El Periódico de Aragón

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falta de profesionales en la sanidad pública

La única psicóloga de la Unidad TCA del Provincial: «La saturación es tremenda. Atiendo sola a más de 350 enfermos que sufren trastornos alimentarios»

Amaya Carceller atiende a los pacientes adultos de anorexia, bulimia o trastornos por atracón / Este año ha habido 120 derivaciones al hospital, frente a las 175 del año pasado

Amaya Carceller, en los pasillos del hospital Provincial, donde se tratan los adultos con trastornos alimentarios. | ANDREEA VORNICU

«Eres suficiente tal y como eres; no necesitas medir 1,80 y pesar...». Esta es una de las frases que repite a sus pacientes Amaya Carceller, psicóloga de la Unidad de Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA) del hospital Provincial (Zaragoza), donde se atiende a los mayores de edad (los menores acuden al Clínico). Pero Carceller no solo no es suficiente sino que no da abasto. De hecho, es la única psicóloga para tratar a todos los pacientes de Aragón tanto «para consultas externas como para el hospital de día y las que están en hospitalización completa».

En estos momentos, hay seis ingresados en el primero, cuatro en el segundo y unas 350 en consultas externas, «lo que es una barbaridad». El grado de «desbordamiento» es total, pero no solo en el caso de esta especialista sino también para el psiquiatra de consultas externas, que «también está solo»; aunque en este caso es otro profesional el que lleva el hospital de día y el de hospitalización completa. «Es una auténtica locura, no llegamos», explica, corroborando la percepción que tienen las familias, que critican la larga espera a la hora de atender a los enfermos adultos.

Esta saturación provoca que estén viendo a pacientes «cada dos o tres meses y que la lista de espera sea larga». En su caso, cuando comenzó en la unidad recibía a los enfermos «más o menos cada mes» pero ahora se demora a los 2 o 3. Son necesarios más psicólogos en la unidad y como mínimo uno más «para que podamos repartirnos el trabajo», señala.

Frustración

Esta situación crea frustración en las pacientes pero también en los profesionales porque «la terapia no fluye», ya que lo ideal sería una sesión por semana, aunque eso Carceller sabe que es «una utopía». Esa demora evita que la enferma «se sienta apoyada por mí» ya que el trabajo psicoterapéutico se rompe porque «no hay continuidad y se pierde hasta el vínculo». Cuesta entrar en ese proceso de confianza en la que el enfermo se abre. «Al final siempre soy una desconocida porque me ven tan poco…», asegura la psicóloga.

"Para los pacientes siempre soy una desconocida, se pierde el vínculo ya que me ven cada 2 ó 3 meses"

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Los miembros de la unidad, cuenta Carceller, reclaman la ampliación de la plantilla, que todos ven necesaria, pero señalan que «es necesario más dinero» porque «toda la unidad de salud mental está falta de personal» y aunque los mandatarios son conscientes de esa necesidad, las manos no llegan «y la situación de desbordamiento es tremenda».

Esta situación de saturación se ha visto incrementada en los últimos años y, según la especialista, no tiene visos de parar. Este año ha habido 120 derivaciones frente a los 175 del año pasado, cuando todavía se vivían los coletazos de la pandemia; y se trata a unos 350 pacientes en consultas externas. «Es un trastorno que no deja de subir», dice, aunque este crecimiento es menor que durante el covid. ¿El motivo? «La presión que ejerce la sociedad sobre la estética de las mujeres y las redes sociales, que lejos de cesar, exponen cada vez más el cuerpo de la mujer» por lo que será «complicado» que disminuyan los casos. Si la exposición es mayor, «los trastornos alimentarios serán más», comenta.

Mujeres jóvenes

El perfil de las pacientes es «muy heterogéneo» pero el mayoritario es el de mujeres jóvenes de entre 18 y 30 años, aunque también están las que debutan a partir de esa edad o las crónicas que «llevan toda la vida, tienen una edad avanzada pero siguen ahí». Hombres, pocos.

Cuenta Carceller que se trata de un trastorno «multifactorial» pero sí tiene claro que «hay una base traumática, bien a nivel familiar o social» por un hecho que daña a la persona en el ámbito doméstico o bullying en la escuela. Pero además «hay un perfil de personalidad, ya que hay personas más susceptibles que otras», explica. Y añade: «Más perfeccionistas, muy autoexigentes, obsesivas... es como un caldo de cultivo que deriva en un trastorno, pero antes ha tenido que haber un trauma, una herida en la identidad de la persona», que le hace que sea más propensa a tener un trastorno alimentario u otra adicción.

Proteger a la población

Esta enfermedad está asociada a otras patologías porque es «tan cruel que te aísla y hay una gran tasa de ansiedad y depresión» puesto que socializar en el mundo en el que vivimos consiste en «salir y comer».

Duda cuando se le pregunta si se puede prevenir, pero precisa que «se pueden hacer cosas»: tener espacios de terapia para hablar «de esa herida familiar que decía antes», en los centros, prevenir el bullying. Al ser un trastorno «multifactorial atacar todas será difícilpero se puede abordar para que la población vulnerable esté más protegida».

La educación es esencial porque las redes sociales les dicen a los jóvenes que su cuerpo no está bien pero «deben saber que las redes no son la realidad, que solo una entre un millón tiene esos cuerpos».

Por eso, la psicóloga aborda lo que denomina la «aceptación corporal, que todos tenemos cosas de nosotros que nos gustan más o menos». En las sesiones trabaja con la «distorsión de la imagen corporal desde el yo rechazado». Y es que cuando una persona que pesa 35 kilos se ve obesa «hay que ver qué imagen le devuelve el espejo, porque no es la de ahora, sino la del pasado, a la que no quiere volver porque entonces estaba sufriendo».

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