En Moros todo los vecinos han perdido algo en el incendio que rodeó el pueblo hace ahora una semana. Mientras unos han sufrido daños en sus casas, otros se han quedado sin tierras, pues el fuego quemó o secó frutales de diez años que estaban en un buen momento productivo. Pero el pueblo, aunque rodeado de laderas calcinadas, sigue en pie, casi intacto.
«Estuvimos a punto de desaparecer», explica Manuel Delgado, que no consigue olvidar la masa de fuego que se acercó al pueblo desde la parte que limita con el término de Bubierca y que abrazó por el norte y el sur el cerro sobre el que se levanta el casco urbano.
El peligro inminente llevó a desalojar a todos los residentes. «Primero fue por el humo y luego por las llamas», señala Marisol, que regenta la única tienda del pueblo. «Se fue la luz y cuando volvimos nos dimos cuenta de que se habían echado a perder todos los alimentos que conservamos en cámaras frigoríficas», comentó. «La temperatura, dentro de la tienda, debió de llegar a los 50 grados», añade.
Todo el mundo en Moros está haciendo un inventario de las pérdidas sufridas. «Los daños los produjeron las llamas y también el calor que desprendía el fuego, que desintegró persianas y mosquiteras, hizo estallar los cristales y derritió bajantes y canaleras», enumera Juan Ramón, perito de Seguros Santa Lucía que está haciendo una tasación de los desperfectos. «Toda la comida guardada en arcones se pasó al irse la luz», agrega.
Cerillas en lugar de rastrojos
«En esta zona de pinares los campos de cereal que hay entre los árboles fueron el combustible que hizo avanzar las llamas a una velocidad increíble, como si en lugar de rastrojos hubiera cerillas», señalan dos bomberos de la Diputación de Zaragoza que están vigilando para que no se reaviven los rescoldos.
En las afueras de Moros, el fuego quemó algunas torres agrícolas y destruyó las parcelas de almendros y los ribazos plantados de vides. En la vega del río Manubles, centenares de manzanos, perales y melocotoneros ardieron o se secaron por efecto del calor, afirma Miguel Aguaviva, un agricultor de Villalengua que tiene tierras en Moros.
«Todo se ha echado a perder: las mallas antigranizo y las llaves metálicas de las tuberías de riego», resume el fruticultor. «Moros tardará en recuperarse de este golpe muchos años», subraya. Al menos el tiempo que cueste que agarren y den fruto los árboles que se volverán a plantar en la ribera ahora reducida a ceniza.
Y no hay que subestimar el daño psicológico. Los mayores, por ejemplo, sufrieron al ver sus casas amenazadas por el fuego. "Muchos de ellos todavía no han regresado", explican Marta Morales y María Marquina, que pasan temporadas en Moros.