La pandemia se ha quedado atrás y la mascarilla, parece ser, que ya es algo del pasado. Primero fueron los espacios abiertos, después se acabó la mascarilla en la hostelería, el ocio, la educación y en los ámbitos laborales. En el transporte público costó un poco más, no sin quejas de los ciudadanos que ansiaban el poder llevar la cara al descubierto. Desde hoy, tras la decisión tomada ayer en el Consejo de Ministros, se pone fin al largo debate entre la población de sí es necesaria o no la mascarilla en los centros de salud y farmacias.
En la puerta del hospital Clínico, en Zaragoza, la gente aprovecha para tomar el aire tras una visita médica. En el caso de Julián, celador en el centro que descansa de la jornada, el fin de las mascarillas es algo que «tendrían que haberse hecho antes». Para él, no tiene sentido que «en los hospitales haya que llevar mascarilla, pero en el bar, donde estás con los amigos y es más probable que te contagies, no lo sea».
Porque, trabajar una jornada de siete horas con la mascarilla, aparte de incómodo, para Julián es innecesario. Pero sí que valora algunas excepciones, como «los quirófanos, la UCI, o en habitaciones de pacientes inmunológicos donde sí creo que es fundamental», lugares en los que está previsto que se mantenga su uso.
Esta opinión no es compartida por todos, porque Ana, que está visitando a un familiar ingresado, considera que «aquí hay muchos virus, muchas cosas raras y no sabemos que podemos coger». Sin embargo, sobre la permanencia de esta medida sanitaria en las farmacias considera que «no es tan necesaria, porque no hay tanto peligro de contagio».
Sobre si, sanitariamente hablando, es más conveniente llevar la mascarilla en las farmacias, Natalia Vidal, titular de la farmacia Bosco en la calle Corona de Aragón, asegura que «hay posibilidad de contagiarse enfermedades» porque «al final los enfermos vienen a comprar sus medicamentos aquí».
Día a día, los farmacéuticos batallan con los clientes por el uso del cubrebocas porque «la gente no entiende que es muy cansado tener que recordar siempre que se la pongan y al final nos cansamos de hacer de policías». Para ella lo más adecuado es que se conserve su uso, aunque entiende que, si las personas no están por la labor, se elimine la medida.
«Si no estoy malo, ¿para qué voy a llevar la mascarilla?», expresa Pablo, estudiante de Magisterio en la Universidad de Zaragoza, quién asegura que el acudir a la farmacia no tiene que ver solo con estar enfermo, ya que «puedo ir simplemente a por tiritas».
Entonces, ¿se debería llevar el cubrebocas solo en el caso de que uno esté enfermo? Julia, comercial de una farmacéutica, cree que «eso sería maravilloso», pero opina que hace falta concienciar a la población de que, a pesar de quitar la mascarilla en situaciones en las que no es necesaria, «cuando uno puede poner en peligro la salud de los demás, debería taparse al igual que cuando lo hace al toser o estornudar». Para ello pone de ejemplo a China, «la verdad es que siempre he admirado que cuando allí alguien está malo llevan siempre la mascarilla», algo que en su opinión es «todo un ejemplo de civismo».
Sí uno es mejor o peor ciudadano por usar la mascarilla o no, cae en la responsabilidad y conciencia de cada uno. Porque a partir de hoy, su uso no es obligatorio, y guste o no... «ya son tres años así, ya era hora», expresa Julián, que no parece ser el único.