Tiene 18 años y lleva dos implantes cocleares. Carlota Bouzas Martínez se considera una persona sorda porque «escucha por los aparatos»; sin embargo, nadie lo diría, porque también habla perfectamente. Y ella tampoco lo anuncia directamente. «No me gusta decirlo porque muchas veces me miran con pena por oír mejor que otros, ya que escucho perfectamente», asegura esta joven nacida en Galicia, que aterrizó en Zaragoza tras el primer implante que le realizaron en Madrid. En estos momentos, está cursando un grado en Escolapios Miraflores de técnico de Farmacia y Parafarmacia y está «muy contenta». Asegura que la mitad de su clase no sabe que es sorda. Hace unos días en un taller «se me olvidó llevar pilas» (las tres pilas de un procesador duran unos dos días), se gastaron y «me quedé sin oír». Tras ir con unas amigas a comprar y ponerse los implantes, reconoce que pensó: «Menos mal que he nacido en el siglo correcto porque si no, no oiría».

Ella solo ve ventajas en los implantes, de hecho, afirma, que hace unos años tuvo que convencer a otra chica porque decía que le molestaban. Carlota le contó su experiencia. «Es una suerte poder oír», igual que «si a un ciego se le pudiera recuperar la vista».

Desde bien pequeña se dieron cuenta de sus problemas de audición. «Mi madre me decía que no oía bien, aunque también pensaban que era falta de atención». Llevaba audífonos y recuerda que se dio un golpe con una mesa en la cabeza y perder la audición, pese a que tiene grabada la palabra que le dijo su madre entonces porque «sabía leer los labios». Fue «cesta».

Sonido «metálico»

Tendría unos siete años cuando le operaron en la clínica Antoni Candela de Madrid. Tras la intervención, vinieron a Zaragoza a casa de los abuelos para «ver cómo lo hacíamos» y se acabaron quedando a vivir en la capital aragonesa, cuenta su madre.

Fue entonces cuando Carlota comenzó a ir un día a la semana a la logopeda del colegio de la Purísima (para niños sordos) y allí entrenaban su oído para «acostumbrarme al implante», ya que todos los implantados dicen que es «un sonido diferente», un sonido «metálico».

Tendría unos 10 años cuando «recuerdo otro golpe tonto» con el apoyabrazos de un sofá y la misma sensación de perder la audición del otro oído. Al día siguiente repitieron el diagnóstico y le había ido tan bien con el primer implante que le realizaron el segundo». Entonces ya no necesitó rehabilitación ni entrenamiento.

Carlota ha ido siempre a un colegio normalizado, a Compañía de María, donde había otros niños con problemas de audición. Asegura que lleva «una vida totalmente normal», sin ni siquiera esas «tonterías de adolescentes» que podría tener a su edad. En la playa se quita los aparatos» porque «mis amigos ya están acostumbrados y vocalizan».

En Zaragoza también han recibido apoyo de la Asociación de Implantados Cocleares y de su presidente, Fernando Jiménez, al que consideran «un hada madrina» que te guía cuando no sabes donde ir.