Desde que se desatara la guerra entre Rusia y Ucrania, muchas han sido las personas que han tenido que abandonar sus hogares para salvar sus vidas, mientras que otros se han visto obligados a permanecer allí, soportando los horrores a diario, porque tienen prohibido abandonar su país. Natasha Ivzhenko es una de las personas que se ha visto obligada a dejar atrás sus raíces y emprender un viaje de 3.600 km en coche con sus dos hijos, Víctor y Victoria, y su suegra, para poder volver a respirar en paz.

Hace tan solo unos días que llegaron a España y desde entonces Natasha y su familia no han parado de moverse por el territorio para contar su experiencia, una historia que, lamentablemente, comparte gran parte de un país.

Los cuatro salieron un martes de madrugada, tras perder su casa y la de su suegra. Natasha relata que sus hijos “siempre escuchaban explosiones, y aunque fueran lejos, les daba miedo”. Es por ello que decidió no esperar, puesto que ella “era la única que podía salvar sus vidas porque mi suegra no sabe conducir y para los hombres ucranianos está prohibido salir del país”. Por esta razón tuvo que dejar a sus padres en Kiev, quienes no querían abandonar su casa, y a su marido, a 50 kilómetros de la región.

Los primeros 700 kilómetros los hicieron dentro de Ucrania, atravesando las barricadas y los pueblos rurales

Los primeros 700 kilómetros los hicieron dentro de Ucrania, atravesando las barricadas y los pueblos rurales porque “no se podía ir directamente por la carretera hacia la frontera con Polonia para no tener que enfrentarse con las tropas rusas”. Por ello, Natasha y su familia dieron vueltas por los pueblos, en un viaje que se alargó puesto que “a partir de las 20.00 horas estaba prohibido conducir, por lo que tenía que pararme hasta el día siguiente”. De madrugada retomaron su viaje, camino a la frontera. No había pasado más de media hora cuando llegaron a su destino, un punto elegido por ser “una zona por la que pasaban pocos coches y con pocos ciudadanos”.

Su historia cambió al cruzar la frontera, donde les recibieron con los brazos abiertos: “Nos dieron sopa caliente, juguetes para los niños, pudimos respirar profundamente con tranquilidad y ya nos dirigimos hacia Cracovia”, relata. Allí pasaron la noche y al día siguiente pusieron rumbo hacia Alemania, pasando por Polonia. Cuando ya solo les separaba de Zaragoza una distancia de unos 500 kilómetros el destino decidió jugarles una mala pasada, rompiendo el generador de su coche. “Estábamos en la autopista sin saber qué hacer ni a dónde ir o a quién llamar. Al final llamé a un mecánico en la autopista, y nos llevaron en la grúa hasta el taller más cercano”, donde tardaron tres horas en poder reemprender su viaje. Fueron esos mismos mecánicos los que le dieron una muestra más de solidaridad, puesto que, al ser conscientes de la matrícula ucraniana, decidieron no cobrarles ni un céntimo por la reparación. Por fin al caer la medianoche consiguieron llegar a Zaragoza, donde unos amigos los esperaban con los brazos abiertos, que fueron quienes les ofrecieron la casa en la que están actualmente.

Natasha Ivzhenko, la semana pasada, junto a la sede de EL PERIÓDICO

Natasha relata que los diálogos con los familiares que permanecen en Ucrania son muy cortos y que se reducen a mensajes de texto cada mañana y cada tarde para decir si están vivos, lo que hace que “no puedas separarte de tu móvil, siempre lo tienes encendido por si te llega una noticia, tanto buena como mala”, se lamenta. Asimismo, Natasha explica que los diálogos más duros son con su padre: “Mi madre suele mentirme sobre la situación, y mi padre a lo mejor me escribe un mensaje que dice ‘Nos están bombardeando’, y se desconecta. Y tú estás sin saber qué hacer, impotente”.

Sus hijos están viviendo la situación como unas vacaciones, aunque cuenta que son conscientes de la magnitud que está teniendo el conflicto. “Durante los últimos meses se hablaba del conflicto de Rusia y Ucrania en todas partes, y de la guerra o de la posible guerra, y eso también lo escuchaban los niños”. De todas formas, nadie se esperaba que esto fuera a suceder: “Yo no tenía nada recogido. En el siglo XXI cuando te hablan de la guerra, de un país proeuropeo, tú no lo crees, piensas que están locos”. No obstante, un día a las 5 de la mañana sonó la primera bomba, “sin avisar a nadie, sin saber qué hacer o hacia dónde correr”. Su casa estaba a 3 kilómetros del aeropuerto militar, que entendió que sería el objetivo principal, por lo que decidieron huir hasta casa de unos amigos, donde se refugiaron once personas y pasaron 20 días de guerra. Fue tras el del bombardeo de la clínica infantil en Mariúpol con las mujeres embarazadas que decidió no esperar más y salvar la vida de sus hijos.

“Tengo una cuenta en Instagram con bastantes seguidores, y cuando les dije que nos íbamos hacia España, ellos me pagaron todos los gastos"

España fue su destino y España ha sido uno de los países que más le ha tendido la mano, hasta antes de emprender su viaje. “Tengo una cuenta en Instagram con bastantes seguidores, y cuando les dije que nos íbamos hacia España, ellos me pagaron todos los gastos. Empecé mi viaje al día siguiente con 300 euros, que me dieron a través de mi cuenta en ruso, que es donde ofrezco clases de español”. Ahí Natasha oferta sus clases y, aunque está en cirílico, la gente al ver que se trataba de una forma de compra empezó a adquirir sus abonos, dinero con el cual pudieron, por ejemplo, pagar la gasolina hasta España.  Cuenta que son los hispanohablantes los que le ofrecen a diario ropa, zapatos o comida, y los que le mandaron infinidad de ofertas de pisos de todas las ciudades de España totalmente gratis. “Es tremendo llegar a un país desconocido y que la gente que no te conoce de nada te ofrezca su ayuda en todo lo que puede”.

Desde que han llegado su objetivo es poder llevar una vida normal. “No quiero estar aquí con las manos cruzadas, sino empezar a trabajar cuanto antes para ayudar a mi familia y poder transferir una parte de dinero al ejército ucraniano”, por lo que ya se encuentra tramitando su permiso de trabajo. También se encuentra inmersa en la escolarización de sus hijos, para que puedan hacer amistades y hacer “cosas de niños”. En la actualidad sus hijos reciben algunas clases por Internet, con los pocos profesores que pueden conectarse a distancia, y ella se encarga de las gestiones y de la compra, al ser la única que habla español.

Todo ello sin olvidarse nunca de la barbarie que vive cada día su país que, aunque desde los medios de comunicación se está haciendo todo lo posible por expresar lo que está pasando en Ucrania, muchas personas ven como si se tratara de “una película de terror”. Asegura que “la situación es muy distinta cuando tu estas ahí, y cuando te rodea este horror, eso lo sientes con profundidad”. Es por ello que anima a todas las personas a colaborar con todas las iniciativas que se están lanzando desde diferentes asociaciones, a fin de hacer el camino que deben recorrer tantos ucranianos un poco más sencillo, hasta que se consiga poner fin al conflicto, que tantas vidas ya ha arrebatado.