge los artículos que ha publicado en medios de comunicación a lo largo de su vida profesional, así como las entrevistas concedidas y algunas noticias relacionas con él.

Entró en Ibercaja (entones llamada Cazar) el 1 de octubre de 1972 y apenas dos meses después (el 7 de diciembre) escribió una carta al director general de la entidad, José Joaquín Sancho Dronda, en la que explicaba por qué Zaragoza era mejor sitio que Valencia para acoger a Ford y proponía un plan para atraer a la industria del automóvil. «El día 9 me llamó a su despacho y me dijo: Joaquín, adelante. Tienes todo mi apoyo», recuerda Abós. Así es cómo comenzó la dura batalla por lograr captar una gran fábrica de coches, un proceso en el que se sondearon a varios multinacionales.

«La fusión de Ibercaja y Unicaja era mejor solución»

El que fuera 15 años subdirector general de Cazar, la anterior denominación de Ibercaja, observa con distancia y consideración la salida a bolsa anunciada esta semana por el banco. «Les deseo suerte», afirma Joaquín Abós, que recomienda a sus gestores «visión, iniciativa y amplitud de miras» para afrontar este importante proceso. «Una entidad financiera es una cosa viva y frágil», recuerda quien ha ocupado altos puestos en grandes corporaciones como el Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo (1993-1999), el Atlántico (1989-2002) o el Hispano Americano (1987-1989).

Lamenta, no obstante, que cuando se desató el baile de integraciones bancarias «no se fusionara con Unicaja», de Málaga, ciudad en la que vive este exdirectivo financiero desde hace 18 años. «Hubiera sido la mejor solución. Los dos eran cajas de ahorros, no había solapamientos, estaban bien capitalizadas, con la cartera de riesgos controlada y no se habían sobrepasado en el crédito inmobiliario», explica. «La fusión no se hizo por personalismos, es decir, por la falta de visión y liderazgo», afirma.

Ese es el camino que él habría elegido si hubiera sido el director general de Ibercaja, puesto que dice que habría ocupado «si no me hubiera ido al Hispano Americano en 1987». «José Luis Martínez Candial -presidente de la entidad- quería que fuese yo. Le di un disgusto», asegura. El cargo lo acabó ocupando Amado Franco.

El primer intento fue con la propia Ford. «A las dos semanas nos entrevistamos en el Ritz de Madrid con el vicepresidente en Europa, pero eso lo usaron para negociar mejores condiciones con Valencia al decir que Zaragoza le ofrecía más», explica. El siguiente paso fue elaborar un detallado informe sobre las posibilidades del valle del Ebro para la industria final del automóvil. Y en enero de 1973, rememora, «nos fuimos a Japón», añade. Abós y José Manuel de Lasala, otro directivo de la caja, se reunieron con Honda, Mazda, Toyota e Isuzu, la filial japonesa de GM. Esa misión sembró la semilla que luego desencadenó el desembarco en Aragón del consorcio de Detroit. 

Entretanto, hubo otros movimientos relevantes. «Pedimos al Ayuntamiento de Zaragoza que expropiara 200 hectáreas de regadío en Peñaflor por si venía una fábrica», apunta. Así se hizo, pero la decisión generó manifestaciones en contra. En esos terrenos iba a instalarse Seat, que llegó a firmar un acuerdo para su implantación. Sin embargo, rememora, «a los dos o tres meses, quebró la automovilística Authi de Pamplona y el ministro de Industria obligó a la empresa a marcharse allí».

Presentación de libro de Abós. Jaime Galindo.

Tras esa operación fallida, se revertió la expropiación y Abós llegó a la conclusión de que había que tener un terreno «que no creara problemas a nadie». Eligió para ello 400 hectáreas en Figueruelas: «Me costó dos años comprarlas a 160 parcelistas de IRYDA (Instituto Nacional de Reforma y Desarrollo Agrario)». En aquellos años, el entonces subdirector de la caja aragonesa también viajó a la central de GM en la Quinta Avenida para vender las bondades de su tierra. 

Los frutos de todos estos esfuerzos acabaron llegando unos años después. «Un día aparecieron en la sede de la caja el vicepresidente de GM en Europa y el director de JP Morgan en España preguntando por mí. Llevaban el informe nuestro del valle del Ebro bajo el brazo», destaca orgulloso. Era el mismo documento que había entregado unos años atrás a Isuzu en Tokio, que lo envió a su matriz en EEUU.

Inauguración de la planta de GM. Fototeca Aragon Jose Julio / Javier Galan

GM oficializó su instalación en Figueruelas el 12 de junio de 1979 y en agosto de 1982 empezó a producir el Opel Corsa. La clave del éxito «fue coger el toro por los cuernos: ponerse un objetivo, ver qué pasos había que dar y hacerlos», concluye. También atribuye el logro al «liderazgo» de Dronda, para el que reivindica un mayor reconocimiento: «Fue el que hizo el desarrollo regional de Aragón y aceptó mi plan para el automóvil».