La soledad no deseada entre los mayores de Aragón: "Parece que no esté mal, pero hay momentos en los que estoy muy triste"
Concepción Ramos y Arminda García, dos mujeres mayores que viven en Zaragoza, comparten con EL PERIÓDICO cómo se sienten después de haber perdido a sus maridos y en qué recursos se apoyan para aliviar el desamparo

Arminda García en su casa de Zaragoza / Servicio Especial
Concepción Ramos (1941) atiende la llamada con buen ánimo. En el último año, su móvil se ha convertido en buen amigo. Con él llama "al 900", el Teléfono del Mayor que hace que sus tardes sean algo más llevaderas. Porque, confiesa, su vida no es la que era tiempo atrás, y aunque tiene en su entorno a familia y amistades que la quieren, todavía lleva dentro la pérdida de su marido. "He sido una mujer muy feliz, pero desde que él murió hace un año y dos meses todo ha cambiado", dice.
Ahora, Concepción vive sola en Zaragoza. Su suerte son sus dos hijos, que están pendientes de ella y con los que habla a diario. "Son dos cielos, son extraordinarios", afirma. Pero uno de ellos vive en Inglaterra con su mujer y, el otro, en un pueblo de la provincia. "Ellos me dicen que el duelo hay que pasarlo, pero es muy difícil que este sentimiento se vaya", se sincera.
Su momento más crítico son las tardes. "Las mañanas son fenomenales. Yo soy diabética tipo dos y salgo a andar una horita, que voy con mi andador, o voy a la misa de Agustinos. A veces me paro a tomar un cafecito si me encuentro a alguna vecina, y si me falta algo de la compra, que me la trae mi hijo cada domingo, entro al supermercado y lo cojo", indica. Después ya no sale a la calle, y es entonces cuando le invade el sentimiento de soledad. "Las vecinas me ven y me dicen que parece que no esté mal por las velocidades que llevo con el andador -dice risueña-. Pero hay momentos en los que estoy muy triste. Echo mucho de menos a mi marido".
Es entonces cuando el teléfono se convierte en su aliado. Concepción cuenta que el hijo que vive en Zaragoza la llama "tres o cuatro veces al día". Y, si se siente desamparada, acude al Teléfono del Mayor. "Me ayuda y me alivia mucho. Igual responde Antonio o alguna de las dos Anas que trabajan ahí. Son extraordinarios", sostiene. Con ellos se desahoga, a ellos les cuenta cómo se siente, qué le ha pasado o qué le ha dejado de pasar. "Si me alargo en la conversación pienso que lo estoy haciendo mal, pero son unos cielos y me dicen que para eso están. También me entran mis lloreras grandes. Para mi es un apoyo muy importante", sostiene.
Porque aunque Concepción se siente "fuerte mentalmente, de espíritu y de carácter", también tiene ratos de estar "pachucica". Según cuenta, lo mismo le sucede a otros de sus vecinos: "Vivo en esta casa desde hace muchos años, igual 30. Tengo cinco o seis llaves colgadas detrás de mi puerta que son de vecinos que viven solos y que me las dejan por si acaso". Entre ellos, dice, se apoyan. "También querían mucho a mi marido", indica la mujer, que remarca que era "un hombre y un padre bueno". "Yo era la mujer más feliz del mundo", asegura.
Ahora solo la acompaña el botón de teleasistencia, que lleva siempre colgado. "A veces le doy un besico porque sé que dentro de él hay personas que me atienden si lo necesito", comparte, y afirma: "Eso vale mucho".
Arminda García (1941) tiene su red de apoyo en Cruz Roja. Ella vive en Zaragoza con los padres de su nuera, y cada día recibe la visita de su nieta sobre las 17.00 horas. "Vive cerca de la universidad, porque ahora estudia y trabaja, y viene a verme todos los días. Está pendiente de mi", dice Arminda. Pero su historia no ha sido fácil y reconoce que ha tenido -y tiene- "momentos de bajón".
Arminda vivía en Canarias hasta hace apenas un año. Allí estaba con uno de sus hijos, que padece esquizofrenia, y con su marido. En 2014 se quedó viuda, y fue entonces cuando recurrió a la ayuda de Cruz Roja. El verano pasado se marchó a Zaragoza, donde vive otro de sus hijos. Por sus planes no pasaba quedarse a vivir en la capital aragonesa, pero un diagnóstico médico le hizo cambiar el rumbo de su vida. "Me salió cáncer y mi hijo ya no me dejó irme. A mi antes nunca me había dado nada, yo nunca me enfermaba", cuenta.
En noviembre de 2024 le operaron. "Después me pusieron quimio, luego la radioterapia y luego me dieron una pastilla pero no me sirvió. Estaba asustada porque los pies se me pusieron rojos y ahora tengo el seno y la mano que me operaron inflamada, pero la doctora me ha dicho que es consecuencia de los tratamientos", relata. Pero ella, remarca, lo lleva "bien". "Me pongo a ver Pasapalabra y a leer y salgo a caminar. Lo que pasa es que ahora, con estos calores, no puedo salir", comparte.
Y es que aunque el proceso no ha sido sencillo, ha conseguido sentirse menos sola. "Cuando tengo bajones, llamo a mi nuera y enseguida viene. Cruz Roja es excelente y te ayuda mucho. Me llaman y me preguntan cómo me siento", expone. También para ella es importante el apoyo que recibe en la Iglesia Evangélica.
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