Una semana y media es lo que se tarda en meter todo lo que puedas en una maleta, salir de tu ciudad, cruzar Ucrania hasta la frontera y encontrar una furgoneta que, de forma altruista, te lleve hasta Zaragoza.

Iulia tiene 36 años, hasta hace unas pocas semanas trabajaba como gerente en una tienda en Kiev, la capital de Ucrania, lugar en el que vivía con sus tres hijos y su marido. El miedo y la inseguridad que le provocaba la guerra fue lo que les llevó a dar el paso de hacer las maletas y «sin ningún plan» abandonar la ciudad sin saber a donde estaban yendo.

«Bajamos a un refugios que es un parking debajo de la casa, pasamos una semana allí porque teníamos fe en que todo terminara», cuenta Iulia a través de Cristina, la interprete que trabaja en Accem para facilitar el entendimiento con los refugiados que no dejan de llega a la capital.

Después de coger un tren hasta Lviv, tardaron 12 horas en poder cruzar la frontera. «Una vez en Polonia, nos dieron mantas y comida y todo parecía más fácil pero allí había demasiada gente», explica. Poco después conocieron a una familia polaca que les ayudo a llegar a Varsovia. «Tenían hijos como nosotros, nos dejaron dormir en su casa y nos pagaron los billetes a Cracovia», relata.

Una vez allí, se subieron a uno de los múltiples convoys solidarios que han salido desde Aragón durante los últimos días, la mujer asegura que nunca supo muy bien a dónde iban.

En la conversación también está presente Jana, la hija mayor, con solo trece años acaba de huir de la única vida que ha conocido. Asegura que, aunque esta contenta porque «aquí no caen bombas», preferiría estar en Ucrania, con sus amigos y el resto de sus familiares. Lo cuenta con la vista fija en el suelo y parece enfadarse cuando oye hablar del nuevo colegio. «Está asustada por el idioma y por si no hace amigos», la excusa su madre, «a su edad esto es aun más complicado», añade.

Desde que llegaron el pasado miércoles, los cinco integrantes de la familia han estado alojándose en un piso que el Ayuntamiento de Zaragoza ha cedido a Accem. «Es muy grande, muy bonito y tiene mucha luz. Desde la ventana vemos la guardería a la que pronto irán mis hijos pequeños y mi hija mayor tiene su propia habitación», explica Iulia. «No sabemos como dar las gracias, ahora tenemos un lugar caliente donde nos sentimos seguros», añade. Por el momento, desde Accem les hacen llegar comida, ropa y todos los productos que puedan necesitar en su día a día.

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En este momento los sentimientos de la familia están divididos. «Por una parte estamos muy contentos de estar en un lugar seguro pero no dejo de pensar en mis abuelos, en mis suegros y en mi hermano. Solo podemos hablar con ellos una vez a la semana porque no tienen mucha comunicación», cuenta. «Ayer las bombas caían a un kilometro de la casa de mis suegros, ¿cómo no voy a estar preocupada?», añade. Iulia cuenta que le gustaría «poder traer a toda la familia a Zaragoza», pero que sabe que es «un viaje muy largo y muy duro para personas tan mayores».

De su semana en Zaragoza la familia pasó los primeros días intentando recuperar el sueño, después han estado haciendo visitas y explorando la ciudad junto al resto de refugiados que llegaron con ellos a la capital, «Zaragoza es una ciudad muy bella. El domingo salimos a pasear, vivimos cerca del centro y cuando llegamos vimos que la gente estaba muy alegre. Vi a gente bailando y cantando por la calle. Terminé llorando por ver que estaba en un sitio donde poder volver a ser feliz», concluye Iulia.