El Periódico de Aragón

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LAS CONSECUENCIAS DE LA GUERRA

"Un paciente me dice que no quiere la diálisis, solo ir a Ucrania a luchar"

El centro de salud de San Pablo es uno de los que más refugiados ucranianos atiende en Aragón / Hay personas con tratamientos de cáncer interrumpidos y problemas de diabetes

Cristina Alonso y Jesús Garrido son médica de familia y enfermero, respectivamente, en el centro de salud de San Pablo, en Zaragoza. ANDREEA VORNICU

El teléfono del traductor figura en el corcho de la consulta de Cristina Alonso, médica de familia en el centro de salud San Pablo, en Zaragoza. Nunca antes había marcado tanto esos nueve dígitos como en los dos últimos meses. Sin duda, la voz que suena al otro lado del teléfono es una especie de salvación para ella cuando en frente tiene a un paciente ucraniano, refugiado de guerra, que no habla español y que, con suerte, igual presenta un informe médico pero escrito en su idioma.

«Vienen en un estado de shock brutal porque no es solo la salud, es que traen una tragedia personal detrás que nunca llegaremos a conocer. Una mujer en consulta me decía pum, pum en relación a las bombas», cuenta Alonso.

Hipertensión, diabetes y algún caso de cáncer de mama son las enfermedades crónicas que están viendo en San Pablo entre estos refugiados de Ucrania. «No sabemos nada de su historia clínica, de sus antecedentes y desde aquí no tenemos acceso a nada", dicen.

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La huida de su país, sin duda, «ha agravado» las patologías crónicas de estos pacientes, pero ese empeoramiento no les impide retirar su vista de un punto fijo: Ucrania. «Tengo un chico joven con una insuficiencia renal por diabetes que no quiere la diálisis y me dice que solo desea volver a su país a pelear. Solo piensa en sacar adelante a su familia», explica.

En el caso de este refugiado, al que también atiende el enfermero Jesús Garrido, su diabetes ha ido a peor al estar más de dos meses recorriendo varios puntos de Europa hasta llegar a Zaragoza y, de hecho, ya requiere de tratamiento en diálisis. «Ellos no usan la insulina y no entienden ni el glucómetro porque miden en otras unidades. En Madrid había estado en las Urgencias de un hospital y llegó muy agobiado. Solo portaba con él un listado de 26 medicamentos y algunos preparados caseros que alguien, con buena voluntad, le había traducido», explican.

El conflicto bélico también les convierte en migrantes «que no llegan sanos en general» porque la propia situación de alguna forma «selecciona» a los jóvenes y fuertes.

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Hipertensión, diabetes y algún caso de cáncer de mama son las enfermedades crónicas que están viendo en San Pablo entre estos refugiados de Ucrania. «No sabemos nada de su historia clínica, de sus antecedentes y desde aquí no tenemos acceso a nada. Ellos nos cuentan, a través del traductor, lo que les pasa. Pero, por ejemplo, si es alérgico a un medicamento no hay opción de saberlo salvo que te lo diga él mismo. Esto nos lleva a consultas de unos 50 minutos porque el idioma es una gran barrera», explica Alonso.

Ella lleva más de 30 años en la profesión y nunca antes había atendido a refugiados de guerra. «Me impactó recibir al primero en consulta. Hace tres meses no nos imaginábamos que la guerra podría llegar a este nivel, pero en el momento en el que vi que salían millones del país y que España iba a ser punto de acogida, de alguna manera ya supe que había posibilidades de atender a alguno. Los casos te llegan y te remueven», explica.

Vidas rotas

La guerra está dejando «familias rotas» y eso «se percibe a veces en sus miradas», pero a pesar de esa dramática situación en todos los pacientes que pasan por San Pablo hay un gesto de cercanía. «Vienen sin nada, a empezar de cero y con el pensamiento en regresar a su país con el tiempo, pero cuando entran en consulta son agradecidos y muy educados», señala Alonso.

Garrido y Alonso junto a una imagen del calendario vacunal de Ucrania. ANDREEA VORNICU

Económicamente su situación también es delicada. «Las asociaciones les ayudan y nosotros intentamos recetar fármacos que no sean caros, pero ellos temen no poder pagar la medicación porque allí todo es más caro. Una señora de 68 años me sacó de su bolsillo 20 euros como diciéndome que no tenía nada más», relata la médica.

