Queridos Presidente del Gobierno, de las Cortes, jurado que decidió y Consejo que otorgó este premio: gracias, muchas gracias. Señoras y señores, amigas y amigos.

Vengo con la voz a cuestas, representando a nuestro llorado Labordeta en sus palabras, y a ese centón de personas (muchos hombres y algunas mujeres) que decidimos hace medio siglo crear una publicación que impulsase esta tierra nuestra, dura y callada, aún bajo una férrea dictadura. Muchos de ellos han muerto ya, los recordamos con mucho respeto; la mayoría de las primeras horas andamos recorriendo caminos jubilares, pero sin perder rasmia ni criterio.

Permitidme una breve reflexión, sin sentimentalismos, serenamente hablando, llevando no sólo casi medio millar de revistas en la mochila, sino sobre todo cientos de miles de ilusiones y esfuerzos por hacer de este país una comunidad de la que sentirse orgullosos. 

Ocupaba este territorio un vacío de colores desvaídos en el mapa, era polvo y niebla; y sol, mucho en verano, para socarrarnos. Había que limpiar los caminos de siglos de destrozos, en que se negaba la existencia del viejo reino, apenas tres provincias enfrentadas y alejadas. Y una censura vil que impedía contar sus grandes problemas y luchar por ellos. Ese silencio de hierro no se podía aguantar. Un largo tiempo de espera nos empujaba a actuar, hablar, escribir, proponer. Aunque supusiera graves riesgos, persecuciones, multas, hicimos el camino, aguantando el temporal.

Nos sorprende muy gratamente contemplar que, a pesar de dificultades y esperas, Aragón se ha vuelto un lugar y un paisaje… humano. Y regresamos a la casa. Hoy, en este hermosísimo palacio, jardín de la memoria, sentimos que pertenecemos a una comunidad viva, con identidad plena, con personalidad jurídica, Cortes que legislan, Gobierno que gobierna, Justicia que defiende a los débiles, amparados por un Estatuto que ha ido mejorando. Este viejo país tiene su dignidad, derechos, exigencias, equiparados a los de cualquier otro de esta siempre tensa piel de toro a la que amamos y en la que nos sentimos inclusivamente. 

Somos una comunidad en pie: como esos viejos árboles que, hasta el último día, caminaremos entonando un gran canto a la libertad, a la democracia, a la justicia. Y en una hora de graves pandemias, guerras, desigualdad y pobreza, es importante sentir que tenemos los aragoneses la posibilidad de unirnos, superando en lo fundamental enfrentamientos, reconciliándonos con el pasado, y ante las dificultades que en este momento se viven, hacer por comprender el sentido del paso de mujeres y hombres por la tierra. Dirigimos, en fin, un mensaje a esas generaciones recientes, amenazadas por el paro, la desesperanza, la crisis económica, para que renueven ese entusiasmo por transformar la realidad, porque lo que no avanza, puede morir. Es fundamental la conciencia crítica, que permitió nacer y desarrollarse así esta tierra hermosa. Sí, entre todos, hay que levantar.