El 'hogar' del papa Francisco en Zaragoza, medio siglo después: un piso vacío y en alquiler

Bergoglio, que será enterrado hoy en Roma, estuvo unos días hospedado en una vivienda que los jesuitas usaban como noviciado en el paseo Sagasta, donde llegó a oficiar una misa

Alberto Arilla

Alberto Arilla

Zaragoza

El Vaticano, la Iglesia Católica y el mundo despedirán este sábado al papa Francisco I, fallecido el pasado lunes tras 13 años como sumo pontífice. Su trayectoria vital y eclesiástica, también durante el papado, estuvo marcada irremediablemente por la orden a la que pertenecía, la Compañía de Jesús. Y es que Jorge Mario Bergoglio ha sido el primer jesuita en la historia en dirigir la institución religiosa, tras años escalando en la jerarquía eclesiástica en la que empezó desde lo más bajo. Y fue en esos inicios cuando, de forma breve y casual, Bergoglio se detuvo en Zaragoza durante unos días.

Lo hizo en el paseo Sagasta, entonces Mola, en la séptima altura de un edificio señorial propiedad de la familia Escudero. Ahí se ubicaban dos pisos, el cuarto izquierda y el cuarto derecha (antes del primero hay un entresuelo y una planta principal), que estuvieron alquilados por los jesuitas desde 1967 hasta finales de los 80. Los Escudero, todavía propietarios del inmueble desde que a principios de la década de 1930 su abuelo, Fernando Escudero Vargas, mandase reformarlo, tienen además una vinculación con la educación jesuita. Ingredientes todos que, por azares del destino, llevaron a la que décadas después se convertiría en la persona más importante de la Iglesia Católica a un céntrico espacio de la capital aragonesa.

Eran los albores de los 70 y Bergoglio, tras haber pasado unos meses en Alcalá de Henares realizando unos ejercicios espirituales, quiso conocer de primera mano el noviciado jesuita que se había conformado en Sagasta. En uno de los dos pisos, a la derecha, se encontraba la Casa de Escritores de Hechos y Dichos. En el otro, a la izquierda, una pequeña comunidad de estudiantes. 

Ahí fue donde Bergoglio llegó incluso a oficiar una misa. Recuerdan quienes le conocieron, como el padre zaragozano Jesús María Alemany, que a los jóvenes les resultaba gracioso su acento argentino. También su sentido del humor. Aunque Alemany, que había convivido cerca de un año con Bergoglio en Alcalá de Henares, no pudo estar en aquella visita, ya que se encontraba en Alemania.

El lejano recuerdo

Hoy, medio siglo después y con un papado mediante, Francisco ya no está y pocos resquicios de su paso por Zaragoza quedan. En el cuarto izquierda del número 7 de Sagasta, donde se hospedó como maestro de novicios, una insignia del Sagrado Corazón de Jesús da la bienvenida. Una vez dentro, los más de 200 metros cuadrados permanecen vacíos de mobiliario y visten alguna pequeña reforma, como el parqué que cubre el suelo o los baños de oficina que instalaron los últimos inquilinos, una empresa de informática. Actualmente, la vivienda se encuentra en alquiler.

En el recorrido por el hogar zaragozano del papa Francisco, los amplios ventanales propician el iluminado natural de la casa. En un extremo, una terraza permite contemplar Sagasta desde lo más alto. En el otro, se aprecian las pistas de un conocido gimnasio zaragozano, construidas sobre una antigua huerta que trabajaban las monjas.

El inmueble, en su conjunto, tiene muchas historias que contar. Tanto si se baja por las viejas escaleras como si se opta por hacerlo con el nuevo ascensor, situado junto a uno mucho más antiguo, de madera, que lleva años inutilizado. En uno de los primeros pisos se ubica ahora el Instituto Francés, institución cultural dependiente del país vecino que hace poco cumplió su primer siglo de vida. En él se halla una vieja capilla, creada por Fernando Escudero y que ofreció su derecho papal a los jesuitas para que la empleasen durante los primeros años de existencia del edificio. 

Otra de las viviendas fue empleada como estudio por el arquitecto José Manuel Pérez Latorre, fallecido en 2023 e ideólogo de la reforma del Teatro Principal, del Pablo Serrano o del Auditorio. En la planta baja, un gran pasillo que recibe a las visitas a su entrada acaba en un gran jardín, el último de su especie en la zona, que insufla oxígeno a un edificio catalogado y que guarda en su memoria una pequeña parte del legado de uno de los papas más reconocidos de la historia. 

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