ZARAGOCEANDO
Farmacias centenarias sin museo
La botica del hospital Provincial no tiene secretos para Ignacio Andrés y Carmen Palos / Se han catalogado más de 2.600 artículos de la épica entre botes, herramientas y medicinas

Un cuaderno con las instrucciones, a mano, para elaborar un medicamento, con los botes centenarios detrás. / ANGEL DE CASTRO

No una sino dos farmacias centenarias se guardan dentro del hospital Nuestra Señora de Gracia de Zaragoza, el conocido como hospital Provincial, y que de por sí es uno de los más antiguos de España. En el interior de este ajetreado edificio, que es un ir y venir de batas blancas, sorprende una sala que se conserva casi tal cual se construyó en 1885. Es, en efecto, la farmacia, que sigue usándose en parte a día de hoy, si bien conserva medicinas, objetos y elementos propios de inicios del siglo XX.
Conocen bien su historia Carmen Palos e Ignacio Andrés, dos farmacéuticos que han estudiado a fondo el lugar. Palos, en concreto, realizó su tesis doctoral sobre la farmacia del hospital de Nuestra Señora de Gracia. La terminó en 2019 y su trabajo supuso catalogar todos y cada uno de los objetos que se conservaban hasta entonces en cajas en los altillos, almacenes y armarios del centro hospitalario. «Hay 2.650 artículos catalogados, todos con su etiqueta», cuenta Palos entre botes, balanzas y frascos. «Aún quedan cosas guardadas. Daría para una segunda tesis», ríe.
Tras realizar el inventario, los objetos se ordenaron y expusieron en este mismo espacio para poder ser exhibidos. Y si bien Palos y Andrés hacen visitas guiadas, la farmacia sigue siendo un espacio utilizado por los sanitarios del hospital Provincial. Fue en 1879 cuando un arquitecto determinó que la anterior farmacia a la que hoy sigue en pie debía reformarse. Era un lugar insano y poco funcional. Así que decidieron construir una nueva, que se inauguró en 1881. El aspecto que tiene hoy es el original de la época. Solo se han cambiado el suelo y los tableros de algunas mesas. El resto sigue igual.

Andrés y Palos, dentro de la farmacia del hospital Provincial de Zaragoza, que se conserva igual desde 1881. / ANGEL DE CASTRO
Así, en lo alto de los muebles de madera, el símbolo de la farmacia, formado por un áspid enrollado en torno a una copa, aparece tallado. Y en los frontales se repite una y otra vez la flor de lis, símbolo de los Borbones. «Hay que recordar que este fue, desde su fundación por Alonso V, un hospital Real. Los Reyes Católicos, después, lo acogieron. Y, más tarde, los Austrias y los Borbones hicieron lo mismo», explica Andrés. Hoy el hospital Provincial sigue siendo, en realidad y oficialmente, el Real Hospital de Nuestra Señora de Gracia.
En sus estanterías están expuestos muchos de los objetos catalogados, que no todos. Aunque no tal y como los farmacéuticos los tendrían en su día. «Tendrían a mano las medicinas y productos que más usaran. Hoy están en orden alfabético», cuenta Palos.
Esperma de ballena
Entre la colección de objetos que se conservan, hay dos botámenes (nombre que se le da al conjunto de botes de farmacia) de gran valor. En uno, el más antiguo, los nombres de las medicinas –que todavía se conservan en su interior en algunos casos– están escritos en latín. Hay 110 de estos botecitos. El otro botamen se encargó en 1881 en Barcelona y en él los nombres ya aparecen en castellano. Son 210 en total y en el 40% de ellos sigue habiendo producto que se dejó sin usar. Se cree que fue una donación de La Chata, hija primogénita de Isabel II.

Una de las cajas antiguas del Provincial con esperma ballena. / ANGEL DE CASTRO
Un vistazo rápido por los botes, blancos y con el escudo coronado de Aragón (durante la República las coronas se taparon con un esparadrapo), hace que uno se sienta como en el despacho de un profesor de pociones de la saga de Harry Potter: gutagamba, hipecaguana, hermodátiles, madre-perlas y malabatro son los nombres de algunos de los activos con los que los farmacéuticos de la época hacían sus medicinas.
Una visita a la farmacia es también un paseo por la historia de la medicina. Los botes más antiguos contienen sobre todo vegetales. Luego se usaron minerales para curar a los enfermos. Y a finales del siglo XX se usaban ya los químicos.
Además de los botes y su contenido, se conservan 360 medicamentos de diferentes épocas, como el Salvarsan, que fue el primer fármaco efectivo contra la sífilis. También se guardan libros escritos a mano por las monjas que ayudaban en la elaboración de los medicamentos. Además de religiosas, también había practicantes que ayudaban al farmacéutico. A veces eran jóvenes huérfanos atendidos en el hospital que se quedaban trabajando en el edificio asistiendo en la preparación de los mejunjes.

Detalle de algunos de los materiales del Provincial. / ANGEL DE CASTRO
En esta farmacia del siglo XIX hay también aún píldoras de la época. «Se rodeaban con azúcar y se doraban –de ahí la expresión dorar la píldora– para que supieran mejor al tragar. Y si eras de clase alta se recubrían con oro», relata Andrés. Después de las píldoras, los medicamentos que se tomaban por vía oral se incrustaban entre dos obleas de «pan de misa». Así el principio activo no estaba en contacto con la lengua y no sabía mal. De estas también se guarda un envase lleno todavía hoy.
Además de botes y frascos con esencias se guardan cajas. Una de ellas contiene un curioso elemento: el esperma de ballena, que no es semen, sino grasa de cachalote y que se usaba de excipiente para elaborar pomadas y supositorios, ya que esta sustancia se derrite a los 37 grados.

La farmacia se mantiene tal cual desde su inauguración. / ANGEL DE CASTRO
Pero si fuera poco con una farmacia llena de objetos y productos antiguos, en el hospital Provincial guardan el mobiliario de una segunda farmacia, también centenaria: la de la familia Ríos. Todo el conjunto data de 1895 y fue en trasladada al hospital Provincial cuando cerró la farmacia Ríos, que estaba en la plaza España. Se conserva tal y como estaba.
Por todo el patrimonio y la historia que se conserva dentro de los muros del Provincial, Ignacio Andrés ha tratado de impulsar, en más de una ocasión, la creación de un museo sobre la historia de la farmacia. De momento no ha sido posible, pero el legado que estos dos estudiosos han aportado a la ciudad es digno de contemplar.
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