EL TRABAJO DE LAS FUERZAS Y CUERPOS DE SEGURIDAD DEL ESTADO

Los Tédax de la Guardia Civil en Aragón: "Tenemos la enseñanza de todos los que han venido y todos los que han caído"

El cuartel de Casablanca en Zaragoza acoge esta unidad de la Benemérita que, a día de hoy, centra la mayor parte de sus esfuerzos en la detonación de explosivos de la guerra civil

Este robot, que también se utiliza en otros países como Estados Unidos, Canadá o Egipto, tiene sensibilidad para manipular una botella de cristal.

Este robot, que también se utiliza en otros países como Estados Unidos, Canadá o Egipto, tiene sensibilidad para manipular una botella de cristal. / JAIME GALINDO

Han dejado de abrir grandes portadas de periódicos por su labor de lucha antiterrorista contra ETA, pero los Tédax de la Guardia Civil siguen ahí. No olvidan aquellos años donde un macetero, una cinta de vídeo o un paquete de tabaco Marlboro se convertían en el mejor escondite para hacer estallar una bomba y seguir ensangrentando su premeditada lista de asesinatos. Lo conseguían mediante variaciones de luz, alivios de presión o detección de metales.

De hecho, el cuartel de Casablanca en Zaragoza acoge una completa reconstrucción de atentados reales a la que se suma también un paquete de toallitas Dodot, un barril de cerveza y una revista, como la que recibió Gorka Landaburu en su domicilio de Zarautz y que estuvo a punto de costarle la vida. 

En este coqueto recoleto se mueve como pez en el agua José Luis Millán, Sargento Primero de la Guardia Civil y jefe del Tédax en Aragón. La sala recoge en una de sus vitrinas un buen puñado de explosivos que han logrado desactivar, entre los que sobresalen dos estantes repletos de granadas. También hay hueco para proyectiles y bombas de aviación. Los coleccionan como si se tratasen de sus trofeos más preciados, ya con algo de polvo después de tantos años.

"Si en la Guerra del Golfo, que hablamos de una guerra moderna, se fallaron un 20% de los explosivos, imagínate en la guerra civil"

Ahora la mayor parte de sus actuaciones, «unas ciento y pico al año», están orientadas a desactivar explosivos de la guerra civil. Este último año han completado 134 intervenciones y tan solo «dos o tres de Correos» rompen con las clásicas llamadas de bombas incrustadas en un corral de Maella o en la torre de la iglesia de San Agustín del pueblo viejo de Belchite. Para Millán no es nada extraño. «Si en la Guerra del Golfo, que hablamos de una guerra moderna, se fallaron un 20% de los explosivos, imagínate en la guerra civil».

El cuerpo que dirige Millán está bien considerado en el mundo por haber hecho frente a ese terrorismo de ETA, «un terrorismo alargado en el tiempo». Aunque ya no se encuentran furgonetas de la muerte «con cerca de mil kilos de explosivos» en Calatayud, ellos siguen trabajando «igual». «Lo más importante es valorar la amenaza. Se trata de recuperar lo máximo posible para sacar pistas como el ADN. Para destruirlo vale cualquiera que digo yo», reconoce Millán, que incide, sobre todo, en esa labor de investigación: «Cuando la ETA eran frecuentes las campañas contra los hoteles en la costa, las campañas en las vías férreas o la campañas postales contra directores de prisiones. Generalmente, fabricaban los explosivos en serie por lo que saber era importante. Es decir, saber lo que había en uno te daba la opción de poder saber qué había en otro y por dónde entrarle».

El cuartel de la Guardia Civil de Casablanca en Zaragoza reúne reconstrucciones reales de atentados como, por ejemplo, en maceteros.

El cuartel de la Guardia Civil de Casablanca en Zaragoza reúne reconstrucciones reales de atentados como, por ejemplo, en maceteros. / JAIME GALINDO

El modus operandi de este cuerpo

Su forma de trabajar es el resultado de un aprendizaje de muchos años. «Las primeras órdenes son de acordonar y mantener la distancia de seguridad en la zona en función de lo que vean. Sobre todo, que tengan cuidado en los alrededores, no sea cosa que esté trampeado. ETA hacía eso: te ponía ahí un explosivo, te avisaba o lo hacía estallar, pero la trampa te la ponía en este otro lado. Entonces avisabas con mirar papeleras». Unas trampas de las que prescinde el terrorismo yihadista. Estos terroristas buscan la efectividad al inmolarse pues «no aprecian su vida o se piensan que van a ir a un mundo mejor». Los etarras, por su parte, trataban de salvaguardar su integridad física.

