Así vivieron las enfermeras el confinamiento en Aragón: "Hubo pacientes a los que sedé que me pidieron ver a su familia para hacer un testamento"
EL PERIÓDICO conversa con varios aragoneses que convivieron de tú a tú con el covid. Estas son sus historias.

La enfermera Marta Palacios posa para EL PERIÓDICO, hace unos días, a las puerta del centro de salud donde ahora trabaja tras dejar la uci del hospital Clínico de Zaragoza. / JOSEMA MOLINA
La pandemia del covid dejó secuelas en diferentes sectores. El ámbito sanitario, al tratarse de un problema de Salud Pública, vivió años muy intensos y el sistema público se colapsó. También las residencias de mayores salieron muy golpeadas porque, además de los contagios y las muertes, tuvieron que vivir aisladas. La soledad de sus usuarios se hizo todavía más dura. Los negocios, la hostelería y el ocio nocturno son otros de los sectores que sufrieron las consecuencias de una epidemia sin precedentes. EL PERIÓDICO conversa con varios aragoneses que convivieron de tú a tú con el covid. Estas son sus historias.
Marta Palacios. Supervisora de Enfermería en la uci del Clínico en la pandemia: «Hubo pacientes a los que sedé que me pidieron ver a su familia para hacer un testamento»

La enfermera Marta Palacios posa para EL PERIÓDICO, hace unos días, a las puerta del centro de salud donde ahora trabaja tras dejar la uci del hospital Clínico de Zaragoza. / JOSEMA MOLINA
Delante de sus ojos se fueron muchas vidas. Demasiadas. «Hubo semanas de muchas muertes», reconoce. A Marta Palacios se le entrecorta la voz cuando recuerda su trabajo y el de sus compañeros en la uci del hospital Clínico de Zaragoza durante la pandemia. «Hubo pacientes a los que tuve que sedar que me preguntaban si se iban a despertar. Les tenía que decir que no lo sabía, porque era la verdad, y muchos me pidieron avisar a sus familias para despedirse e incluso llamarles para hacer un testamento porque no tenían. Eso, personalmente, te deja muy tocado», asegura Marta.
Dedicada toda su vida profesional al cuidado del paciente crítico, esta enfermera de vocación «jamas» había vivido algo semejante. «Cuando empezamos a doblar boxes en la uci, metiendo a dos pacientes en el espacio donde tenía que haber solo uno, sentí que aquello se nos iba de las manos. Eso nos destrozó a todos», cuenta a este diario cinco años después.
Ella era por aquel entonces la supervisora de Enfermería en la uci del Clínico. Ahora ejerce en el centro de salud de Miralbueno porque la pandemia le desbordó. «Necesitaba un cambio porque mentalmente me había pasado mucha factura. Llevaba 20 años en la uci y estaba contenta, pero sentí que tenía que pedir el traslado. No fui la única. Muchos compañeros también han dejado el hospital después de la pandemia», cuenta.
Son muchos los recuerdos que tiene Marta, algunos muy desagradables, pero la mente -«que es muy lista», dice- no le deja aflorar todos. «Seguramente es una forma de autoprotección», señala. A pesar de ello, es imposible resetear por completo todo lo que vivió y sintió durante las sucesivas olas. «Pensar que igual lo que estabas haciendo era insuficiente, porque el covid iba más rápido que tú, era muy duro», explica.
Antes de que se decretara el estado de alarma en España –hoy se cumple elprimer día de confinamiento en España-, en el hospital Clínico ya había tenido casos de covid. «Allá por la Cincomarzada ya salió el primero, pero dábamos palos de ciego. Las PCR se mandaban a Madrid y nos decían que el virus de China no iba a llegar aquí. Fueron momentos de mucha incertidumbre y desinformación», señala.
El recuerdo más «aterrador» que tiene Marta fue cuando tuvieron que cambiar su forma de trabajar. «El hospital se reorganizó y creamos una unidad cerrada de covid. Ahí pensé: ‘no sé dónde nos estamos metiendo’», dice. Ella, como muchos compañeros, dejaron sus casas para proteger a sus familias y su vida se centró en una cosa: los pacientes. «Ellos han sido siempre nuestra prioridad. Se ha hablado mucho durante todos estos años de todo, pero lo más importante pasado el tiempo fueron dos cosas: los enfermos y sus familias y el trabajo en equipos que hicimos los profesionales. Aquello fue ejemplar», recalca.
Ante esa ejemplaridad del personal de principio a fin, al inicio faltó protección por parte de la Administración. «Nosotros racionamos bien todo el material, pero lo hicimos nosotros, nadie más», defiende Marta. «Nos llegaba algún material que dejaba mucho que desear porque daba más sensación de desprotección que otra cosa», indica. No podían gastar más de la cuenta porque siempre estaba en el ambiente ese por si acaso. Y menos mal.
"Entraba a la uci con un vaso de agua y una pajita para dar de beber a mis compañeros. Entraba las veces que hiciera falta con el fin de que ellos no tuvieran que salir y cambiarse, tirar su epi y ponerse otro"
«Yo entraba a la uci con un vaso de agua y una pajita para dar de beber a mis compañeros. Entraba las veces que hiciera falta con el fin de que ellos no tuvieran que salir y cambiarse, tirar su epi y ponerse otro. No nos lo podíamos permitir», asegura. Eso les llevó a realizar eternas jornadas de trabajo. «Se salía por necesidad al baño y vale. Se encadenaban muchas horas. Recuerdo días de entrar a las 7.00 y salir de allí a las 19.00. Me iba a casa y volvía por la noche a ver cómo estaban. No podía estar sin hacer nada», explica.
Precisamente, ese compañerismo fue «clave» para aguantar. «Éramos hogar ante tanta dureza. Fuimos una familia sin ninguna duda», reconoce. «Se recibieron muchas cartas de pacientes que sobrevivieron y también de familiares de quienes habían fallecido. Aquello era un chute de energía para seguir», recuerda.
Precisamente, uno de esos momentos lo presenció EL PERIÓDICO durante un reportaje en la uci del Clínico en octubre de 2020. Aquel día llegó una carta junto a una caja de bombones. Era de una paciente que les pedía perdón por si alguna vez les había faltado el respeto. «Por cosas como esta, todo merece la pena», dijo entonces una emocionada Marta Palacios. Y un aplauso retumbó en la uci, donde la vida tenía (y tiene) que continuar.
Alicia Navarro. Enfermera en la residencia de mayores de Borja: «Muchos de los mayores no entendían qué es lo que estaba pasando»

