Personas sin hogar duermen en el hospital: "La frase ‘De esta noche no pasamos’ era cada vez más repetida"
J. y O., que durante varios meses han dormido en la sala de espera del Miguel Servet, cuentan a EL PERIÓDICO sus historias de forma anónima

Un hombre pide en la calle, en una imagen de archivo. / Enric Fontcuberta
Como cada semana, espera con calma a la llegada de su bocadillo. Al escuchar los primeros saludos, levanta la vista y mira desde sus gafas redondas a los voluntarios de Bokatas. Sonríe y los pliegues de su rostro revelan la sabiduría y el cansancio de quien carga 70 años a sus espaldas. Y empieza a hablar. «¿Cómo estás?», pregunta. Luego llega su turno. «Pues bien, yo estoy bien. Al fin me operaron», responde. Quien habla es J., un hombre que durante más de ocho meses ha dormido en la sala de espera del hospital Miguel Servet. «Duermo en casa de un amigo. No hay ni punto de comparación, maja. Y no creas que paso ahí todo el día. Voy a dormir y ya está, pero es otra situación», cuenta. Vuelve a sonreír.
J. tiene detrás de sí una historia clínica complicada. Tuvo una hernia tiempo atrás, de la que ahora parece haberse liberado. Fue esta complicación médica la que, entre otras causas, le hizo ir a dormir a la sala de urgencias. «Me daba miedo que la hernia se estrangulara y explotase, porque si pasaba eso y yo estaba solo durmiendo en otro lado no iba a poder llegar al hospital», reconoce con sinceridad.
Sobre febrero le realizaron la operación y todo salió bien. Coincidió aproximadamente en tiempo con el momento en el que el Miguel Servet tuvo que tomar medidas ante una situación compleja, pues eran cerca de veinte las peronas que pernoctaban allí. «Lo veía venir, porque estábamos cerca de 20 personas y era insostenible. Tarde o temprano nos íbamos a tener que marchar», cuenta, y ahonda en la cuestión: «Había gente de todo tipo. Algunos íbamos solo a pasar la noche, a dormir allí, pero otros se metían las garrafas de vino o dejaban el baño hecho un desastre...».
Él comprende que desde el hospital tomaran medidas pues, según cuenta, «una vez hasta salió un hombre desnudo». «Un día, alguien del personal miró a la sala de espera y dijo ‘¿pero esto qué es?’ De la gente que había ahí, más de la mitad no llevábamos pulsera de triaje», cuenta. Él, como tantos otros, ya previó que la situación estaba por cambiar. «Llegamos una noche y, en la puerta del lateral, que es por la que entrábamos, había una persona de seguridad. Al primero que llegó ya le dijeron que no nos iban a dejar pasar, y nos fuimos enterando cuando llegábamos», recuerda.
J. explica que la situación no es fácil para ninguno de ellos y que, como él, el resto también buscan donde dormir. «Estoy esperando a que el ayuntamiento me empadrone en algún sitio para poder solicitar el Ingreso Mínimo Vital y, cuando salga trabajo, aguantar la situación hasta cobrar», cuenta O.
Él llegó al Servet después de dormir varios meses en el Clínico, de donde también tuvieron que marcharse. Para evitar la calle, trató de buscar un lugar cerrado. «Al raso, en invierno y en Zaragoza, es imposible conciliar el sueño del frío», dice. A ello se suma el factor seguridad. «Hay cámaras, hay personal, y antepones la seguridad a la comodidad», afirma.
Pero «dormir sentado durante meses es difícil», dice. También lo es la convivencia pues, cuenta O., no todo el mundo tenía claro que estaban en la sala de espera de un hospital. «Algunos sabíamos que entrabas para sentarte solo, en silencio, calzado, limpio y dormir. Tratabas de estar de 00.00 a 07.00 y no más», dice. Pero «los enfrentamientos con los que no tenían las normas presentes hacían las noches moviditas», añade.
«Con el tiempo se sumaron dos cosas: el aumento de personas, pues llegamos a estar casi 30 alguna noche; y el incumplimiento de las normas», relata, y subraya: «La frase ‘De esta noche no pasamos’ era cada vez más repetida».
Y así sucedió. El 20 de febrero, cuenta O., les impidieron la entrada. «No se nos avisó. Ni quince días, ni una semana, ni un día. A medida que íbamos llegando nos impedían el paso», recuerda. «Aquella noche estuvimos casi todos en la puerta de urgencias», relata. Su primer pensamiento fue que iba a tener que andar toda la noche para evitar el frío. Pero entonces le asaltaron las dudas: «¿Y la siguiente? ¿Y la otra?». «Sabíamos que venían días duros, de pasar frío e incertidumbre. Aquí la cabeza es casi todo, y no dormir impide que tu cabeza se resetee. Es un cúmulo de estrés que termina mal», dice.
O. sabe que hay opciones como El Refugio donde, «si hay sitio, se puede esta perfectamente»; o El Albergue, que para él «deja que desear». «Si buscas seguridad, no la puedes tener dónde tienes que dormir con un ojo abierto», dice. Él trata de mantener la esperanza. «Será duro, pero se verá la luz al final del túnel. Ver que cada día te espera lo mismo es mucho más difícil», afirma.
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