A fondo | Tormentas y danas
A veces las zonas más afectadas no son las que acumulan más precipitación, sino en las que drena el agua por estar a un nivel más bajo

Vecinos de María de Huerva y miembros del Operativo de Prevención y Extinción de Incendios Forestales limpiando en el municipio. / Pablo Ibáñez
Rafael M. Requena Briones
A punto de cumplirse un año del episodio meteorológico que probablemente haya causado en España más daños tanto materiales como personales, con más de 200 víctimas, de nuevo a final de septiembre de este año se encendieron las alarmas ante la posibilidad de que se produjeran lluvias torrenciales susceptibles de provocar crecidas e inundaciones. Los avisos de la Aemet (Agencia Estatal de Meteorología) fueron por este motivo naranjas, o incluso rojos en algunas zonas del Este peninsular.
Pero si bien es habitual que estos avisos se establezcan con situaciones de tormentas o danas, el episodio del pasado domingo llevaba añadido un ingrediente nuevo que fue la llegada a la Península Ibérica de una depresión de origen tropical, los restos de lo que fue un huracán, nombre que reciben los ciclones tropicales que se originan en el Atlántico. Gabrielle tuvo su transición extratropical, cruzando el océano de Oeste a Este, y llegando a la península, atenuado y transformado ya en una borrasca ordinaria, pero conservando aún algunas características tropicales. Esto es algo que ha sucedido en otras ocasiones. Se manifestaba por ejemplo en la cantidad de agua precipitable. El domingo 28/09 por la mañana se notaba por ejemplo en Zaragoza que la atmósfera estaba especialmente húmeda. Estaba claro que el aporte de humedad iba a ser mayor al llegar al Mediterráneo, pero el que la depresión tuviera tanta efectividad en el entorno de Zaragoza pudo estar favorecida por la convergencia de humedad mediterránea con la que aportaba el propio ex - ciclón tropical. Por supuesto que no es necesario la presencia de una depresión de origen tropical para disparar la convección, es decir, el desarrollo vertical de nubes cumuliformes por condensación del vapor de agua presente en la atmósfera. La actividad tormentosa es algo habitual, y además en el cuadrante NE peninsular hay una mayor incidencia, a tenor de la estadística de descargas eléctricas de los últimos años. Tanto las tormentas simples unicelulares, como las multicélulas y las supercélulas, se presentan con situaciones que tienen su origen en vaguadas o danas de origen extratropical. En el caso de las danas es frecuente además que se formen sistemas convectivos mesoscalares, donde la organización nubosa alcanza una dimensión espacial mayor y, además de la intensidad puntual de carácter torrencial, lo cual puede alcanzarse en cualquier tormenta incluso simple, se une la circunstancia de que el sistema puede tener una duración temporal mayor.
En Aragón hemos tenido muchos episodios que han provocados daños materiales y personales ocasionados por precipitación intensa, no siendo necesario que la cantidad total registrada sea especialmente alta. Hace dos años, el 07/07/23, una supercélula provocó cuantiosos daños en el entorno de María de Huerva y en La Cartuja. A veces las zonas más afectadas no son donde se ha registrado más precipitación, pero sí hacia donde ha drenado el agua por encontrarse a un nivel más bajo. De aquí el problema de las zonas situadas en barranqueras, en definitiva en zonas potencialmente inundables. En el otoño de 2024, fueron también múltiples las afecciones en Aragón, en días previos al suceso de Valencia que acaparó lógicamente el protagonismo, e incluso el mismo día 29/10/24, ya que el sistema convectivo tuvo un radio de acción que abarcaba a las provincias limítrofes con Valencia. Pero sin duda el suceso más grave que permanece en nuestra memoria fue el registrado el 07/08/96 en Biescas con más de 80 víctimas, en un día que fue especialmente tormentoso en toda la comunidad aragonesa.
Por tanto, tanto las tormentas fuertes como las danas son un peligro potencial que siempre ha estado latente, y la pregunta que nos hacemos en las últimas décadas es si están siendo más frecuentes y más intensas ahora, como consecuencia del cambio climático. Todo apunta a que esto es probablemente cierto, como nos indican los estudios de atribución, que buscan establecer cuanto más probable es un episodio concreto, con o sin la presencia de un cambio climático. Pero podríamos preguntarnos cuál es la causa física de ese aumento de episodios extremos. Sabemos que lo que está establecido es el aumento de temperatura, tanto del aire como de la superficie del mar. Una atmósfera más caliente puede albergar más vapor de agua antes de saturarse, por eso cuando se produce la precipitación hay más agua almacenada. Esto explica la diferencia de humedad entre las zonas tropicales y las polares. En estas últimas no se forman los grandes cumulonimbos con desarrollos que llegan hasta la estratosfera, ya que el aire más frío se satura antes. Por eso los episodios extremos con lluvias torrenciales son más propios de zonas donde el aire está más caliente.
Tal vez sea algo aventurado afirmar que el clima en latitudes medias como la nuestra se está tropicalizando, pero sí parece que la precipitación tiende a producirse más con fenómenos tormentosos y menos con los clásicos frentes asociados a borrascas extratropicales.
También se observa una mayor ondulación de la circulación en niveles medios y altos de la atmósfera, lo que facilita por una parte su ruptura con formación de danas, como también la irrupción de aire polar hacia el sur o tropical hacia el norte, con las consiguientes olas de frío o de calor. Y curiosamente esto también puede estar relacionado con el calentamiento en niveles altos, por debilitamiento del chorro polar que circunvala la Tierra.
Pero bueno, todo esto es entrar en términos demasiado técnicos, lo que no quita que pueda ser interesante profundizar en su estudio para relacionarlo con los fenómenos meteorológicos adversos, que por el motivo que sea están siendo más frecuentes y extremos, y por sus consecuencias nos obliga a estar preparados para enfrentarnos a ellos, pues los impactos y afecciones son en definitiva, o deberían ser, el objeto de los avisos y los posibles planes y estrategias de prevención.
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