Felicidad Moliner tiene 58 años y vive en Zaragoza. Desde muy pequeña, dice, "ha tenido problemas con la comida". Jesús Javier Díaz (50 años, Málaga) comenzó a ganar peso de pequeño, "con 7 u 8 años", porque sus padres, a causa de la posguerra y la escasez de alimentos, relacionaban la corpulencia con un signo de bienestar. Ambos cuentan a EL PERIÓDICO sus malas experiencias con las dietas milagro, el efecto rebote y la ganancia de kilos que conllevan así como la frustración que dejan.

Moliner asegura que desde niña siempre quería "comer y comer sin parar". Con 13 años, hizo su primera dieta. Desde entonces ha probado más de 100 regímenes y terapias, desde el ayuno intermitente a la acupuntura, pasando incluso por dietas inventadas. A partir de los 18 años se volvió una "obsesa de la báscula" y acabó sufriendo anorexia. De lunes a viernes apenas ingería nada. Pero "el domingo, como era el día de fiesta", se pasaba "comiendo 24 horas, bolsas grandes de patatas u otras cosas sin parar", de forma que los lunes, explica, se encontraba mal.

Sin embargo, lo peor llegó cuando se casó. Pasó de pesar 58 a 140 kilos, debido a que cambió completamente de vida. De trabajar en tiendas, preocuparse por su aspecto e ir al gimnasio, pasó a vivir en el campo y convivir con una persona tóxica. Siguió probando dietas o terapias, pero "perdía cuatro kilos y luego ganaba 10 porque, al dejarla, no podía parar de comer". Y aquello le provocaba "agresividad, ansiedad, diarreas, estreñimiento, cansancio, apatía, sentimiento de culpa y tristeza". "Llegué a probar unas gotas que hacían que me durmiera por las esquinas, incluso estando con mis hijos", relata.

Finalmente, el endocrino le indicó que su problema era psíquico. Con 30 años le diagnosticaron adicción por la comida, un dictamen que en un primer momento provocó que se aislara y siguiera comiendo sin fin, hasta que, gracias a los consejos de psiquiatras y psicólogos ha conseguido ver la luz al final del túnel. Lleva "seis meses de abstinencia", sin probar bollería, alimentos muy salados o el pan, que para Felicidad son "una adicción igual que para el alcohólico una cerveza". 

El caso de Jesús Javier Díaz es diferente. En su familia, la corpulencia era sinónimo de estar sano. Al llegar al sobrepeso, lo llevaron al pediatra. "Pero hace 40 años no se veía como un problema –afirma–. Aunque la obesidad es una enfermedad y hay que buscar un tratamiento específico".

Jesús Javier ha hecho dietas desde muy joven. "Sobre todo las populares, la de la piña, el melocotón, el sirope de arce, todas las que se basan en un único alimento, duran pocos días porque la pérdida de peso es muy fuerte –explica–. Pero al final te debilitas, sientes mareos y cansancio. Y he sufrido el efecto rebote". Fallar una y otra vez daña "la salud emocional". "Sentía frustración, dolor, te sientes desahuciado, porque nada funciona", denuncia.

Por ello, Jesús Javier es partidario de que el Gobierno "prohíba por ley" a las empresas que promueven dietas milagro que no se sustentan en la evidencia científica. Y, como "el riesgo que de las personas con obesidad es el desconocimiento" , decidió crear la Asociación Nacional de Personas Obesas (ASEPO) , que reclama que las personas con obesidad sean atendidas en los centros de salud por equipo multidisciplinares formados por médicos, nutricionistas, médicos deportivos y psicólogos o psiquiatras.