La selectividad cumple 50 años: las «impertinencias» aragonesas que mejoraron la prueba

La responsable del examen de evaluación en sus primeras décadas destaca los aportes de la Universidad de Zaragoza para el ajuste del proceso y su encaje en el medio rural

Alumnos en un examen de selectividad en 1990 en la Universidad de Zaragoza. | EL PERIÓDICO

Alumnos en un examen de selectividad en 1990 en la Universidad de Zaragoza. | EL PERIÓDICO / El Periódico de Aragón

David Chic

David Chic

Zaragoza

Ha cambiado de nombre muchas veces, pero el espíritu es el mismo. La prueba de acceso a la universidad, coloquialmente conocida como la selectividad, cumple 50 años poniendo nerviosos a los estudiantes, pues de ella depende lograr la nota de corte que les permita acceder a los estudios universitarios que desean. La que fuera jefa de Negociado de Alumnos de la Universidad de Zaragoza, María Jesús Crespo, estuvo al frente de aquellos exámenes hasta el año 2002 y destaca que gracias a la labor de un «equipo excepcional» introdujeron mejoras nacidas en Aragón que en poco tiempo se extendieron a toda España.

La selectividad tal y como se entiende en la actualidad (o la Prueba de Acceso a la Universidad [PAU] como se la denomina oficialmente en esta convocatoria) fue el examen que se diseñó con la llamada ley Esteruelas para sustituir la reválida al final del curso 1974-75, un momento de cambio en el mundo educativo, pero también en los ámbitos político y social.

Para Crespo, la Universidad de Zaragoza merece «una mención especial» en la organización de esta selectividad que comenzó «dando palos de ciego» pero «con muchas ganas de modernizar» el anquilosado mundo académico que estaba a punto de salir del franquismo. La jefa de negociado señala que el objetivo de aquella nueva prueba, que afectó a 16.000 jóvenes de Aragón, La Rioja y Navarra en su primera edición, era «acabar con los criterios poco objetivos» que primaban en aquella época, impulsando el anonimato y tratando de borrar al máximo posible la distinción que se hacía entre institutos públicos y concertados.

«El primer año aplicamos la ley lo mejor que pudimos, pero pronto vimos que había muchas cosas que mejorar», recuerda. Así, desde la Universidad de Zaragoza se reclamó al Ministerio de Educación que se apostara por la descentralización y la multiplicidad de sedes, a pesar de los problemas logísticos que eso implicaba, con una reproducción de copias «de forma sigilosa y secreta», trabajando incluso durante las noches.

También lograron que todos los alumnos realizaran el examen en la misma franja horaria y se logró que las preguntas de cada materia las corrigieran docentes especializados, algo que no se había tenido en cuenta en un primer momento. «Había un modelo de conferencias que era muy difícil de evaluar que finalmente fueron descartadas», indica Crespo.

La insistencia y el interés por mejorar la vida universitaria fueron claves en aquellos años setenta. «Tras una de las sugerencias sobre la sede de Teruel me dijeron que era una impertinente, pero finalmente nos acabaron haciendo caso pues lo cierto es que en aquel momento había unas exigencias ridículas y sin sentido para la gente que tenía que ir desde los pueblos a examinarse en las ciudades», evoca con satisfacción.  

Crespo reconoce que la selectividad nació para restringir el acceso a las carreras de Medicina y Magisterio, pues para el resto de las carreras no había una demanda excesiva. Eso hacía que aquellos primeros años no fueran la fuente de ansiedad en la que se ha convertido en la actualidad.

La que fuera coordinadora de los alumnos en los primeros años de selectividad, que ya lleva siete jubilada, no considera que la exigencia académica haya bajado en estos cincuenta años. «El nivel de conocimiento no ha cambiado y se ha logrado que no exista arbitrariedad en la selección», celebra. 

Tracking Pixel Contents