50 años del 'Canto a la libertad': una canción que traspasa fronteras
Los amigos y conocedores de la obra de Labordeta destacan las «imágenes sencillas» de una canción internacional que se canta «con devoción» ligada «a los humillados y perdedores de la historia»

Paula y Ángela Labordeta sostienen una copia del disco ‘Tiempo de espera’. | IVÁN ANADÓN

El Canto a la libertad fue la última canción de la cara B del disco Tiempo de espera de José Antonio Labordeta. Editado en marzo de 1975, el tema pronto se convirtió en un clásico que unió a toda una generación de aragoneses y que supo traspasar fronteras. Así lo recuerdan dos de las hijas del cantautor, Paula y Ángela. «A nuestro padre le gustaba recordar que es un canto colectivo que ha llegado a sitios y momentos muy diferentes», indican. Y así ha sido, viajando desde las reivindicaciones autonomistas hasta las congregaciones religiosas de El Salvador.
Para el titular de Literatura de la Universidad de Zaragoza, Antonio Pérez Lasheras, el carácter universal de su letra es de «una efectividad absoluta» con «imágenes sencillas» y un mensaje ligado a los valores universales de la Revolución Francesa. «Quizá no es su mejor canción, pero es la más representativa», manifiesta.
La evolución de los tiempos ha permitido que la canción gane en solemnidad, pero también en cariño popular. El periodista Luis Alegre narra que el autor explicaba que en Villanúa, una noche de las navidades del año 74, mientras no podía pegar ojo, se le ocurrió el estribillo y que al día siguiente compuso de corrido el resto de la canción. «Temía que no pasara la censura, pero, por fortuna, no le pusieron ni una sola pega», recuerda.
Alegre destaca que la canción «capturó maravillosamente el aire de los tiempos de la Transición y encandiló a una mayoría que ansiaba la llegada de la libertad». Eso ha servido para que sea interpretada en los más diversos contextos. Como señala Lasheras hasta en la ONU ha sido entonada a coro por indígenas del Amazonas que acudieron a reivindicar su lugar en el mundo.
«A diferencia de buena parte de sus canciones, esta no tenía raíces explícitamente aragonesas, su alcance era universal y la podía hacer suya cualquiera, de cualquier parte», manifiesta Alegre. Eso favoreció enormemente su difusión en América Latina, donde las víctimas de las dictaduras y los regímenes opresores «se sintieron representados por su exaltación de la fraternidad, la esperanza, la solidaridad y su sensibilidad hacia los humillados y perdedores de la historia».
El alcance universal de la canción se mantiene hasta el momento presente. «Ha demostrado ser intemporal: en 2025 se sigue cantando en muchos lugares y situaciones, algo que confirma que los valores que celebra quedan muy por encima del tiempo y los contextos», evidencia Alegre, buen conocedor de la obra del cantautor.
Paula Labordeta considera que su vocación sencilla ha hecho que no existan muchas versiones de la canción y que favorezca una reinterpretación respetando su pureza original. Han sido muchas las voces que la han incorporado a sus repertorios, a pesar de que notables de la música de autor como Luis Pastor señalaran la paradójica dificultad que implica cantarla.
Desde un punto de vista filológico, el catedrático José Carlos Mainer, autor de uno de los primeros libros sobre la figura de Labordeta que fue publicado, celebra que el autor logró «una bonita manera de decir cosas muy profundas» en un arranque de inspiración «que prevalecerá durante mucho tiempo». Destaca su enunciación en futuro convirtiendo a la libertad a la que alude en una construcción colectiva que todavía debe ser culminada. «En aquellos momentos la construcción de Aragón todavía estaba inacabada y marca el tono de la obra», recuerda.
En el año 75, la gran utopía que es la fraternidad también era algo lejano. «Estamos ante un dignísimo himno que todo el mundo canta con devoción», observa Mainer en esta conmemoración de los 50 años de su publicación.
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