A FONDO

Apadrinando árboles

Entre noviembre y diciembre de 2022 se ha producido la tala indiscriminada de todos los árboles y arbustos del corredor verde de la acequia de Las Abdulas,

que se corresponde con el tramo descubierto entre las calles Arzobispo Morcillo

y Doctor Alcay (o Fernando de Antequera) de Zaragoza

Este es el estado actual del corredor verde.

Este es el estado actual del corredor verde. / SERVICIO ESPECIAL

Ibdes Cámara

Se trata de un tramo largo, que discurre por el interior, entre las traseras de la urbanización Salduba y de los números 24, 26 y 28 del paseo Ruiseñores, no quedando visible al exterior desde las calles. Se han estado cortando árboles de gran envergadura, álamos de más de 10 metros de altura, y todo tipo de vegetación, incluidas tres jóvenes palmeritas.

Era un corredor verde en estado virgen. Han arrasado con todo. Ahora, junto al cauce de la acequia, que de momento han vaciado, ha quedado una pista de tierra desolada.

Aún quedan a la vista algunos de los tocones de los árboles, grandes y sanos como testigos mudos de la salud del tronco donde se les pegó el hachazo, del gran tamaño de los diámetros, de la fortaleza y de la altura de los árboles talados.

Cuando éramos pequeños todos hemos estudiado los anillos del crecimiento de un árbol: cuántos años invirtió la naturaleza para que se desarrollasen unos troncos de circunferencias tan grandes; cuánto le costaría a la naturaleza volver a hacerlo; cuánta lluvia tendría que caer...

Entre noviembre y diciembre de 2022 se ha producido la tala indiscriminada de todos los árboles y arbustos del corredor verde de la acequia de Las Abdulas.

Es de suponer que pronto desaparecerán de la vista los últimos tocones que quedan porque rápidamente se extraerán sus raíces haciendo un socavón para eliminar el rastro de las huellas de la barbarie. Porque, aunque se desconocen las causas que lo han motivado, esto a simple vista, es una barbarie.

Por la experiencia que nos da la vida, nos atreveríamos a asegurar que este tipo de actuaciones vienen acompañadas de un expediente inmaculado. Que el arrasamiento de todos los árboles y vegetación de este corredor verde tiene todos los papeles en regla, con todos los sellos y bendiciones. Es de suponer que tendrá el beneplácito del servicio de medioambiente, de la confederación de aguas, y no sería de extrañar que incluso viniese acompañado de las oportunas justificaciones en pro de la de la salud pública y el bienestar social.

No sería de extrañar que se hubiese argumentado alguna justificación basada en los riesgos para la salud de un corredor verde ‘asalvajado’, o de los riesgos de contaminación del agua de una acequia descubierta.

Este es el estado que presentaba el corredor verde antes de la tala de árboles.

Este es el estado que presentaba el corredor verde antes de la tala de árboles. / SERVICIO ESPECIAL

Ni aun en el caso de que la acequia hubiese sido sospechosa de traer el agua contaminada (que no era el caso, porque el agua discurría aparentemente limpia, y el corredor era transitado por animales aparentemente muy sanos: patos, pajaritos, alguna abeja, y de ciento a viento algún gato.

Los grandes árboles de esta rivera no hacían ningún daño. Ni aun en el caso de que sobre este pequeño corredor hubiese caído la maldición de las 7 plagas de Egipto, con mosquitos asesinos, microorganismos coronavinenses, sapos, ratas, y todas las fieras más malignas del averno. Estos grandes álamos, nunca, nunca, nunca, hubiesen empeorado las cosas. Siempre iban a aportar salud al medio, a filtrar la insalubridad. Biológicamente hablando, iban a ser agentes purificadores. Los árboles y la vegetación son la primera barrera de protección de la que dispone la naturaleza, los que actúan como los primeros guardianes descontaminantes. Y los tramos no cerrados de la acequia son «respiradores biológicos» de un curso de agua, que transcurre aprisionada artificialmente bajo el cemento.

