El optimismo crece en una balanza que al otro lado desnivelan incógnitas y temores. Pese a no estar contabilizados aún los últimos cierres de establecimientos –alrededor de mil se calcularon a principio del año 2021–, en el relato de la agonía que ha supuesto la pandemia para el sector hostelero los datos de empleo y facturación de final de año mejoran. Aunque se mantienen lejos de las cifras de 2019, el BOA del pasado viernes trajo las mejores noticias casi 700 días después, con el regreso al nivel 1 de alerta sanitaria, que en la práctica para los bares significa una cuasi normalidad.

Quedan las mascarillas, obligatorias incluso en el exterior unos días más, la distancia que todavía contempla la última orden (1,5 metros) y la prohibición de fumar en la terraza. Queda, sobre todo, «muchísimo trabajo psicológico» que tendrán que hacer hosteleros e instituciones para recuperar la confianza y la alegría de toda la vida. Será un camino largo, pero la esperanza es haber dado el primer paso en el regreso al pasado.

Ahí está el futuro, que deja por el camino miles de heridos, decenas de muertos (desempleados y cerrados, se quiere decir), cicatrices que se prolongarán en el tiempo, que han dejado enfrentamientos de envergadura como el que han mantenido el Tribunal Superior de Justicia de Aragón (TSJA) y la DGA, presidente incluido, que abrió la batalla pública cuando mandó a los primeros «a hacer mascarillas» cuando los sanitarios pidieron epis.

Bares de ocio nocturno como el Rock & Blues han recuperado su horario. ANDREEA VORNICU

Epis eran los equipos de protección, que aparecieron en esta escalada de términos que iba inventando palabros como desescalada, hoy tan habitual mientras los bares abrían y cerraban. Dos horas menos, otras dos... hasta provocar avalanchas a las 11 de la mañana para coger mesa a la hora del vermú mientras se resistía al Dúo Dinámico, a todo volumen aquí y allá durante el confinamiento.

En los bares no hubo ni habrá manera de hacer el teletrabajo, parte natural de la vida de un porcentaje altísimo de trabajadores. Sí se colocaron mamparas en muchos locales, aunque la vida en las calles llegó a cerrarse a las 6 de la tarde. Cualquiera pudo entender que ese horario significaba directamente el desastre. De poco sirvieron las manifestaciones multitudinarias en las que los empresarios hosteleros exigían respirar al tiempo que lamentaban la inseguridad jurídica y la falta de criterios uniformes. Las decisiones, mantienen, han parecido a buenos ratos más políticas que sanitarias.

"Pienso en todos esos pequeños bares de barrio que prácticamente basan su actividad y estructura en la barra, todos esos proyectos de vida, humildes pero de indudable importancia, también como vertebradores de la vida cotidiana y social..."

Pura confusión al otro lado de la persiana, dolor detrás de las barras. Un veteranísimo y certero hostelero lo explica desde el corazón. «Es difícil imaginar lo que supone a nivel psicológico. Pienso en todos esos pequeños bares de barrio que prácticamente basan su actividad y estructura en la barra, todos esos proyectos de vida, humildes pero de indudable importancia, también como vertebradores de la vida cotidiana y social... Y ya veremos si no queda por venir una sangría de cierres... Son muchos pero pintan poco en la macroeconomía. ¡Qué pena!»

La estimación en Zaragoza es que un 60% de bares no han podido habilitar terrazas en estos 22 meses largos. Algunos de los que sí, apenas dos mesas, lo que ha supuesto una pérdida tan social como económica. Se tardará en ver esos efectos que, aseguran, serán irreversibles. «Y lo peor es que políticamente se dirá: ‘Lo hicimos lo mejor que pudimos, y con nuestras medidas’ evitamos 4.000 muertes’, y asunto (y responsabilidades políticas) concluido». Poco que añadir por aquí, queda de sobra explicada la aflicción, casi congoja, el desconsuelo lógico camino del calvario.

Quedan más números. Al comienzo de 2021 en Aragón había 31.912 personas empleadas en hostelería, ya fuesen autónomos o trabajadores. A final de año esa cifra había subido hasta 35.045, que no está mal pero queda lejos de los 40.000 empleos que tenía el sector dos años atrás. «La diferencia entre 2019 y 2020 son casi 1.200 millones de facturación. En Aragón pasamos de los 3.197 de finales de 2019 a los apenas 2.000 millones de un año más tarde», dice Luis Femia, de Cafés y Bares.

Las barras vuelven a estar permitidas en Aragón desde el viernes. ANDREEA VORNICU

Los datos son mejores pero malos, las incógnitas no desaparecen: ¿Qué va a pasar con los 3,4 millones que el Ayuntamiento de Zaragoza no aportó al plan de rescate del Gobierno de Aragón? ¿Qué va a pasar con los 75 millones de remanente en las dos líneas de ayudas estatales? Las ayudas que se han cobrado, «tarde y mal», son de 2020. Pero en 2021 todavía sacudió con fuerza el covid. Si en Aragón, además, se hace un plan de rescate para todos los sectores económicos de 141 millones y sobran 75, «igual es que los criterios de reparto no estaban muy ponderados» o tenían exigencias «imposibles de cumplir para tanta gente que luego, era evidente, se iba a quedar fuera», dice Femia.

El escepticismo

El problema no es si se ve la luz, «que ya la hemos visto cuatro o cinco veces» en estos dos últimos años. «La cuestión es que no se vuelva a fundir». ¿Se aprenderá de experiencias pasadas o se aplicarán las mismas medidas que se aplicaban en abril de 2020? Esa es la reflexión. «No hemos dejado de ser positivos, pero hay un escepticismo que de alguna manera se ha implantado en el hostelero, por la idea de que en cualquier momento te pueden volver a cerrar y por el miedo que ha cogido determinada gente a salir o a consumir en interiores".

"Habría que hacer una labor de concienciación por parte de las administraciones, que en muchos casos han sido las que han alimentado esa situación de inseguridad», incide repitiendo palabras bien parecidas a las de 700 días atrás, cuando empezó la travesía por un virus que se ha llevado miles negocios, millones de sonrisas que estaban escondidas detrás de las mascarillas. Esta, dicen, es la nueva normalidad.