¿Qué tiene el expresidente del PAR, vicepresidente del Gobierno de Aragón y consejero de Industria, Arturo Aliaga, que a nadie deja indiferente y que hace que sean ya varios los que hayan intentado –y finalmente conseguido– que salga de la dirección del partido? La respuesta es compleja y tendrá, seguro, más aristas de las que se presentan en este artículo.
Un histórico de la política autonómica, que gobernó como independiente con el PP y con el PSOE, que después se afilió al PAR y ha sido elegido de forma consecutiva por la militancia en dos congresos del partido, aguarda en silencio desde la moción de censura que le expulsó de la dirección.
Quienes le conocen aseguran que la última palabra no está dicha. Pero nadie se atreve a confirmar si los 98 días que quedan hasta las elecciones serán los últimos de la carrera política de Aliaga, castigado en esta legislatura además de por el fuego amigo protagonizado por su predecesor José Ángel Biel, por varias enfermedades de las que está casi recuperado.
Los que le conocen no pueden quitarse de la cabeza que es "injusto" el trato que está recibiendo en esta etapa que se entiende como final, especialmente por sus más cercanos colaboradores, después de décadas de servicio público de un funcionario de carrera que dice que vive "por y para Aragón" y que ha jurado que no dejará su cargo por mucho que le empujen a hacerlo y por más que su familia –con un hijo médico– le recomiende alejarse del mundo perverso de la política.
También quienes le conocen desde hace años reconocen que aceptar el control orgánico del partido fue el principio del fin. Un "tecnócrata" como Aliaga no está hecho, comentan, para la "fontanería" de la política más tosca y aprovechada. Y sin embargo, asumió el reto sin calcular que debía dedicarle al partido casi el mismo tiempo que a las funciones de Gobierno. O de no ser así, que debía dejar paso a otros para que lo hicieran.
Él mismo ha reconocido en alguna ocasión que es consciente de que "algo" ha hecho mal, aunque no acierta a señalar el qué. Su capacidad para nombrar cargos de confianza que después le han dado la espalda no está entre sus virtudes políticas.
Otros de sus colaboradores próximos reconocen sin revelarse sus prácticas "verticales", un "liderazgo tradicional" que no interpretan, como sí hacen algunos, como una coerción a la democracia interna del partido. Al final, la mayoría de la Ejecutiva se llevó por delante a un político que se define como "demócrata" y "defensor de la ley" hasta el tuétano y que ha optado por no ir más a un órgano del que sigue siendo parte.
El lío de las renovables
Más allá de lo que se ve en la superficie, de los comentarios de unos y otros aludiendo a los "intereses ocultos" para "cargarse" a Aliaga, la historia tiene raíces profundas, intereses casi obscenos y difícilmente demostrables con protagonistas de la élite política y económica aragonesa que se han ido escapando de cualquier chanchullo que les ha pillado cerca. La novedad sería que esta vez no fuera así.
Pero cada vez suena con más fuerza y es un secreto a voces que los intereses detrás de que Aliaga salga de su puesto, no solo en el partido sino también en el Gobierno de Aragón, tienen que ver con que por su mesa y por su firma pasan todos los proyectos de energías renovables de la comunidad autónoma.
El oro verde del viento y el sol en forma de megavatios ha estado a punto de llevarse por delante al consejero Aliaga, que ha frenado, pese a las presiones políticas y económicas, proyectos que "no cumplían la legislación vigente" y que han hecho "perder dinero" a grandes empresarios de la comunidad. Negándose, por ejemplo, a dar por buenos proyectos de renovables fraccionados que no pasarían el filtro del Ministerio de Transición Ecológica y que Aliaga tampoco permitió.
El negocio de las autorizaciones de los megavatios, que algunos cifran entre 50.000 y 100.000 euros por megavatio en épocas pasadas, aseguran, se frenó en seco con la llegada de Aliaga. Y ahí empezó el principio de su fin.