Alicia Navarro, enfermera de la residencia de Broja. / EL PERIÓDICO
Alicia Navarro recuerda el miedo. El miedo al covid. A contagiar a alguno de los mayores de la residencia de Borja en la que trabajaba (y trabaja) durante la pandemia. A llevar el virus a casa. «Yo recuerdo el miedo y la impotencia de no poder hacer nada más porque no sabíamos qué hacer, porque nadie sabía cómo enfrentarse al covid», señala esta enfermera que hace cinco años decía en estas mismas páginas, en plena crisis sanitaria, que lo que más le asustaba era contagiar a alguno de los mayores del centro.
La residencia del Instituto Aragonés de Servicios Sociales de Borja resistió un tiempo hasta que sufrió un brote en el que perdieron la vida unos 20 mayores. «Fue muy difícil porque por la mañana te decían que tenía unas décimas de fiebre y por la noche se moría», explica Alicia. Ahora, cinco años después, en su centro es raro ver a un trabajador o familiar sin mascarilla. «La llevamos todos, no solo durante los picos de gripe. Es un elemento esencial para evitar contagios», subraya, aunque, en 2020, el covid resultó imparable.
«Recuerdo que llevábamos doble guante, que nos protegíamos con todo lo que podíamos, primero con bolsas de basura y después con epis, y aún así tuvimos un brote», apunta. En aquel momento escaseaba el material y tuvieron que recurrir a otras residencias o empresas de la zona para que les proporcionaran lo más básico, como mascarillas, guantes y epis.
«Fueron unos meses muy complicados porque, además del riesgo que existía de que el covid se colara en el centro, la mayoría de usuarios son dependientes grado 2 o 3 y no entendía qué es lo que estaba pasando. A una mujer le dio por gritar por la ventana que la teníamos secuestrada, era muy duro», insiste esta enfermera, que repite una y otra vez la palabra «impotencia», la que sufrió junto a sus compañeras por no poder frenar los contagios.
«Una de nuestras tareas era la de calmar. Calmar a los usuarios del centro, calmarnos entre nosotros, informarnos de los nuevos protocolos y trasladarlos», explica. Una calma que era difícil de llevar a casa. «En esos meses pasamos mucho miedo y cuando llegábamos a casa no se iba porque tenías miedo de contagiar a los demás. Yo en mi casa iba con mascarilla, lo primero que hacía al llegar era ducharme y dormía sola en una habitación por si tenía el covid. No quería contagiar a mi marido y a mi hijo».
Ahora, cinco años después, hace balance y lamenta que, pese a lo sufrido, la sociedad se ha olvidado de lo que vivimos. «No creo que hayamos aprendido lo suficiente, sobre todo los que no vivieron en primera línea la crueldad del coronavirus. Pensábamos que el uso de la mascarilla se había interiorizado y no ha sido así, la gente no es consciente de lo mucho que hace utilizándola cuando está resfriada o tiene una gripe».
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