El conflicto bélico también les convierte en migrantes «que no llegan sanos en general» porque la propia situación de alguna forma «selecciona» a los jóvenes y fuertes. «La realidad es que son mujeres mayores y hombres que no pueden ir al frente por problemas de salud», dice.

Otro problema que están encontrando los sanitarios de San Pablo son las costumbres dietéticas de los ucranianos, alejadas del equilibrio mediterráneo. «Lo de la educación en nutrición es difícil de hacérselo llegar», señala Jesús Garrido. De hecho, él se ha descargado en ruso el conocido Plato de Harvard para trasladarles las comidas saludables y balanceadas que deben tomar también en función de sus patologías. «Muchos vienen de zonas rurales donde comen mucho cereal y te dicen que no van a comer carne, por ejemplo. Los que vienen de un lugar más urbano lo conciben de otra manera», explica Garrido.

"Paso consulta mirando a la calle y veo personas en unas condiciones sociales malas, sin apoyo, que no tienen para comer o donde dormir. Son perfiles duros y a veces me siento impotente de no poder ayudarles también», dice Alonso.

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Los gestos, el teléfono del traductor y el Google Traslate se han convertido, en los dos últimos meses, en las herramientas de trabajo más habituales de estos sanitarios. «Hay que tener en cuenta que el traductor no es un profesional de medicina. Es una dificultad añadida, porque la jerga ya de por sí es más compleja», cuenta el enfermero.

A pesar de todas las dificultades, la conexión de los pacientes con esta médico y este enfermero ya es una realidad. Varios han vuelto a la consulta, responden a las recomendaciones y sanitariamente se les está haciendo un seguimiento. «El otro día le dije a una mujer que ahora tenía que aprender español y me contestó en castellano riendo: ‘sí, sí, ya hablo un poco’», cuenta Garrido. «Aprenden muy rápido, apenas llevan un mes aquí y su adaptación está siendo buena», dice.

«La experiencia de tratar a estos pacientes, que vienen con un drama detrás, es enriquecedora porque te hace aprender y crecer como persona, pero no podemos olvidar la realidad de nuestro día a día", señala Garrido.

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El centro de salud de San Pablo es, probablemente, uno de los que más población inmigrante o en situación de vulnerabilidad atiende en Zaragoza. Esto hace que para Cristina y Jesús los casos de los ucranianos refugiados no sean los peores que han atendido. «Sí son los primeros refugiados de guerra, pero no es lo más fuerte que hemos atendido porque ellos vienen con un respaldo social muy fuerte que otros no han tenido. Sentimos orgullo de la respuesta que ha habido, pero esta no se repite con todos los pacientes que atendemos aquí», cuentan.

Movilización de recursos

En este sentido indican que ha habido una «organización» y una «movilización de recursos» para la acogida, que no ha sido similar con los sirios y afganos. «Yo paso consulta mirando a la calle y veo personas en unas condiciones sociales malas, sin apoyo, que no tienen para comer o donde dormir. Son perfiles duros y a veces me siento impotente de no poder ayudarles también», cuenta Alonso, que insiste en que se siente «orgullosa» de la respuesta social. «Pero no puedo decir que esto sea lo peor que he visto en esta consulta de San Pablo», recalca.

Los gestos, el teléfono del traductor y el Google Traslate se han convertido, en los dos últimos meses, en las herramientas de trabajo más habituales de estos sanitarios.

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Garrido, que lleva un año en este centro de salud, mueve la cabeza en señal de afirmación a las palabras de su compañera. «La experiencia de tratar a estos pacientes, que vienen con un drama detrás, es enriquecedora porque te hace aprender y crecer como persona, pero no podemos olvidar la realidad de nuestro día a día», dice.

El enfermero cree que la mayoría de los refugiados ucranianos «están de paso» en Zaragoza porque con el tiempo regresarán a su país si les es posible. «No es lo mismo un refugiado político que de guerra. Un venezolano, por ejemplo, no se plantea ni por asomo regresar allí. Estamos aprendiendo lecciones en muchos sentidos, pero no se puede perder la perspectiva de que hay mucha gente que también necesita ayuda», remarca.

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