Al que es de fuera, las fiestas de San Lorenzo le dan la ocasión de descubrir dos versiones diferentes de Huesca en cuestión de 48 horas. La juvenil, vital y desmadrada del día del pregón y el lanzamiento del cohete, y la más serena, familiar y tradicional de la festividad del santo patrón.
En la primera jornada el reto está en saber quién se ensuciará antes o más a fondo la camisa y los pantalones blancos de peñista, hasta volverlos de color rosa o similar, mientras que en la segunda la vida se apacigua, o así parece, al paso de la peana de San Lorenzo por las calles del casco antiguo, desde su basílica junto al Coso hasta el ayuntamiento y vuelta al punto de partida por otro recorrido.
Así sucedió ayer, «el día grande de las fiestas», como señaló el alcalde de la ciudad, Luis Felipe, antes de encabezar, con Javier Lambán, presidente de Aragón, y Gérard Trémège, regidor de Tarbes, la procesión de San Lorenzo.
La figura del santo recorrió la ciudad, cuesta abajo desde la casa consistorial, entre las evoluciones de los danzantes de Huesca, por calles abarrotadas de público, a una hora de la mañana, sobre las 10.30, en la que todavía no había irrumpido el calor de agosto.
La música de los palos y las espadas
Todos los espectadores, hombres y mujeres, jóvenes y mayores, niños y niñas, vestían el típico atuendo verdiblanco, un hecho que asombra siempre al forastero que cae por la ciudad coincidiendo con las fiestas locales. Y que se delata a sí mismo, precisamente, por su falta de sintonía cromática con el uniforme que se estila del 9 al 15 de agosto en la capital del Alto Aragón.
Los danzantes ofrecen un espectáculo distinto y variopinto. La música a cuyo son bailan no varía de un punto a otro del trayecto, de un kilómetro de longitud, más o menos. Pero, como para compensar, van ataviados con una vestimenta original y colorista, que rompe el esquema del traje típico del folclore aragonés, y tan pronto usan espadas como palos o cintas en sus dances. Unos elementos que, al entrechocarse, generan peculiares sonidos armónicos.
Lo que ayuda a entender por qué atraen a tantos espectadores cuando van camino de la basílica para la misa solemne, que ayer presidió Julián Ruiz Martorell, obispo de la diócesis, y en la que sonaron los cantos de varias corales entre el olor a albahaca que impregnaba el templo.
Fuera, adosados a la fachada, estaban los gigantes de la comparsa que estos días da vueltas por Huesca junto con los cabezudos y los caballicos, otra atracción de los Sanlorenzos.
El momento de reivindicar
Una fiesta que, más allá de su sentido religioso y de la lluvia de vino durante el pregón en la plaza de la Catedral, puede adoptar también un carácter de balance crítico del Gobierno municipal en época estival, pero a un paso del comienzo del nuevo curso político en septiembre.
De hecho, ayer, el arranque de la procesión fue aprovechado por Los de la Cuesta de Santiago, un grupo peñista, para entregar en mano a las autoridades y lanzar al aire una serie de dípticos en los que exponían grandes proyectos que la ciudad tiene pendientes de realización.
Por ejemplo, el edificio del seminario, un edificio emblemático cuya reforma enfrenta dos formas de entender la ciudad por el alcance de las rehabilitaciones. O el aeropuerto oscense, una gran infraestructura que vegeta en el olvido sin haber llegado realmente a despegar desde que se inauguró en 2007.
Por no hablar del centro de salud del Perpetuo Socorro, pendiente de reactivación, o la reivindicada línea ferroviaria de cercanías entre Huesca y Zaragoza, que ahora es objeto de una reforma integral gracias a una fuerte inversión. Para Los de la Cuesta de Santiago, esos cuatro proyectos no pasan de ser unas «leyendas urbanas», como denuncian en sus octavillas.
Concordia a la hora del almuerzo
Pero ayer nada parecía capaz de perturbar más allá de lo necesario el entusiasmo con el que los de Huesca se entregan a las fiestas de San Lorenzo. Y más en concreto a los masivos almuerzos en los que se juntan familiares, amigos, peñas o vecinos en las terrazas de los restaurantes de la ciudad, de un extremo a otro, desde el centro comercial Coso Real hasta la salida hacia Zaragoza por la avenida Martínez de Velasco.
Es más, hasta la procesión de San Lorenzo discurrió por calles con numerosos comensales disfrutando plácidamente de esas lifaras en las largas mesas que pueblan las aceras. Todo un ejemplo de civismo y concordia ante un buen plato de huevos con chorizo o longaniza regados con buen vino de Aragón.
No en vano, Javier Lambán, el jefe del Ejecutivo aragonés, se refirió a las fiestas de San Lorenzo como una muestra de «éxito colectivo» en la comunidad. Unas jornadas en las que, desde el multitudinario espectáculo del cohete inaugural hasta la traca final, Huesca se divierte como mandan los cánones locales de su propia e intransferible tradición.