EFECTOS DE LA GOTA FRÍA EN VALENCIA
Una noche en la Catarroja arrasada por la DANA entre tractores, vándalos y oscuridad
Efectivos de la Policía Local de Zaragoza y Huesca, además de otros cuerpos de seguridad, velan por la seguridad de los vecinos, voluntarios y profesionales. “A partir de las cinco y media todo cambia radicalmente”, dice uno de ellos

Ruta nocturna por Catarroja / Miguel Ángel Gracia
Cuando cae la noche en Catarroja parece que hubiera regresado el toque de queda. Las calles quedan expeditas de gente cuando los voluntarios, que se cuentan por miles y van embarrados hasta las sienes, marchan a casa. Solo las lucecitas de alguna casa donde una mujer se reclina en el sofá rompen con la noche cerrada en un pueblo en el que ya no hay semáforos, ni letras luminosas, ni siquiera una farola en pie.
Rebeca tiene miedo a cruzar la calle y se acerca a una patrulla de la Policía Local de Zaragoza. No sabe dónde llegar a la casa en la que dormirá esta noche. Es de Valladolid, tiene 20 años y llegó hace unos días en un autobús de 50 universitarios desde Granada, que partieron hacia Catarroja como voluntarios. Ella se quedó más que el resto porque unos amigos de su ciudad natal llegaban al día siguiente. Y fue una anciana a la que le subió unas cajas de comida y con la que entabló amistad la que le dijo que se quedara a dormir.
Ocurre que se le ha echado la noche, se ha desorientado y le da auténtico respeto transitar por estas calles. “Si me pudieran ustedes acompañar…”, pide a los agentes, tímida, mientras saca un cigarrillo. Allá que van, por supuesto, los efectivos del cuerpo zaragozano, que deambulan por las calles esquivando alcantarillas abiertas, charcos de lodo y furgonetas hasta que por fin alcanzan el portal.
“Es normal que se haya perdido. Hay un cambio radical a partir de las cinco y media de la tarde. Pasamos de una actividad frenética a la nada más absoluta”, explica Miguel Ángel Vega Soria, uno de los oficiales de la Unidad de Apoyo Operativo de la Policía de Zaragoza que acompaña a la joven.
Algunos vecinos apuran hasta última hora para limpiar sus casas. Algunos otros brincan por las calles, esquivando tapas de alcantarilla levantadas y charcos de lodo, para ir a por comida a uno de los puestos de voluntarios. “Tened mucho cuidado, ya sabéis que están intentando entrar…”, hablan dos señoras junto a la plaza de la iglesia. “La sensación de seguridad subjetiva disminuye y nuestra presencia disuasoria hace que la poca gente que queda en la vía pública se sienta más segura. Incluso ha habido compañeros que han sido requeridos por otros cuerpos de Policía Local para proteger domicilios por la noche o mediar en conflictos privados”, explica el intendente de la Policía Local de Zaragoza, Carlos Esaín, al mando de 16 efectivos de la capital y ocho de Huesca.
Pillajes y saqueos
El temor de los vecinos reside en los pillajes y saqueos que suceden a cualquier tragedia, si bien Esaín minimiza el volumen de estos episodios cuando ha transcurrido ya más de una semana de las lluvias torrenciale. “No nos están llegando casos, seguramente porque aquí ya no queda nada que coger”, señala, apuntando hacia una calle repleta de bajos comerciales vacíos.
Es en ese preciso instante en el que todo se vacía cuando un rumor de motores empieza a romper la noche. La maquinaria pesada sucede al ruido y empieza a aliviar el atolladero en el que se han convertido las calles y deja las arterias del municipio practicables para el día siguiente. “Hemos decidido intensificar el trabajo por la noche porque es mucho más efectivo”, explicó el miércoles el jefe del operativo del 112 Aragón, Pablo Acebes. Y a ello contribuyen tractores, maquinaria agrícola y retroexcavadoras que se abren paso a altas velocidades en la noche de Catarroja.
Luis Casanova Gracia, agricultor y ganadero de Quinto de 27 años, apila coches como pacas de alfalfa. Los ensarta por los bajos y los echa al improvisado cementerio de vehículos que hay precisamente junto al camposanto del municipio, donde también se ubica el Puesto de Mando Avanzado del 112 Aragón. Ha venido con su padre y otro trabajador, por su cuenta y riesgo “y por solidaridad con la causa”. “Solo hay cuatro o cinco máquinas como esta y no damos abasto. Apilamos unos 200 cada noche”, explica Casanova, muy crítico con la coordinación del operativo. “Cada uno hace lo que puede, coges la máquina y te pones a hacer”, dice. ¿Hasta cuándo durarán? “Pues hasta que dure el cuerpo, pero mi padre quiere estar toda la semana”, revela el joven.
A bordo de un tractor surcan también las calles Albert Vicente y Andrea Sánchez, vecinos de Zaidín de 32 y 25 años. “No tiene nada que ver esto con lo del primer día. Hacía falta maquinaria pesada para limpiar las calles, despejar escombros, haciendo acopios… El sábado esto estaba igual que el miércoles, el día después de la riada. Y ese día solo abríamos pequeños pasos para que transitaran los camiones”, explica Vicente, uno de los primeros en llegar.
“Vinimos solos, coordinados con los Bomberos de Castellón, y veíamos que éramos muy útiles.. Los bomberos nos dicen que menos mal que hemos venido, porque así hemos podido tirar de los coches de los aparcamientos para que comprueben si hay víctimas o para despejar las calles”, dice Vicente, muy crítico con la coordinación de la maquinaria pesada por parte del operativo aragonés. “Hoy ya va cogiendo ritmo, pero desde el lunes hemos estado un poco parados, con tractores pinchados durante un día entero”.
Su compañera Andrea llegó el lunes, cuando trajo tres bombas de achique. “Ves las imágenes desde casa y cualquier ayuda es bienvenida. Y los vecinos te lo dicen porque hasta que no pasaron dos días aquí no venía nadie. Una vida digna aquí ahora es imposible, y en un futuro cerca, tampoco”, dice la joven, de 25 años.
Los gigantes de cuatro ruedas son tan útiles como peligrosos durante el día. El río de voluntarios, que va un poco descabezado intentando echar una mano allá por donde pueden, se da de bruces al doblar una calle con una retroexcavadora. Y eso es peligroso. “Esa es la principal misión que tenemos encomendada: canalizar bien el tráfico rodado y de peatones. Los que conducen las máquinas nos dicen que trabajan con miedo de no atropellar a alguien sin querer, y en proteger a todos estamos”, señala el intendente de la Policía Local de Zaragoza.
La noche se cierra junto al barranco del Poyo. Tras 20 minutos en busca del portal donde a Rebeca le guardan una cama, una voz anciana da un grito desde un balcón de la calle Cuenca. “¡Oiga, que creo que me buscan a mí!”, dice una señora, que resulta ser Fernanda, la vecina de Catarroja que recibirá la compañía de la joven durante la vigilia. La chica se marcha tranquila, cierra la puerta, y la calle queda oscura, casi negra, durante la calma que reina en la noche.
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