El robot pesa 600 kilos, cuenta con ocho cámaras para examinar el explosivo y con una pinza cuya sensibilidad le permite manipular una botella de cristal

En sus intervenciones participan dos agentes de los seis con los que cuenta esta demarcación en Aragón y, mientras el primer operador «piensa», el segundo «curra». Ambos se sirven de la ayuda de «el bicho» un robot de 600 kilos que cuenta con una pinza capaz de mover, «sin problema», un coche. Incluso su sensibilidad le permite manipular una botella de cristal. «Es la mejor del mundo» y cuenta con ocho cámaras que permiten dirigir sus movimientos, examinar el explosivo y, así, poder manipularlo con una radial, un taladro o un cañón ayudados de la pinza. En su flanco derecho consta de una escopeta, por si el terrorista estuviera «atrincherado».

También la utilizan en Estados Unidos, Canadá, Egipto o Francia y a este cuartel llegó «hace cuatro años y pico». Los desplazamientos del robot se pueden manejar con un mando de la Play Station y, para funciones avanzadas, se sirven de una pantalla más compleja. «Lo difícil es ser preciso, puedes llegar a abrir un coche con la llave».

La banda terrorista ETA escondía explosivos en los libros que enviaba a sus víctimas.

La banda terrorista ETA escondía explosivos en los libros que enviaba a sus víctimas. / JAIME GALINDO

El material con el que trabajan

El equipo de los Tédax también cuenta con un carro para trasladar los explosivos que contiene «una olla de acero» capaz de soportar detonaciones de dos kilos de dinamita. A él recurren cuando consideran que es posible trasladar el explosivo a un emplazamiento alejado de donde lo han encontrado y, así, proceder a un detonación más segura. Ellos se protegen con un casco que pesa seis kilos, un traje de 30 kilos y un escudo de 15. También cuentan con la ayuda de los perros, muy útiles en ciertas circunstancias como el abandono de maletas en aeropuertos. «El perro no es 100% efectivo, pero si dice no ya vas más tranquilo. Si dice tienes un 75% de que sea».

Para formar parte de este cuerpo hace falta superar un curso de nueve meses que Millán completó en 1995. «Ahora viene gente más preparada que antes», asegura el Sargento Primero, pues a día de hoy se tienen en cuenta más factores como, por ejemplo, estar en posesión de un graduado en Química, «saber idiomas» y tener cursos de RBQ o GRS. Durante este periodo de formación, la carga de estudio es «muy grande» en materia de artificios, explosivos y material ya que es muy importante «el manejo» y «el funcionamiento» de esto último. La parte práctica se completa, entre otros casos reales, con protocolos de seguridad, montajes de una línea de fuego o casos reales de la desactivación. 

La superación del curso no solo depende de esa teoría y esa práctica, sino que existe una criba «hasta el último día» valorando unas condiciones entre los candidatos de las que sobresale la tranquilidad. «Aquí ninguno se pone nervioso. Bueno, es que un tío nervioso no puede estar aquí».

"El truco está en el primero que se lo come. Es la enseñanza de todos los que han venido y todos lo que han caído."

La premisa de trabajo se repite una y otra vez bajo esa fórmula de máximo respeto ante lo que se puedan encontrar. «Lo más importante es valorar la amenaza. ¿Y si ha sido en un instituto en época de exámenes? Lo que no puedes es desalojar un instituto cada vez que un niño llame con una amenaza de bomba. Se hacía mucho en los colegios en los años 80. Hasta en los puticlubs de Castellón. ¿Quién va a poner una bomba en un puticlub?».

El casco que utilizan los miembros del Tédax pesa seis kilos.

El casco que utilizan los miembros del Tédax pesa seis kilos. / JAIME GALINDO

Atrás han quedado todas esas artimañas que exprimieron al máximo la imaginación de los etarras en forma de libros, botes de desodorante y barajas de cartas. Detrás de la desactivación y detonación de cada uno de ellos se esconde una historia que ha contribuido a entender al terrorismo y a los terroristas. Aunque, en muchos casos, el coste a pagar ha sido demasiado caro, pues se habla de vidas y secuelas para toda la vida. «Se aprende después de que pasa algo. El truco está en el primero que se lo come. Es la enseñanza de todos los que han venido y todos lo que han caído. Todo eso hace un poso que se enseña».

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