Memorias de una fosa común en Aragón: "Mi tío se negó a que le taparan los ojos cuando le fusilaron"

Esta semana finalizaron las primeras catas en Ejea de los Caballeros, donde se estima que hay unos 150 fusilados

Alberto Arilla

Alberto Arilla

Ejea de los Caballeros

Es domingo por la mañana y, en uno de los sectores del cementerio municipal de Ejea de los Caballeros, hay una expectación inusual. No es el día de Todos los Santos, pero como si lo fuera. A unos metros del monolito que recuerda a los represaliados en la localidad cincovillesa durante la guerra civil, una anciana conversa amigablemente con dos voluntarios de una asociación memorialista, mientras le toman muestras de sangre.

Se trata de Josefina Sanz, una vecina de Ainzón de 83 años a la que su amiga Maruja ha llevado a ver los trabajos que se están haciendo en la fosa común donde, supuestamente, descansan los restos de José Aranda, un hermano de su madre. "Solo quiero llevármelo a Ainzón y poder enterrarlo junto a su hermana", dice, con la voz quebrada y el pulso inestable. "Lo siento, es que estoy muy nerviosa", se interrumpe. Aunque, en realidad, no tiene de qué disculparse. La de su tío es una de las 150 historias que no descansan en paz bajo los terrenos del cementerio de Ejea, enterrados en cal viva en la fosa más grande –dividida en varias– de las que se hayan exhumado en Aragón.

Vecino de Ainzón y contable en el consistorio ejeano, en verano de 1936 residía en Tauste, junto a su novia. Tras el golpe de Estado a la II República, decidió huir al monte que rodea su pueblo natal, por la zona del Moncayo. "Entendemos que tenía afiliación política, sí, porque siempre hacían un rancho el 1 de mayo, el día del trabajador. Pero solo era un contable", explica su sobrina, Josefina, que narra la brutal historia desde que lo buscaron hasta que lo ejecutaron. "Se presentaron 25 guardia civiles en casa, pero le había dado tiempo a huir", comienza. Quizá, lo más impactante está en la forma que tuvieron de localizarle. "Un pastor le compró unas alpargatas y fue a llevárselas al monte. Le vieron los agentes y, además, se dieron cuenta de que las alpargatas eran más grandes que sus pies, por lo que supusieron que no eran suyas y le siguieron".

Desde ese momento, la tortura que José Aranda sufrió fue espeluznante. "Le rompieron las piernas y le obligaron a abrir la caja fuerte del ayuntamiento", asegura su sobrina, a quien la historia le ha llegado a través de su difunta madre, aunque solo podían hablarlo en la intimidad y "con mucho miedo". "Mi madre siempre contaba que, cuando iban a fusilarlo, fueron a taparle los ojos, pero él se negó, porque decía que no había hecho nada malo. Siempre me han contado que sus últimas palabras fueron arriba el trabajador", concluye Josefina.

Una expresión que puso fin al sufrimiento de un contable cuyo mayor delito había sido el de trabajar para el Ayuntamiento de Ejea como contable y, además, tener tendencias políticas de izquierdas, por poco o muy pronunciadas que fueran. El 14 de agosto de 1936, sin mayor remordimiento de conciencia de sus verdugos, José Aranda fue fusilado y arrojado a una fosa común. Y este pasado domingo, su sobrina Josefina acudió a los trabajos que se están realizando en Ejea para colaborar en la medida de lo posible. Lo hizo, además, ataviada con la misma bufanda con la que su tío José entró en quinta a los 18 años.

Trabajo adelantado

Más allá de la historia personal, ha habido decenas de personas que, como Josefina, se acercaron durante toda la semana pasada (los trabajos comenzaron el lunes 4 y finalizaron el día 11) para dar sus muestras de ADN. Un gesto que ayuda, y mucho, a la labor de los arqueólogos y los forenses, ya que les permite adelantar la tarea.

Y es que la semana pasada tan solo se realizaron las primeras catas sobre el terreno, para confirmar las decenas de fosas que siempre se han conocido. No es un trabajo fácil, sobre todo por el coste económico. De hecho, estas primeras labores ya ascienden a 25.000 euros, financiadss al 80% por la DPZ. Es decir, hay 5.000 euros que deberán recaudar y aportar las asociaciones memorialistas.

En este caso, la promotora es el Batallón Cinco Villas. Su presidente, Alberto Espés, explica que llevan "casi una década" intentando exhumar la fosa de Ejea. Ahora queda lo más importante, obtener financiación para poder llevarla a cabo. Es esta segunda parte la más complicada, ya que no son tantos los familiares directos que quedan con vida. Pero, en el caso de Ejea, han acudido decenas desde Soria, Pamplona y otros puntos de la comunidad para facilitar sus datos y sus muestras genéticas.

José Antonio Remón, historiador ejeano y una de las voces más autorizadas para hablar de la represión franquista en las Cinco Villas, expresa que Ejea, como cabeza del partido judicial, fue el epicentro de los fusilamientos en la zona. Allí perecieron vecinos de Ágreda (Soria), de la ribera alta del Ebro y de otros muchos pueblos cincovilleses, en una estrategia perfectamente estudiada para sembrar el terror y facilitar el anonimato de las víctimas.

"Encontré un documento en el que se contabilizaban los ingresos y salidas en la cárcel de Ejea entre julio y diciembre de 1936. Fueron más de 350 los que salieron para ser fusilados, ya fuera en Ejea o en otros sitios. Y hubo más de 500 detenidos", cuenta. El arqueólogo, Javier Ruiz, habla de unos 150 fusilados solo en las fosas de Ejea, aproximadamente, aunque la cifra exacta no se conocerá hasta las exhumaciones.

Cartas al ministro... desde Pedrola

Pedrola fue otro de los pueblos con más víctimas. Concretamente, fueron 20 los desplazados a la capital cincovillesa, ajusticiados sin pasar por la cárcel. Los familiares de uno de ellos, Juan Cuesta Figueras, también han facilitado su ADN a los expertos. "De mi bisabuelo solo conocemos el nombre y que era de Tortosa. Poco más, porque dejaron huérfano a mi abuelo con seis años", explica Bea, su bisnieta.

"Esto no es reabrir ninguna herida. No sabemos quien era mi abuelo y, por tanto, no sabemos quienes somos", opina, mientras que subraya que, entre los documentos que han encontrado rebuscando en casa, no han encontrado afiliaciones a ningún partido ni sindicato. Pero sí una carta a Marcelino Domingo, ministro de Educación en los albores de la II República, fechada en 1931, en la que le felicitaba por su nombramiento, ya que el ministro había sido su profesor en Tortosa.

Carta de Juan Cuesta Figueras, vecino de Pedrola, al ministro Marcelino Domingo.

Carta de Juan Cuesta Figueras, vecino de Pedrola, al ministro Marcelino Domingo. / Servicio Especial

Ahora, la familia Cuesta espera que exhumen los cuerpos de la fosa de Ejea para poder conocer sus orígenes. Es lo mínimo que le deben a su bisabuelo y, por ende, lo mínimo que se deben a sí mismos. Y también al resto del pueblo: "Hemos dado la voz de alarma en Pedrola, para que todos que creen que tienen aquí un familiar puedan venir". 

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