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A Fondo I Los retos mayúsculos de la inmigración

Sin el aporte inmigrante, la población aragonesa habría estado disminuyendo en todos los años que llevamos de siglo XXI

Una mujer inmigrante, junto a su hijo, en una calle de Zaragoza.

Una mujer inmigrante, junto a su hijo, en una calle de Zaragoza.

Vicente Pinilla

Catedrático de Historia Económica y director de la Cátedra DPZ Despoblación

Aragón ha sido en los últimos dos siglos un país de emigración. Ya en las últimas décadas del siglo XIX abandonaron el territorio, especialmente la montaña pirenaica pero también otras zonas, contingentes significativos de aragoneses con destino a la dinámica y expansiva ciudad de Barcelona. También desde principios del siglo XX, el continente americano, Argentina, Cuba o los Estados Unidos, fue un destino de nuestra emigración, aunque la interior, hacia ciudades españolas, siempre superó con creces a la que se dirigía a los destinos trasatlánticos.

El gran éxodo rural, acelerado desde 1950, consolidó Barcelona, Valencia o Zaragoza como los lugares preferidos por nuestros emigrantes. Como es bien sabido, la contrapartida fue que se generaran intensos procesos de despoblación, que hicieron que las densidades demográficas de muchas comarcas disminuyeran hasta valores muy inferiores a los que tenían en 1900.

El envejecimiento de la población y su masculinización, por una mayor participación de las mujeres en el movimiento migratorio, determinaron que, aun después de que el éxodo rural terminara, muchas comarcas siguieran perdiendo población y continuaran los procesos de despoblación rural.

Desde principios del siglo XXI, el nuevo fenómeno que modificó la situación fue la llegada de un significativo número de inmigrantes procedentes del extranjero. Podemos hablar de un intenso ciclo inmigratorio que se extiende del año 2000 al 2008, y que solo la crisis económica iniciada ese año detuvo. De esta forma, las personas nacidas en el extranjero pasaron en ese corto periodo de tiempo de representar el 2% de los residentes en Aragón al 12,4 %. Los años de la Gran Recesión supusieron que se estabilizara ese porcentaje al frenarse las entradas y tener lugar salidas significativas.

Superada la crisis, de nuevo las entradas de inmigrantes volvieron a crecer y, aunque la pandemia y la paralización de los movimientos de personas en el mundo las detuvieron, estas se reanudaron posteriormente. De esta forma, a 1 de enero de 2024 del total de residentes en Aragón, un 17,6% había nacido fuera de España, lo que pone de relevancia su importancia en nuestra población. Sin el aporte inmigrante, la población aragonesa habría estado disminuyendo en todos los años que llevamos de siglo XXI. Pero dicho aporte no solo ha evitado la contracción demográfica, sino que ha implicado también un cierto crecimiento de nuestra población.

Además, en el conjunto de Aragón los inmigrantes constituyen ya una parte esencial de la población activa, con un valor superior al 15 % de esta. Aunque las poblaciones y ciudades más grandes han sido un destino preferido por los nuevos inmigrantes, una parte sustancial de ellos se han ubicado en zonas rurales, revitalizado estructuras demográficas muy envejecidas.

El peso de la población inmigrante es tan relevante en nuestro mundo rural, que en una amplísima mayoría de comarcas supone entre el 20% y 30% de la población residente, y en algunas pocas incluso más de ese porcentaje. Así, la población inmigrante está siendo una pieza fundamental en el sostenimiento demográfico de nuestro medio rural.

Conviene poner de relieve estos hechos cuando en el mundo occidental retumba una retórica radicalmente antiinmigratoria, culpando a los que llegan de algunos de los problemas de nuestra sociedad. Podemos darle la vuelta a estos mensajes que hablan de amenazas y destacar las oportunidades que estas corrientes migratorias suponen para todos. Para quienes llegan es una oportunidad de mejorar sus niveles de vida o de escapar de situaciones terribles en sus países de origen. Para nosotros, la oportunidad de acoger a estas personas y facilitar su integración en nuestra sociedad y en nuestro mercado de trabajo, necesitado de estas incorporaciones.

Pero, obviamente nos plantea unos retos mayúsculos. El primero, sin duda, el de tratar de consensuar, política y socialmente, una política migratoria que trate de organizar estos flujos para evitar tanto los dramas de quienes arriesgan su vida para llegar, como situaciones que puedan fomentar la xenofobia o el racismo. El reto es mayúsculo y sin duda integrar realmente a los nuevos aragoneses en nuestra sociedad es una tarea gigante. Nos plantea desafíos en muchos frentes, como en el de incorporar la inmigración en las estrategias territoriales y de desarrollo local.

Es sorprendente la ausencia o papel secundario de este colectivo en la mayoría de propuestas, bien políticas, bien sociales, cuando constituye un factor decisivo en términos de fuerza de trabajo, capital humano, talento, emprendimiento, conciliación de las familias, niveles de consumo, mercado de la vivienda…

Pero sobre todo, el reto más importante es conseguir una sociedad que siendo variada y diversa, esté cohesionada en torno a valores compartidos, sin relativismos culturales que no ocultan sino la persistencia de tradiciones o costumbres que no hacen más libres a quienes las sufren. Así que necesitamos respeto para todos y que todos podamos compartir logros que han costado mucho y que podemos englobar bajo la idea del derecho de las personas a tener una vida libre, a realizar las elecciones que consideren oportunas, sin que bajo pretextos particularistas se puedan coartar estas.

Somos hijos de la Ilustración y por eso debemos aspirar a una sociedad de libres e iguales, respetuosa con todas las personas y bien anclada en los avances y valores de más de dos siglos de progreso social. 

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