ENTENDER + CON LA HISTORIA
Cuatro siglos de la Jornada de Brasil, uno de los mayores éxitos de los tercios españoles
La valentía de un soldado aragonés fue determinante para la victoria de la tropa del rey Felipe IV

La recuperación de Salvador de Bahía, por Juan Bautista Maíno, 1635. Museo del Prado

En este año 2025 se cumple el cuatro centenario de uno de los años de mayores éxitos de los famosos tercios españoles, que surgidos de las tácticas desarrolladas por Gonzalo Fernández de Córdoba durante la conquista del reino de Nápoles para Fernando II de Aragón, lograron la supremacía militar en Europa durante casi siglo y medio. Y no solo en el viejo continente, pues dada la enorme extensión del Imperio que llegó a forjar la Monarquía Hispánica de los Austrias, tuvieron que combatir en varios continentes.
Esto nos lleva al año 1625, en el que los tercios consiguieron varias victorias en diferentes puntos del mundo, centrándome en este artículo en la conocida como la Jornada de Brasil, y en la que un soldado aragonés destacó según cuentan las crónicas que relataron el asedio a Salvador de Bahía. Para poner en contexto, el Imperio español, formado por multitud de Estados muy diferentes entre sí como Castilla o la Corona de Aragón, y que tenían en común a un mismo soberano, intentó durante el reinado de Felipe III recuperar la paupérrima situación de la Hacienda real y de sus dominios, quebrantada por tantas décadas de guerra. La mejor forma de lograrlo era alcanzar una paz que fuera duradera, pero que al final apenas duró nueve años.
En 1618 la guerra regresaba a Europa con la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), a la que se fueron sumando otros conflictos en los que por supuesto se metió la Monarquía Hispánica para defender su puesto de primera potencia mundial. Y uno de los conflictos que se reiniciaron en estos años fue el de la Guerra de los Ochenta Años (1568-1648), que no es otra cosa que la rebelión de las Provincias Unidas contra la monarquía de los Austrias.
El territorio controlado por los holandeses era pequeño, pero tremendamente poblado, próspero, rico y muy complicado de controlar. Las Provincias Unidas aprovecharon su posición geográfica para hacerse fuertes en el comercio mundial y en la navegación, y por eso una de sus estrategias para intentar que la Monarquía Hispánica distrajera parte de sus recursos económicos y militares, era el atacar zonas lejanas del Imperio español.
Y es ahí donde entra el ataque que los holandeses realizaron en 1624 sobre la ciudad de Salvador de Bahía. Situada en Brasil, era un puerto de cierta importancia, y la conquista holandesa era un ultraje que el ya por entonces rey Felipe IV, y su valido, el conde-duque de Olivares, no podían permitir, pues sería un duro golpe al prestigio del Imperio.
De esa forma, enseguida se empezó a preparar una gran flota y un ejército para recuperar la ciudad y que partió hacia América en la primavera de 1625, iniciándose el sitio sobre Salvador de Bahía. Sin embargo, el asedio se fue alargando, pues los holandeses sabían que una flota holandesa estaba en camino y eso les daba ánimos para seguir resistiendo, mientras la moral entre los tercios comenzaba a resentirse. Y así fue cuando llegó el 22 de abril. En uno de los campamentos establecidos por los asediantes había un soldado aragonés llamado Juan Vidal, quien en un ataque de locura u osadía, pidió permiso al capitán de su compañía, el portugués Alfonso del Encastre, para salir de su posición en solitario, llegar a las posiciones del enemigo, y quitar de las defensas una de las banderas holandesas.
Era una acción simbólica, arriesgada y tremendamente loca, pero el capitán le dio permiso al aragonés, y este, ante la sorpresa de sus propios camaradas, así como de los holandeses, atravesó la tierra de nadie, ascendió los parapetos de las defensas holandesas, consiguió una bandera enemiga, y regresó sano y salvo a su campamento. Cuenta la crónica del asedio que ese acto elevó la moral de la tropa conforme se fue conociendo, ayudando sin duda a que se redoblaran los trabajos del asedio en los días siguientes hasta conseguir finalmente que el 1 de mayo los holandeses se rindieran.
Lograda la recuperación de la ciudad, la mayor parte del ejército fue enviado de nuevo a Europa, siendo vital su presencia en Cádiz para rechazar el ataque anglo-holandés de finales de ese mismo año sobre la capital gaditana. Y aunque le perdemos la pista, quién sabe si el aragonés Juan Vidal estuvo también presente en aquella jornada.
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