En el supermercado de BonÀrea de la calle Torre Nueva, junto al Mercado Central de Zaragoza, las botellas de aceite de girasol se venden como rosquillas. Pasa una ama de casa y coge una, llega otra compradora y se lleva una más, y así todo el rato, hasta acabar las existencias y dejar las estanterías vacías.

El aceite de girasol, en efecto, ha empezado a escasear debido a la guerra en Ucrania, que lo ha convertido en el producto estrella de las cadenas de alimentación. Ahora mismo, en España, es el síntoma más visible de que algo no va bien e la economía mundial. De un euro y pico la botella, según establecimientos y calidades, se ha pasado a dos euros y pico.

«Los clientes están nerviosos y el girasol se agota enseguida, por eso hemos tenido que racionarlo, a razón de una botella por persona», explica Claudia, responsable del supermercado.

Además, un bulo que circula estos días por internet anuncia una falsa huelga del transporte para el próximo lunes, una mentira que ha acabado aumentando la preocupación por un desabastecimiento de alimentos que en realidad no se ha producido.

Una clienta avanza por el súper de BonÀrea con un carro en el que lleva una sola botella de aceite de girasol ANDREEA VORNICU

«Lo del aceite es una locura, pero no hay escasez de nada más», afirma Claudia, que reconoce que, los continuos incremento de los precios de la luz y de los carburantes han provocado una subida general de los precios.

«Morir al palo»

«Todo está más caro», subraya Carmen, una clienta de BonÀrea. «Tengo que mirar más el precio que antes, pero no por eso he cambiado de hábitos y compro igual que antes», explica. «De momento», añade, pues teme, como muchos consumidores, que la escalada de precios no se detenga pronto.

«No noto falta de nada, pero todo cuesta más: la fruta, la carne, el pan...», enumera Gloria, que recorre los pasillos del supermercado con un carro.

Nora ha venido de Utebo al punto de venta de Alcampo en la avenida César Augusto. «Ha subido todo en general, en todas partes, y no queda más remedio que morir al palo», dice resignada.

«Yo no hago acopio de comida porque los precios hayan subido», comenta María Ángeles. «Cojo lo que necesito y punto».

En su opinión, como en la de Adelina Lozano, otra compradora, la fruta y la verdura se han disparado. «A la hora de pagar se nota que gastas más, pero es que el kilo de pepinos, que hasta hace poco valía 1,15 euros, ahora se ha puesto a 1,50», dice a modo de ejemplo del descontrol de los precios. Y las magdalenas, continúa, cuestan 1,69 euros cuando «hace solo unos días salían por 99 céntimos».

Claudia cobra a una clienta en el súper de BonÀrea en la calle Torre Nueva. ANDREEA VORNICU

Desde su punto de vista, la solución para que la cesta de la compra no se coma la economía familiar «es pasarse a las marcas blancas o a las menos conocidas». En todos los productos, señala, hay distintas marcas y los precios varían de una a otra. «Pero, vamos, yo tampoco miro el céntimo», asegura.

Acumular y acumular

En realidad, cada consumidor enfoca la cuestión de una forma diferente y se las arregla como puede. Sergio, que regenta la cafetería bar Aurora, también junto al Mercado Central, reconoce que lleva dos semanas «acumulando aceite de girasol».

Gran parte de su negocio gira en torno a las tapas fritas y declara que él no puede permitirse llenar las freidoras con aceite de oliva, pues ese solo ingrediente le obligaría a reajustar la lista de precios.

Sergio de la cafetería bar Aurora, junto al Mercado Central, ha tenido que comprar provisiones de aceite de girasol. ANDREEA VORNICU

 «El de girasol me cuesta ahora un euro más que hace unos días y eso nos está obligando a cambiar el enfoque en la cocina», manifiesta.

Con todo, insiste en que su establecimiento no ha tocado los precios, pues los hoteleros tienen que mantener un equilibro con el fin de no perder clientela. 

La bolsa de la compra, cada día más cara. En la imagen, un ama de casa en la avenida César Augusto. ANDREEA VORNICU