La desdicha de educar a tres hijas en una habitación en Zaragoza: "A mi familia no les hablo de nuestra situación"
El elevado precio de la vivienda hace que el 39% de las familias que atiende Cáritas en la capital aragonesa se vean obligadas a subsistir en un solo cuarto de precarios pisos compartidos

Cáritas denuncia las condiciones a las que se enfrentan las familias migrantes en Zaragoza. / Cáritas Zaragoza

Victoria llegó a Zaragoza hace ocho meses. Viajó desde un país del centro de África con sus dos hijas pequeñas y una tercera, de quince años, que se reunió con ella en el mes de diciembre. Sin trabajo y con un lento proceso para lograr papeles ya iniciado, la única vivienda de la que han podido disponer ha sido una habitación dentro de un piso compartido. En ella, una litera, dos pequeñas camas nido, las maletas, agua, ropa y los abrigos del pasado invierno. "Parece un almacén, no queda sitio para las personas", lamenta. Cáritas, en su memoria del pasado año, ha denunciado que el 39% de las personas que atiende en la capital aragonesa se ve obligada a convivir en estas condiciones. Una situación más acuciante todavía entre las personas en situación irregular.
La decisión de abandonar su pueblo, en la zona norte del país, fue compleja, pero casi obligada. "Allí está todo tirado por los suelos: la educación, la sanidad, los trabajos", lamenta. Y el impulso final llegó por la necesidad de darle una oportunidad a su hija mayor, de 15 años. "Los más jóvenes no tienen ninguna posibilidad de desarrollo, aunque aquí estemos mal todo funciona mejor que lo que hemos dejado", considera a sus 42 años. Aunque eso sí: en ningún momento esperaba encontrarse en Europa con la situación en la que vive ahora, puesto que una amiga le aseguró que si migraba en Zaragoza podría tener un piso y un trabajo. Todo era un engaño.
Nada más llegar, su contacto en la capital aragonesa -una "paisana", como se refiere a ella, y al mismo tiempo la persona que le ha estado realquilando la habitación- se sentó con ella en el salón de la casa compartida y le trasladó "cómo están las cosas". Le habló "del estilo que vida que llevaba" y en ese momento descubrió que su presencia en Zaragoza no era como le habían prometido.
"Intenté meterme en esa vida porque estaba necesitada, porque tenía que alimentar a las niñas, pero al final, las veces que lo intenté no me sentía bien, me quedaba muy mal, por eso le tuve que decir que no podía seguir con ese estilo de vida, que no es lo mío", se sincera sin desear hablar directamente de la situación a la que se vio abocada. "Yo siempre he llevado una vida digna y quiero seguir llevando mi vida así porque tengo muchos hijos y tengo que mantenerme bien para estar con ellos", asume Victoria como madre sola. En su país tiene otros tres hijos mayores de edad que también se plantean dar el paso de la emigración.
A partir de ese momento, para poder seguir afrontando los gastos de la habitación, así como de alimentación, recurrió a la ayuda de Cáritas. "Hemos detectado que a las mujeres con hijos les cuesta más alquilar pisos y habitaciones, los propietarios, o las personas que les realquilan, se niegan y ponen pegas por el supuesto ruido que provocan", señala Marta Jiménez, la directora del centro especializado que atiende a la situación de Victoria. Además, los alquileres de estos espacios angostos para cuatro personas ya supera los 400 euros mensuales.
Con la asistencia paralela del Ayuntamiento de Zaragoza, Victoria ha logrado tarjeta de alimentos, así como una ayuda para los libros de texto. La situación parecía más o menos estable hasta que hace dos días ha tenido que abandonar la habitación y trasladarse a una pensión en el barrio del Arrabal. Allí también viven en solo un cuarto. Su casera argumenta que necesita el espacio que ellas ocupaban ante la inminente llegada de una de sus hijas. "Nuestra situación es muy complicada, hasta el punto de que cuando hablo con mi familia no les cuento nada de lo que nos pasa", asegura.
Para ella, estar mal aquí es mejor que la incertidumbre y la violencia a la que se enfrentan en su hogar. Su objetivo, una vez terminado el curso escolar y firmados los papeles de residencia (a los que accederá en breve gracias al arraigo, puesto que dos de sus hijas tiene la nacionalidad española), es lograr un trabajo que le permita abandonar la habitación actual y lograr una vivienda completa. Todo para no volver a pasar por el hacinamiento y la falta de recursos.
"Muchas veces tenía que lavar la ropa fuera de casa porque mi paisana decía que usar la lavadora hacía subir mucho la factura, además para que mi hija preparara tranquila los exámenes teníamos que salir a pasear a la calle porque no se nos permitía usar el salón si estaban el resto de las personas que vivían en la casa", recuerda. Además, para usar el baño por las mañanas antes del cole tenían que levantarse antes que el resto de los inquilinos por las colas que se producían.
Jiménez corrobora la dureza a la que se enfrentan las mujeres migrantes. En la entidad han conocidos casos de habitaciones en las que estaba prohibido encender un ventilador en verano o la calefacción en invierno para no elevar la factura. O pisos en los que durante la noche no se podían usar los baños obligando a las familias a usar orinales. Además, hablan de la inseguridad que supone convivir con desconocidos y la completa falta de privacidad a la que se enfrentan.
"Todo es malo, pero mis niñas comen todos los días y están teniendo una buena escuela", asume Victoria con optimismo. En poco tiempo podrá tener ingresos propios. Y este verano sus dos hijas mayores podrán salir de campamentos y la menor ya está inscrita en un centro de tiempo libre municipal.
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