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El teletrabajo en Aragón alcanza al 11,5% de los ocupados: paradojas y realidades cinco años después de la pandemia

La modalidad a distancia se consolida en la comunidad, aunque con diferencias notables entre sectores y empresas. Sindicatos y patronal destacan sus ventajas, pero advierten de los riesgos y los desafíos pendientes

Imagen de archivo de una mujer teletrabajando en casa en los tiempos de las restricciones sanitarias por la pandemia de la covid-19.

Imagen de archivo de una mujer teletrabajando en casa en los tiempos de las restricciones sanitarias por la pandemia de la covid-19. / Ángel de Castro

Zaragoza

Han pasado cinco años desde la explosión del teletrabajo, un fenómeno que se impuso a la fuerza con la pandemia de la covid-19. El gran confinamiento decretado en marzo de 2020 y las posteriores restricciones sanitarias convirtieron salones, comedores y habitaciones en oficinas improvisadas hasta la llegada de las vacunas. Superada aquella etapa, la implantación del trabajo en remoto se encuentra ahora en un punto intermedio. No ha provocado la revolución que muchos auguraban ni ha supuesto el fin de las oficinas, pero tampoco ha quedado en una moda pasajera.

El teletrabajo ha dejado de ser una rareza en buena parte del tejido empresarial aragonés y se ha asentado en el panorama laboral, aunque no sin debate. Persisten las discrepancias estadísticas, los vacíos legales y las visiones enfrentadas sobre su alcance real. Antes de la pandemia, el trabajo a distancia era residual. Hoy sigue lejos de los máximos alcanzados en los meses de restricciones sanitarias, pero su implantación es desigual, con realidades opuestas entre el entorno urbano y el rural, y enfoques muy distintos según la cultura empresarial. Hay compañías que lo han integrado como una oportunidad, mientras otras lo rechazan o incluso han dado marcha atrás.

Casi uno de cada ocho trabajadores

Aun así, el teletrabajo forma parte del día a día del 11,5% de las personas ocupadas en Aragón, ya sea de manera ocasional o durante más de la mitad de la jornada semanal, según el último informe de Adecco. En términos absolutos, suponen unos 70.000 trabajadores en esta modalidad, casi uno de cada ocho.

Con este porcentaje, Aragón se sitúa como la séptima comunidad con mayor implantación del teletrabajo en España. Lideran la clasificación Madrid (25,5%) y Cataluña (17,7%), seguidas de la Comunidad Valenciana (14,3%), País Vasco (13,1%), Galicia (12,1%) y Andalucía (11,9%).

A nivel estatal, la misma fuente confirma que el trabajo en remoto se ha consolidado como una modalidad habitual. Adecco estima que un 14,4% de los ocupados trabaja desde casa al menos de forma ocasional, lo que equivale a unos 3,2 millones de personas, una de las cifras más altas desde el pico pandémico.

El INE rebaja la implantación

Sin embargo, el Instituto Nacional de Estadística (INE) ofrece una lectura más contenida. Con datos de 2024, rebaja al 8,4% la proporción de personas que trabajan desde el hogar de manera habitual. La brecha entre ambas cifras revela hasta qué punto la percepción del teletrabajo varía según la metodología, las definiciones empleadas y el momento en el que se interroga a los trabajadores. El propio INE eleva al 15,1% la media nacional de quienes teletrabajan al menos un día a la semana, pero sitúa a Aragón como la quinta comunidad con menor penetración de esta modalidad.

El secretario de Diálogo Social, Empleo y Formación Sindical de CCOO Aragón, Carmelo Asensio, sostiene que «ha bajado el suflé del teletrabajo» tras la pandemia, algo que considera lógico porque aquella situación fue excepcional. Recuerda que antes de 2020 el teletrabajo apenas alcanzaba un 3% en España y Aragón, «era casi residual», y subraya que seguimos por debajo de la media europea, que ronda el 18%. A su juicio, esto se explica por «un déficit histórico de regulación» y por una cultura empresarial marcada por el «síndrome del presentismo».

Asensio advierte de que aún persiste «una brecha enorme con Europa», donde existen modelos más avanzados de medición de la productividad sin necesidad de control presencial. Cita sectores como seguros, banca, tecnología o investigación científica, donde las fórmulas semipresenciales funcionan, frente a otros como la industria, la agricultura o la hostelería, en los que la presencia física sigue siendo imprescindible. «Hay que cambiar la mentalidad empresarial», señala, sin olvidar «los riesgos de nuevas formas de precariedad», por lo que defiende herramientas de control horario y la garantía de la desconexión digital.

Por su parte, el director general de CEOE Aragón, Jesús Arnau, pide que la regulación del teletrabajo se aborde «sector a sector y empresa a empresa», apostando por una negociación flexible que tenga en cuenta la realidad productiva. Arnau recuerda que Aragón tiene un peso muy elevado de la industria y la logística, sectores que requieren presencia física, y menor implantación de servicios financieros, tecnológicos o consultorías, donde el teletrabajo es más viable. También apunta a una brecha en digitalización y recursos tecnológicos, especialmente en pequeñas y microempresas.

Aun así, Arnau considera que el teletrabajo «sigue siendo una oportunidad muy interesante» cuando se aplica con sensatez y acuerdo entre las partes. Subraya su potencial para determinados perfiles profesionales y destaca, especialmente, su capacidad para «asentar población en el medio rural», evitando la concentración en las grandes capitales y favoreciendo la vida en ciudades medianas y pueblos de Aragón. «Compaginar vida profesional y vida natural es posible», afirma, siempre que la regulación no se convierta en un corsé sino en un marco de oportunidades.

El teletrabajo no solo ha transformado el lugar desde el que se trabaja, sino que ha tensionado los límites entre el tiempo laboral y el espacio privado. En 2021, durante la negociación de la Ley de Trabajo a Distancia, el presidente de la CEOE, Antonio Garamendi, lanzó una frase que ilustró bien esa tensión: “No sería muy lógico que, si se hace un huevo frito en casa y salta el aceite, esto sea considerado como accidente laboral”.

La imagen, tan gráfica como polémica, apuntaba a la dificultad de fijar fronteras claras. La ley intentó establecer algunos principios: voluntariedad, reversibilidad, dotación de medios, compensación de gastos, horarios y registro. Pero la práctica demuestra que muchas situaciones siguen instaladas en una zona gris.

Para unas empresas, el teletrabajo se ha convertido en una herramienta para ganar productividad, atraer talento y mejorar la conciliación. Para otras, supone una pérdida de control y una amenaza a su funcionamiento tradicional. Por eso, el debate ya no es si el teletrabajo ha llegado para quedarse —eso está fuera de duda—, sino cómo gestionarlo y regularlo de forma justa, equilibrada y accesible más allá de las élites digitales.

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