¿Por qué una parte de la juventud abraza la ultraderecha?

La estrategia de los jóvenes ya no es tomar las calles para exigir más libertades, sino viralizar memes contra lo políticamente correcto.

Un grupo de universitarias hablan en un banco del campus, en una imagen de archivo.  | JOSEMA MOLINA

Un grupo de universitarias hablan en un banco del campus, en una imagen de archivo. | JOSEMA MOLINA

Juan David Gómez-Quintero

La sociología anda perdida por un fenómeno que la desborda. Quienes estudiamos a la juventud sabemos que ha sido históricamente un termómetro de las contradicciones sociales y, aunque es un sector muy heterogéneo, suele estar caracterizado por la creatividad y la disrupción. Su desvinculación de las estructuras tradicionales de poder le ha llevado, en no pocas ocasiones, a desafiar los órdenes establecidos.

Para entender la seducción que despiertan los movimientos ultraderechistas entre la juventud, debemos considerar ese potencial desafiante del orden social. Como señala Stefanoni (2023), cabría preguntarse si la rebeldía ha girado a la derecha. La respuesta, matizada, sería afirmativa. Los indicios sugieren que la noción clásica de rebeldía ha mutado en su sustrato, objetivo y estrategia.

Recordemos que el 38% de los jóvenes andaluces entre 18 y 24 años votó a Vox en 2022 (CIS), y en las generales de 2023, este partido fue el segundo más votado (21,5%) en esa franja de edad, solo por detrás del PSOE (27,3%) (CIS, 2023). Pero este fenómeno trasciende España: en Argentina, Javier Milei obtuvo entre el 39% de los votos entre la población de 16 a 29 años en la primera vuelta, frente al 31% de Sergio Massa (DNE, 2023). En el este de Alemania, uno de cada tres varones jóvenes votó a la AfD (Infratest dimap, 2023), y una tercera parte de los jóvenes franceses votan al Reagrupamiento Nacional de Marine Le Pen (Ipsos, 2022).

Así que podríamos hablar de una rebeldía reaccionaria que ha arraigado en casi una tercera parte de la población juvenil en varios países de América y Europa. Esta expresión de la rebeldía no solo se observa en el voto a líderes nacional-populistas, sino en la creciente disposición a legitimar las formas de gobierno autoritarias en detrimento de las democráticas.

Hace unas semanas, el CIS concluyó que el 17% de la población española de entre 18 y 34 años prefiere un gobierno autoritario bajo algunas circunstancias; y aunque parece poco, este porcentaje creció casi un 10% desde 2009 (El País, 8 de mayo de 2025).

El fenómeno no es fácil de explicar ni mucho menos de resolver. Escandalizarse, juzgarlo o minimizarlo no ayudará a comprenderlo. Su complejidad radica, en parte, en que las ideas extremistas se presentan en un pack indivisible, como si se tratase de una promoción comercial de telefonía móvil, internet y televisión para el hogar, aunque en el caso que tratamos, esas ideas agrupan la defensa de la masculinidad hegemónica, el nacionalismo, la antiinmigración, el antifeminismo y el antiecologismo.

Tras este escenario hay dos claves interrelacionadas. Por una parte, el desencanto generacional (Miller-Idriss, 2023). Muchos jóvenes perciben que la globalización, los partidos políticos tradicionales y las instituciones democráticas les han negado las oportunidades que tuvieron sus padres, lo que les lleva a abrazar soluciones antisistema. Este desencanto viene acompañado del incumplimiento de las promesas de una vida mejor. La precariedad laboral, el desempleo juvenil, la dificultad de acceso a una vivienda en España y la corrupción política impiden garantizar algunos derechos sociales y económicos a esta población. Muchos perciben que las vías institucionales de inserción laboral y movilidad social no son eficaces para obtener determinados niveles de prosperidad material. Como teorizó Ted Gürr (1970) a partir del concepto de privación relativa: «cuando las expectativas superan las oportunidades, surge la frustración».

Pero no solo es una cuestión material. Existe también una atracción simbólica muy seductora: la construcción de una identidad colectiva y de un fuerte sentido de pertenencia. Investigaciones recientes hablan de una subcultura transnacional ultraderechista (Miller-Idriss 2023) que aglutina a millones de jóvenes en torno a una estética común: memes, música, banderas, simbología «tribal»…, más que a una ideología estructurada. Es una forma de simplificación que se reduce a la «memeficación» de la política, donde las redes sociales son determinantes. Muchos se ven hechizados por influencers reaccionarios que arengan desde un canal de YouTube o Telegram con un beligerante lenguaje antiestablishment que conecta con una parte de la generación Z.

Estos contenidos refuerzan ideas excluyentes hacia los otros, definidos como diferentes por naturaleza, mientras fomentan el sentido de pertenencia torno a un nosotros, supuestamente homogéneo, con una sola identidad nacional, de género y de orientación sexual. Buena parte de esta población no lee periódicos, escucha emisoras de radio ni ve los informativos de TV. No es casual que en Brasil el 72% de los jóvenes bolsonaristas de 18 a 24 años se informara principalmente por WhatsApp (FGV, 2022).

En definitiva, el giro juvenil hacia la extrema derecha no es meramente ideológico, sino cultural y generacional: una mezcla de crisis socioeconómica, identidad digital y desconfianza institucional.

El nuevo sustrato de la rebeldía es emocional y material. Resentimiento hacia las estructuras clásicas de poder y desigualdad intergeneracional caracterizada por la privación material. La nueva estrategia no es tomar las calles para exigir más libertades, sino viralizar memes contra lo «políticamente correcto». El objetivo no es cambiar el sistema, sino expulsar de él a quienes perciben como amenazas: migrantes, feministas y ecologistas.

La paradoja es que, al abrazar discursos autoritarios, una parte de la juventud cree subvertir el orden cuando, en realidad, lo refuerza. El desafío para las democracias no es solo promover y universalizar su bienestar material e inmaterial, sino ofrecer un relato de futuro que no se limite a elegir entre la resignación y la ira.

Juan David Gómez-Quintero - Doctor en Sociología y profesor de Trabajo Social en la Universidad de Zaragoza

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