El Periódico de Aragón

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EL DEBATE SOBRE LA EDUCACIÓN HIPERPROTECTORA

La geolocalización cobra cada vez más fuerza entre los padres de Aragón

Los progenitores recurren a este tipo de aplicaciones para conocer en todo momento dónde están sus hijos | Estas herramientas cobran una mayor importancia en grandes concentraciones de gente, como el Pilar

Un padre observa en su móvil la geolocalización de su hijo Ferrán Nadeu

Pedro y María son los nombres ficticios que va a utilizar este diario para contar cómo un padre y su hija han convivido con una localización en tiempo real desde hace seis años. María era doceañera cuando Pedro decidió instalar una aplicación en su teléfono móvil para conocer su ubicación en todo momento. El progenitor asegura que, por aquel entonces, ella lo desconocía, pues son los años de rebeldía en la conocida como edad del pavo, esa etapa en la que es muy fácil hacer una bola de papel con todos los consejos, se encestan en la papelera y se sigue como si nada, como si uno hubiera nacido con la lección aprendida. Bla, bla, bla...

Fue años más tarde cuando Pedro decidió hacerle conocedora de ello. María no hizo ningún reproche y, de hecho, reconoce que no quiere prescindir de esta herramienta pues se siente «más segura». Ella ya es mayor de edad y, por iniciativa propia, ha decidido activarse la aplicación AlertCops no solo por si sufriera algún contratiempo en forma de amenaza o agresión -por ejemplo-, sino también por si fuera testigo de algunas de esas amenazas o agresiones. Es más, ya no solo comparte su ubicación con su padre y su grupo de amigas ha decidido instalarse live306 para saber dónde están unas y otras en todo momento.

Y es que para Pedro «nadie está libre de pasar por un hecho delictivo», por eso se lanzó a instalarla cuando era menor de edad. «Ella puede estar en peligro como todo el mundo», añade.

La utilidad en Pilares

Juan Antonio Planas, presidente de la Asociación Aragonesa de Psicopedagogía, comprende y comparte la posición del progenitor. «Que estén localizados lo veo bien», sostiene Planas, para quien este tipo de herramientas cobra todavía más importancia durante los días festivos del Pilar. «Me pongo en la piel de esos padres cuando sus hijos de 14, 15 o 16 años van a llegar a las cuatro o las cinco de la mañana», razona.

Es el caso de Carmen. Ella tiene quince años y estos serán sus primeros Pilares en plena adolescencia. Saldrá alguna tarde con sus padres, pero este año se muere de ganas por conocer esas grandes aglomeraciones -detestadas por otros muchos- de las noches de las Fiestas del Pilar. Tiene entrada para el concierto del miércoles de Juan Magán en Espacio Zity. Irá con sus amigas, como fue ayer al pregón en la plaza del Pilar y como repetirá hoy también en el recinto de Valdespartera

El año pasado ya se dejó ver por la zona de bares del Casco, pero no a los niveles tan multitudinarios previstos para unas fiestas ya sumidas en la normalidad absoluta. Sus padres quizá tienen ya la experiencia de saber gestionar estas primeras salidas en la capital aragonesa -en el pueblo no es lo mismo-, pero ahora les toca revivir lo que aprendieron con su hermano mayor. De todos modos, explican que en estos actos tan multitudinarios no está de más activarse la localización GPS en su móvil, porque «nunca se sabe». No se trata de ser hiperprotectores, sino de encontrar ese término medio en el que padres e hijos se sientan cómodos y seguros.

Como estos padres habrá muchos estos días y el presidente de la Asociación Aragonesa de Psicopedagogía también coincide plenamente con ellos. Es más, Planas asegura que los adolescentes hiperprotegidos son más propensos a debutar a lo grande, por ejemplo, con intoxicaciones etílicas durante las fiestas del Pilar.

Sobre todo, concreta esta voz autorizada, se trata de «verbalizar la confianza», algo que los padres de Carmen tienen muy claro pues no le exigen «ni mucho menos» tener activada siempre su geolocalización.

Un exceso de protección deriva en una falta de seguridad y en personalidades con poca tolerancia al fracaso.

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Para Planas, la hiperprotección es «muy perniciosa» porque impide el desarrollo de los niños cuando el padre o la madre los vigilan «constantemente». Lo cierto es que todos los niños necesitan «seguridad» y «protección», especialmente, en su primera infancia a partir de los dos años. No obstante, un exceso de esta protección deriva en una «falta de seguridad» y en personalidades con poca tolerancia al fracaso. Estas actitudes paternales se suelen heredar. De hecho, una circunstancia que se repite con frecuencia es es el fenómeno del padre ausente, es decir, cuando la crianza casi siempre recae sobre la madre. «Heredan esas carencias afectivas y las pagan con una hiperpotección», concreta.

Lo ideal, explica Planas, es conceder autonomía para que se vayan equivocando y sepan cómo afrontar sus errores o problemas. 

Los pueblos hablan otro idioma

La hiperprotección paternal compra la mayor parte de las papeletas para terminar por desarrollarse en las ciudades y no en el medio rural. Ni que decir tiene que los condicionantes que pueden derivar en esa sobreprotección son infinitamente menores en el pueblo, donde la libertad no es comparable y donde las cuqueras por chotazos en bici casi les va en el ADN. 

Mientras los centros de las grandes ciudades impulsan iniciativas como los caminos escolares para que los niños se acompañen a los centros educativos, en el pueblo «les viene de serie». Así lo explica Juan Antonio Rodríguez, director del CEIP Ramón y Cajal de Alfamén. No obstante, Rodríguez matiza que estos padres hiperprotectores también se dejan ver por los pueblos, aunque allí resulta más sencillo revertir estos comportamientos tan controladores. 

«El ambiente es menos propicio a que haya más control», resume este maestro, quien puntualiza que hay familias que no se terminan de fiar de las primeras excursiones en autobús. Es entonces cuando a los docentes les toca «no forzar la situación», por lo que les abren las puertas para que se den cuenta de lo que hay y se empapen de su confianza.

Esto mismo ocurre durante los primeros días de cole para los más pequeños. Algunos padres acompañan a sus hijos hasta dentro del aula para quedarse más tranquilos. Con el paso de los días ya se dan cuenta de que sus hijos no los necesitan cuando ellos mismos ya cuelgan sus chaquetas y mochilas en las perchas.

En este sentido, Rodríguez incide en que la confianza es mucho mayor en los pueblos por el hecho de que los mayores puedan hacer las veces de tutores de los pequeños. De todos modos, «hace falta insistir» en las familias para que les concedan esa autonomía algo que, a la larga, les beneficiará con una mayor autoestima y el reconocimiento familiar.

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