Claves de la reforestación en Aragón: La nueva vida de los pinos y las sabinas
El proyecto de repoblación opta por especies de temperamento robusto acompañadas por las llamadas «plantas de cortejo» como las encinas o los acerollos que garantizan la diversidad de los nuevos bosques.

Una cuadrilla de reforestación en la zona del Moncayo. / Laura Trives

Los empinados barrancos de la cuenca media del río Queiles tienen estas semanas una actividad inusual. Las pistas y senderos, normalmente transitadas por unos pocos labradores, por cazadores y algunos buscadores de setas, se recorren estos días con los todoterrenos, las retroexcavadoras y las retroarañas que usan las cuadrillas de plantación del Plan de Reforestación de Aragón (PREA). Las máquinas realizan hoyos y pequeños senderos en las laderas y las cuadrillas de cinco trabajadores van repartiendo los árboles en una superficie ahora húmeda y verde, pero prácticamente pelada.
El jefe de sección de Sanidad Forestal en el Servicio Provincial de Zaragoza, Álvaro Hernández, destaca que la apuesta para las nuevas masas forestales en el terreno (entre Tarazona y San Martín de la Virgen de Moncayo se van a reforestar 456 hectáreas con 401.900 ejemplares) es el pino carrasco, una planta de temperamento robusto que garantiza siempre buenos resultados.
«Son elementos fundamentales por su frugalidad y por su capacidad de colonizar el terreno», destaca. Junto a ellos las manos de los operaron van plantando encinas, quejigos y acerollos, las llamadas «especies de cortejo» que tratan de corregir los errores de las primeras repoblaciones, en las que fundamentalmente se apostó por una sola variedad de árbol. En las zonas de sombra, siempre que el suelo lo permite, se plantan pinos piñoneros. También se contemplan 9.800 sabinas negras y 6.500 arces.
Las cepellones de todos estos árboles proceden fundamentalmente de los viveros propios del Gobierno de Aragón, en concreto del vivero de Ejea de los Caballeros. Los técnicos seleccionan cada uno de los enclaves en función de los rendimientos de las variedades, buscando las mejores condiciones en cuanto a suelos o profundidades. Así se evita la competencia entre especies y se garantiza su supervivencia. Los equipos, generalmente en cuadrillas de cinco, pueden repoblar una hectárea al día gracias al terreno preparado durante el otoño.
Hernández manifiesta que cuando los trabajadores del PREA abandonen estos montes las plantas deberán ser capaces de desarrollarse por sí mismas, sin las atenciones habituales de un cultivo agrícola. «Ya no se les proporcionará ni riego, ni abonado ni podas, su desarrollo tendrá que ser natural», avanza. Los únicos cuidados puntuales que se realizarán en la masa forestal a lo largo de su vida únicamente tendrán que ver con adaptar la densidad y el número de árboles en función de su tamaño. Y entonces volverá la calma a los barrancos.
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