El cáncer de mama en primera persona: "Salvé mi vida yendo a esa mamografía que me hacía cada año"
En el día mundial contra el enfermedad, Ivana Pardiñas, Manuel del Portillo e Isabel Palacios comparten cómo han hecho -y hacen- frente al tumor, siempre rodeados de una red de apoyo y con ayuda de los recursos de distintas asociaciones. Los tres ponen el foco en la importancia de la detección precoz, que les ha permitido actuar desde el primer momento y tener una mejor calidad de vida

En el centro, Manuel del Portillo, paciente de cáncer de mama, rodeado por Ivana Pardiñas, de azul, e Isabel Palacios, de beige, también pacientes de cáncer de mama. / Jaime Galindo.
Se adelantó a los tiempos. Hizo bien. Ivana Pardiñas (1976) tenía 48 años cuando el pasado enero le detectaron un tumor de mama. Por entonces, y también ahora, estaba fuera del rango etario del programa de cribado de cáncer de mama, pero su ginecólogo privado le recomendó hacerse revisiones anuales a partir de los 40 años. Y así lo hizo. «Cada vez que iba, mi sensación era la de estar jugando a la ruleta rusa», expresa este domingo, día mundial contra el cáncer de mama.
«Me decían que no fuera así, pero las estadísticas dicen que una de cada tres mujeres lo va a tener», cuenta. Y el 9 de enero de 2025 se le paró el mundo. «Me dijeron que había una variación respecto al año pasado, que era malo y que habría que radiarme», comparte.

Ivana Pardiñas, paciente de cáncer de mama, este viernes. / Jaime Galindo.
Tras la biopsia le explicaron que ella no podría haber detectado el tumor en una autoexploración por la posición que tenía y por su reducido tamaño. Según le indicaron en la Seguridad Social, a la que cambió para continuar el proceso, era inferior a 1 centímetro, y aunque eso «era un buen pronóstico», había un pero. «La proteína que lo cubría hacía que fuera muy difícil de detectar por mi sistema inmune, lo que lo convertía en un ninja del cáncer», explica.
Y eso era peligroso. «Tanto que, si no me lo hubieran detectado en la mamografía, no sé qué habría pasado», reflexiona, y remarca: «Yo salvé mi vida yendo el 9 de enero a esa consulta anual».
Los profesionales le dijeron que estuviera tranquila. «Me apuntaron a todo lo que acaba en terapia», cuenta entre risas, y cita: «Quimioterapia, radioterapia, inmunoterapia, hormonoterapia...». «¡Que no saquen más!», bromea para después remarcar que tiene «mucha confianza en el equipo del Servet».
Porque su sensación, sobre todo al principio, era de miedo. «Miedo a la enfermedad, a lo que va a pasar, a pensar que lo tienes dentro», expresa, y añade: «Esto me hacía no dormir por la noche». Tras la operación, que fue el 10 de febrero, empezó a vivir el proceso «de otra forma». Se documentó mucho y se equipó de la mejor forma que pudo para hacer frente al proceso. A nivel material y también humano.
«El cáncer me ha quitado muchas cosas, pero me ha dado otras», dice. En estos meses ha creado una red de apoyo de la que, además de su familia, esencial, forma parte la que fue su compañera de habitación en la operación, amigas del trabajo u otras mujeres que ha conocido en la Asociación Española Contra el Cáncer o la de Mujeres Aragonesas de Cáncer Genital y de Mama (Amac-Gema). «Que te ayuden y guien no tiene precio», subraya.
También hace uso de los múltiples recursos de estas asociaciones como las clases de deporte, los talleres de maquillaje o la atención psicológica. «Esto es más duro a nivel emocional que físico -asegura-. Ver que no eres como eras, que no puedes hacer todo lo que hacías...». Lo resume: «Es ver que antes había una Ivana y, ahora, otra».
Y esto es «una falsa nueva realidad», dice. Porque ahora está con tratamiento y de baja laboral, pero no sabe «qué va a venir». Porque, recuerda, «cada cáncer de pecho es tan único como cada mujer».
Cáncer de mama en hombres: "A mi también se me cayó el pelo, pero yo era un calvo más"

