Un recorrido por el paraíso: de los impresionantes paisajes a los secretos gastronómicos de Madeira
Los autóctonos Vitor Silva, Jessica Gonçales, Filomena y María José acompañan a EL PERIÓDICO en su viaje por la isla

Vistas de Madeira, hace dos semanas. / Cristina García Gómez
Los pasajeros toman asiento. Viajan familias, jóvenes europeos y también autóctonos. En una de las primeras filas, una pareja observa atenta un móvil: momentos antes de despegar, ven vídeos de aterrizajes en el aeropuerto de Madeira. Es uno de los más complicados del mundo por el cruce de vientos y las condiciones climáticas adversas. Sus rostros evidencian nervios e ilusión, y su acento los delata: son aragoneses.
El vuelo despega. Para alivio de los pasajeros y costumbre de los pilotos, que tienen que tener un curso especial para este viaje, el avión aterriza sin problemas sobre la pista, una estructura que, sostenida por 180 columnas, se eleva sobre el mar. Resuenan los aplausos y el sol del archipiélago portugués entra por las ventanillas. Comienza la experiencia.
La bienvenida a Madeira (en español, madera) la da un busto de Cristiano Ronaldo, el futbolista que da nombre al aeropuerto de esta zona isleña y que los aragoneses podrán visitar el próximo 16 de abril, cuando el turoperador Soltour lanzará un vuelo chárter desde Zaragoza. Es la primera de las muchas referencias que hay al famoso deportista por toda la región autónoma.
Lo que comparten todas ellas es el enclave, característico por sus intensos verdes. Lo cuenta Vitor Silva, un joven de 28 años que se dedica a hacer rutas en jeep para los turistas al tiempo que estudia Diseño en Funchal, la capital de Madeira. Sin quitar la vista de la carretera, explica que su familia emigró desde Venezuela. Es de ahí de dónde viene su perfecto español. Señala por su ventanilla un enorme edificio en construcción. "Están haciendo el hospital universitario", dice. Cuenta el joven que la oferta educativa de la isla no es mucha y la mayoría está concentrada en títulos de "letras".

De verde, Vitor Silva, conductor de una empresa local de jeeps, junto a un compañero. / Cristina García Gómez
Con seguridad, recorre unas y otras zonas de la isla. El jeep para en el jardín da Serra, donde desde hace 28 años trabaja Filomena. Con firmeza, mezcla azúcar, miel, naranja, limón y aguardiente. "Aquí se toman la mejor poncha de la isla", dice Vitor. Es la bebida típica de la isla, que nació como un remedio para el mareo de los pescaderos -sin la naranja- y que ahora se toma en cualquier ocasión. Otra de las bebidas típicas es la Nikita, que lleva helado de piña, vino blanco, cerveza y un poco de azúcar.
No son las únicas delicias madeirenses. Tras parar en el Miradouro da Boca dos Namorados, Vitor conduce hasta la bodega Quinta do Barbusano. Impresionan las vistas. Ahí espera Jessica Gonçales, otra venezolana que, mientras pasea por los viñedos, explica las formas de plantación: "Si se hace en la forma tradicional, 'latada', se tiene más acidez porque la uva crece más alta y está tapada por las hojas. Si se planta en vertical, en 'espaldeira', la uva coge más sol y la piel queda más dulce".

Jessica Gonçales, trabajadora de la bodega de Quinta do Barbusano. / Cristina García Gómez
Y, para comer, dos opciones: o la espetada, una carne que se ensarta en una brocheta de hierro; o alguna de sus variedades de pescado, como las lapas. Todo acompañado siempre de su famoso 'bolo do caco', un tierno y redondo pan de mantequilla de ajo que nunca falta.
De vuelta en el jeep, Vitor señala las plantaciones de plátanos, una fruta que, igual que en Canarias, es típica en la zona. Tiene múltiples variedades y un tamaño reducido, lo que impide exportarla. A esta se suman otras como la papaya o la de la pasión. También hay dulces para los más lamineros: desde el clásico pastel de nata hasta el 'bolo do mel', un bizcocho de miel, harina, canela y nueces, entre otros ingredientes.
Vitor baja del jeep y se despide. Es momento de ir a Funchal, ciudad por la que pasean viajeros de Alemania, Reino Unido e incluso Polonia. Es precisamente del turismo de lo que vive la mayor parte de la población, pues el 28% del PIB de Madeira es el sector turístico.

María José, mujer de Madeira que borda en las calles de Funchal. / Cristina García Gómez
Un grupo de gente observa a María José, una mujer de 55 años que, sentada a las puertas del taller Bordal, es de las pocas que mantiene viva la tradición del bordado de Madeira. Levanta la vista y dice: "Estudié hasta los 14 años. Cuando regresaba a casa de la escuela tenía que ayudar a mi madre a bordar". Desde entonces y hasta ahora, ha sido su dedicación.
El sol del archipiélago se refleja en el océano Atlántico. Los pasajeros toman asiento. Ya no hay nervios, solo ganas de volver a repetir la experiencia.
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