CRÓNICA POLÍTICA
El Rey Arturo no ha muerto
La última batalla del PAR deja herido a Aliaga, que espera su cura en los tribunales | Peor diagnóstico tiene la bisagra política por excelencia de Aragón, un partido que agoniza
Hace años que el PAR comenzó a derrumbarse. Explican los que peinan canas políticas que le sentó fatal la legislatura que gobernó junto al PP de Luisa Fernanda Rudi. Aunque para entonces ya venía de bajada, ahí empezó un declive constante que le hizo pasar de los 80.000 votos que rondaba en las tres elecciones anteriores (1999, 2003 y 2007) a los 45.000 de 2015. Y a los poco más de 33.000 que hoy aún le permiten ser, otra vez, «el clavico del abanico» tras formar un Gobierno insospechado y pese a sumar solo un 5,1% del total de los votos. Muy pocos.
En su defensa pudieron esgrimir que coincidieron con el auge y esplendor de Ciudadanos, lo que dio un valor a su resultado superior al de los fríos números. Son los mismos que ahora le muestran la flecha hacia abajo, la caída libre. Va directo a hacerse añicos contra el suelo. En cuatro días podría darse por terminado casi medio siglo del PAR, que se quitó el apellido de Regionalista hace ya años para parecer más moderno pero se ha quedado igual de rancio, casi ridículo en esta guerra fratricida exhibida públicamente por los renegados de Aliaga, que lo ha observado todo desde las almenas de su castillo.
El Rey Arturo se sintió intocable, nunca pensó que sus fieles le atacarían a espadazos por la espalda. Se equivocó. No lo vio porque durante años solo ha tenido ojos para el Gobierno de Aragón y esa consejería de Industria que bien maneja. El caso, sin embargo, se urdió hace tiempo con personajes igual de antiguos.
Primero surgieron los críticos, que tiraron nada menos que de Elena Allué, jefaza de la euromillonaria dirección general de Turismo. Un cargo de máxima confianza maquinaba desde el despacho de al lado la manera de tumbar a su valedor. Y Aliaga tampoco lo vio.
Desde allí pergeñó la candidatura de los críticos que a punto estuvo de tumbar a su presidente en el Congreso de los tramposos. El consejero de Industria pasó pronto de las sospechas a las certezas, pero la mantuvo en su puesto hasta que la derrotó en las primarias. Dos días después se la cargó.
La segunda traición
No tardaría mucho Allué en planear el siguiente paso, la plataforma Aragoneses que dio a conocer públicamente el pasado lunes y con la que se presentará a las próximas elecciones aunque no se sabe muy bien en qué formato o coalición. Aliaga tampoco lo vio venir, aunque le preocupaba menos que la traición interna tramada por los díscolos, que empezaron a rebanar la cabeza de su paladín a final de diciembre en una comida el mismo día que en las Cortes se aprobaban los Presupuestos para 2023.
Mes y medio después llegó la sangre. Ha quedado herido el caudillo, que no se prestó a servir su cabeza en bandeja en la noche de autos del viernes. Continúa en pie, asegura. «Me quedaré observando y esperando», se le escapó el viernes. Esperando a que salga la ejecución de la sentencia, quiso decir.
Ahí está el Rey Arturo, mirando, Excalibur en mano. Sabe que es bien posible que el nuevo fallo llegue pronto, aunque quizá a estas alturas se haya encomendado al mago Merlín para que la magia de la Justicia se agilice. Más difícil será que con uno de sus hechizos sea capaz de levantar al muerto que hoy es su partido.
Por si acaso, los caballeros de la Mesa Redonda anunciaron el viernes que activarán de forma inmediata el proceso de primarias. 'Deprisa deprisa', tirando del gran Saura con el fondo de los Chunguitos, caminan ahora los díscolos, amenazados por otra espada, la de Damocles, que vía tribunales puede anular todos sus movimientos de las últimas semanas. Más allá, nada puede valer desde las últimas elecciones en el PAR.
Y si todo volviese atrás. ¿quién sería de nuevo el soberano? Efectivamente, Arturo Aliaga, a quien sus compañeros de Gobierno, los socialistas, le recomiendan que se deje de guerras cainitas, que termine la legislatura como presidente y se retire como un señor.
Pero el Rey Arturo no quiere colgar la armadura aún. Más prosaicamente lo describe él: «Aún no me veo paseando al perro». Es decir, la guerra del PAR no ha terminado. Y ahí dentro bien lo saben. Ni siquiera los que han tomado las riendas se sienten ganadores. Lo extraño es que ni unos ni otros perciban que han perdido todos.
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