El escritor y periodista Miguel Mena tenía una cuenta pendiente con su pasado escolar que solo se atrevió a ajustar en fechas recientes, más de cuatro décadas después de unos hechos que nunca desaparecían del todo de su memoria. En 2019 denunció públicamente en un diario de ámbito nacional que, en los años finales del franquismo, había sufrido abusos sexuales del hermano M. B., un religioso del colegio marianista Hermanos Amorós, en Madrid

«Yo tenía entonces 12 años y el abusador, que era un verdadero depredador sexual como me enteré más tarde, me sometió a manoseos y masturbaciones y en una ocasión, que recuerde, a una felación», explica Mena, que desarrolla su actividad laboral en Zaragoza. En el centro de enseñanza, M. B. era el encargado de deportes y del grupo de Boys Scouts y aprovechaba cualquier pequeña lesión para llevar a su víctima al vestuario y realizarle tocamientos.

También estaba en la organización de los campamentos de verano, donde irrumpía en las tiendas de campaña y, «abriéndose camino entre los estudiantes que dormían», llegaba hasta donde se encontraba su víctima para tocarla con ánimo libidinoso.

Antes de divulgar su caso en prensa, en junio de 2018, Miguel Mena contactó telefónicamente con el hermano M. B., que a sus 87 años era un anciano «elegante y respetado», pues había estado al frente de la escuela de fútbol del Atlético de Madrid, donde en 2019 cosechó un gran éxito con el fichaje de Álvaro Morata.

«Hablé por teléfono con él, le dije quién era y le pregunté si recordaba lo que me había hecho», relata. «Él lo reconoció y yo le dije que lo perdonaba», manifiesta el periodista. En la conversación, pese a reconocer los hechos, M. B., que ya ha fallecido, trató de tirar balones fuera alegando que, de joven, decidió ingresar en los marianistas tras morir una chica con la que iba a casarse, una circunstancia que trastocó su existencia y lo llevó a cometer «locuras».

«Según mis cálculos, entre la muerte de su novia y el momento en que empezó a abusar de mí habrían pasado al menos 15 años», recoge Mena en un libro que publicó en 2005 en el que refleja los abusos sexuales sufridos en su época escolar. «Pero yo no quise darle el dato que desmontaba su justificación, pues me di cuenta de que estaba hablando con un anciano que confundía las fechas, intentaba justificarse y además es probable que se estuviera mintiendo a sí mismo», apunta.

Otra mentira que le contó fue que él había sido la única persona de la que había abusado. Una patraña que se vino abajo cuando, tras la información periodística, aparecieron cuatro casos más de antiguos alumnos que denunciaron haber sido agredidos sexualmente por M. B. en el colegio Hermanos Amorós, así como el testimonio de otro estudiante del colegio Santa María del Pilar, en el periodo comprendido entre 1964 y 1994.

«A raíz de aquella noticia, la congregación marianista contactó conmigo, me pidió disculpas por lo sucedido y abrió un expediente de expulsión del abusador», comenta Miguel Mena.

«Mi intención no era denunciarlo, pero me irritó mucho ver que salía en los medios de comunicación como una persona muy respetable, elogiada por su labor deportiva», indica el periodista, que apunta que la pederastia es una enfermedad «que exige repetición», por lo que genera un rastro de víctimas.

Otro caso: «Todavía me da miedo denunciar mi caso»

Pilar es el nombre supuesto de una zaragozana octogenaria que asegura haber sufrido abusos sexuales cuando era un niña, en un pueblo de Castilla en el que pasaba los verano, en los años 50. Pero, pese al mucho tiempo transcurrido, no sabe si dará el paso de poner su caso en conocimiento de la justicia.

«Los abusos que sufrí ocurrieron hace siete décadas pero todavía no me atrevo a denunciarlos», indica Pilar. «Me resulta imposible hablar», explica.

«La persona que abusó de mí fue un sacerdote que me daba clases particulares y que me sentaba en las rodillas», relata. «Recuerdo que me besuqueaba y que sentía asco porque era un cura mayor, un hombre baboso», añade.

Ha pasado mucho tiempo de aquello pero Pilar no se siente libre para ofrecer su testimonio con su nombre real y una fotografía de ella, actual o de la época a la que se refiere.

«Estoy rodeada de gente que se niega a reconocer que miembros de la Iglesia han podido cometer esos delitos contra la libertad y la indemnidad sexuales», asegura. «No solo pertenezco a una familia muy religiosa, sino que además tengo parientes cercanos que ocupan altos cargos en la jerarquía de la Iglesia», continúa. «Aquel sacerdote, descubrí entonces hablando con mis compañeras, aprovechaba la intimidad que le daba el confesionario para hacer tocamientos», manifiesta Pilar. «Otras veces se valía de que estaba solo en la sacristía para cometer sus abusos», indica.

«Antes era imposible abordar el asunto y ahora que se puede, mi experiencia de la vida me hace ver que si las que padecimos esos abusos damos la cara y los denunciamos públicamente vamos a hacer sufrir muchísimos a nuestros familiares», reflexiona.

«Han pasado tantos años de aquello que ahora, rodeada de nietos y biznietos, creo que no es el momento adecuado, que el daño sería mayor y que no serviría de nada», agrega.

Y está segura de que lo que le ocurría a ella les pasaba también al resto de chicas de su edad. «Era un cura mayor, casi anciano», afirma, «y entre nosotras comentamos años después lo que nos había sucedido».