La acequia de Las Abdulas

Y aun en el hipotético caso de que se pretendiese clausurar la acequia de Las Abdulas, y cementar su cauce, seguiría siendo un atentado contra la naturaleza talar los árboles y arrasar con toda la vegetación que había en su ribera. Porque un corredor verde, incluso sin acequia, sirve para proporcionar sombra, para refrescar y amortiguar las olas de calor, y sobre todo para cumplir su función de «respirador biológico» del casco urbano. Porque la gran superficie de terreno que se encuentra aprisionada bajo el cemento en un casco urbano necesita fragmentos sin cemento que queden al descubierto, por donde poder asomarse a «respirar».

En tiempos de recesión biológica no están las cosas como para eliminar árboles arraigados, ni aunque se los considerase viejos o con pocas posibilidades de riego. Cuando se encuentran en sitios poco transitados donde no molestan, es mejor esperar a que envejezcan y mueran siguiendo su ciclo natural. Cuando se mira el corredor arrasado, lo siguiente es pensar: ¿y qué es lo que van a hacer a continuación?

Si nos pusiésemos a imaginar atrocidades, lo podríamos ver convertido en un corredor completamente asfaltado, con la acequia sepultada, bajo unos maceteros para parterres de gladiolos (pero esto se descarta, porque a este rincón no podría entrar el público votante a contemplarlos). Podría imaginarse incluso un destino aún más truculento: un párking para coches.

Hemos sido pocos los testigos de cómo se arrasaba este corredor verde (tan solo los vecinos con ventanas que daban al corredor), pero no se ha sentido protestar a nadie. Las máquinas han hecho mucho ruido con su repiqueteo constante pero no se han oído protestas. Como si no estuviese pasando nada, como si hubiese un silencio pactado o una aceptación tácita.

Aunque el 21 de diciembre sucedió algo un poco triste. Un hombre intentó entrar al fondo del corredor gritando. Ocurrió mientras los trabajos estaban en marcha con las máquinas funcionando. Parecía obvio que estaba muy alterado. Entonces, en la entrada al corredor por la calle Fernando de Antequera, apareció una ambulancia con dos sanitarios, y dos agentes de orden público. Se lo llevaron en la ambulancia y todo volvió al silencio.

Tal vez esto explique lo que algunas veces puede haber detrás del silencio. A nadie le gusta parecer un inadaptado, no queremos llamar la atención delante de nuestros vecinos. Tal vez a más de una persona, si actuara de una forma primaria, le hubieran entrado ganas de comenzar a gritar y a patalear cuando se estaban talando los árboles. Pero funcionan los mecanismos de autorrepresión social, porque a nadie le gustaría que se lo llevasen en volandas dos loqueros para ponerle un sedante, ni que le levantasen un parte de incidencia por alteración del orden público, aunque fuese mínimo. Es más cómodo buscar justificaciones para inhibirse, como «…ya tengo bastante con mis problemas como para perder el tiempo protestando por causas perdidas».

En los últimos años se está arrasando con algunos reductos arbolados que quedaban vírgenes en zonas que pasan desapercibidas de la ciudad y se está haciendo en un momento en el que priman las proclamas ecológicas.

Cuando haya pasado más tiempo y se acusen las graves consecuencias ambientales por escasez de arbolado en el casco urbano, habría que recordar que la sociedad que «miraba para otro lado» cuando se producía una tala de árboles en la ciudad, es la misma sociedad que se congratulaba con la emotiva campaña de «apadrinar un árbol» y llevaba a sus hijos de la mano a tan tierna tarea.

Las mayorías silenciosas cuando actuamos como testigos mudos, permitiendo con nuestro silencio que, ante nuestra vista, sigan adelante decisiones erróneas para el medioambiente, somos un poco cómplices por omisión, de estas barbaries.