La sede de Accem, una de las entidades sociales dedicada a coordinar la llegada de refugiados ucranianos a la comunidad, se ha convertido durante las últimas semanas en probablemente uno de los lugares más multiculturales de la capital aragonesa. A las puertas de la oficina, situada en uno de los antiguos edificios de la Expo, se congregan ya antes de la hora de apertura decenas de personas cada día que con sus maletas y con semblante confundido, esperan a que el personal de Accem pueda encontrarles un sitio donde pasar la próxima noche.

A las nacionalidades que ya llegaban se ha unido ahora la ucraniana. Un aluvión de llegadas que ha provocado la ampliación del grupo de trabajo. «Vino todo de repente, empezó la guerra y teníamos de repente cada día entre veinte, treinta y hasta cincuenta personas que necesitaban ayuda de emergencia, alojamiento y comida», explica Mónica Pérez, coordinadora provincial de Accem. «Teníamos tres trabajadores sociales dedicados a la primera acogida y hemos tenido que contratar a cuatro personas más», añade Pérez. Unas contrataciones que todavía no han terminado porque, con la mesa llena de curriculms, Mónica continúa haciendo entrevistas.

Además de las contrataciones, han llegado también los voluntarios dotando a la oficina de un ambiente joven en el que pocos son los que parecen haber pasado la treintena.

El ritmo en la oficina es frenético en todo momento, los trabajadores son conscientes de que hay muchas personas esperando y que de su rapidez puede depender que una familia encuentre o no un nuevo hogar en el que sentirse a salvo. Aún así, a veces, la rapidez no es suficiente y las jornadas se amplían más de lo habitual. «Aquí ya nadie trabaja de nueve a cuatro como antes, ahora estamos todo el tiempo pendientes porque pueden necesitarnos en cualquier momento», explica Pérez. «Los días más ajetreados son los viernes y los lunes. Los viernes porque queremos dejarlo todo cerrado antes del finde y los lunes porque el finde ha pasado algo que hay que solucionarlo», añade Pérez entre risas.

La crisis humanitaria ha provocado la contratación de más personal. | ANDREEA VORNICU

Mientras el equipo no deja de trabajar agrupado por proyectos, la gente no deja de entrar por la puerta. El primer paso está en la mesa de la entrada donde, en muchos casos en inglés o con ayuda de un intérprete, las familias recién llegadas exponen sus problemas y sus necesidades. A partir de ahí y una vez registrada la documentación, el caso se deriva según las necesidades planteadas.

Ante el aluvión de solidaridad que se ha visto en Aragón en las últimas semanas, la responsable de la oenegé asegura que la respuesta ha sido muy buena, pero recuerda que los viajes para ir a buscar personas suponen una gran responsabilidad. «Si las personas que hacen viajes altruistas pudieran adelantarnos el número de personas que van a traer con anterioridad podríamos ir buscando plazas para alojarles. Es simplemente una cuestión de logística», explica Pérez. «Son personas que acaban de salir de una guerra, pueden tener traumas, problemas psicológicos o incluso depresiones. Puedes ser solidario pero siempre teniendo cuidado», concluye.