Manuel del Portillo, hombre con cáncer de mama, este viernes. / Jaime Galindo.
Manuel del Portillo no se vio el bulto que tenía debajo del pezón ni tampoco el de la axila. Pero dice que «aunque lo hubiera visto, no lo habría relacionado con un cáncer de mama». Porque es una patología poco común en hombres. Pero está ahí y es esencial estar alerta. Porque una detección precoz, en ellos más complicada al no entrar en los cribados, está vinculada a la supervivencia.
En su caso concreto, le identificaron el tumor hace tres años (2022) en una revisión anual de otra patología. «Dentro de la mala suerte, fue una cierta buena suerte», expresa con una sonrisa.
A partir de entonces «empezó todo», dice, y cita: «Que si punzones, ecografías, mamografías...». Lo siguiente fue la quimioterapia, que dio paso a la operación y a una posterior radioterapia. «Fue un proceso gradual», analiza Manuel, que cree que en los comienzos no era del todo consicente de qué pasaba.
«La quimio es dura, te deja baldado, pero la operación fue rapidísima y la radioterapia, para mí, no fue nada», indica, y apunta: «A mí se me cayó el pelo, pero claro, yo era un calvo más».
Para él, lo peor ha sido «lo de después», dice. Y lo después, que es lo de ahora, es el tratamiento. «La medicación me está afectando. Tengo dolores musculares y articulares», describe. Eso sí, insiste en que el cáncer de mama «a cada uno le pega como le pega».
Al haberle extirpado los ganglios, se le ha producido un linfedema, que es una inflamación de los tejidos por un acumulación de un líquido rico en proteínas que se drena a través del sistema linfático. Por eso, su brazo izquierdo está cubierto por una manga de comprensión. Debajo de ella, la venda que cada día le pone su mujer, quien cuenta Manuel que «ha sacado fuerzas de flaqueza». «Si ha llorado, no ha sido delante de mí», dice.
También sus hijos han estado ahí para él. Y esa, su red de apoyo, ha sido -y es- «esencial» para él. A ella suman otros recursos que le han permitido entender el tumor, como la Asociación Española Contra el Cáncer o la de Mujeres Aragonesas de Cáncer Genital y de Mama (Amac-Gema), entre otros.
Ha tenido además la «suerte» de estar prejubilado, y participa en las actividades de las asociaciones. Se ha adentrado así en el que describe como «un mundo de mujeres». «Dicen que hay otros hombres, pero no los he visto. He oído que tal vez les de vergüenza, pero yo he estado sumamente bien acogido. He sido una más», subraya.
Porque «lo que no puedes hacer es quedarte en casa», opina. Menos, ellos. «En hombres esta casi es una enfermedad rara», expresa. Por eso, recomienda que «si alguien se ve un bulto, le haga caso». «Veo difícil que los hombres entren en los cribados, pero igual desde Atención Primaria se puede enseñar algo, cómo se palpa...», desliza.
Aunque ha habido días malos, Manuel considera que ha «llevado bien» el proceso. «Otra cosa será si tengo una recidiva», dice. Es decir, si el cáncer reaparece. «Eso sería mucho peor. No tengo miedo, pero está ahí», afirma.
Cáncer de mama recurrente: "El segundo tumor era muy rápido y agresivo. Había que actuar ya"

Isabel Palacios, con cáncer de mama recurrente, este viernes. / Jaime Galindo.
A Isabel Palacios (1966) se le removió el cuerpo cuando conoció los retrasos en los diagnósticos de las mujeres andaluzas. Se le removió por empatía y porque la suya es una historia de resiliencia en la que todo avanzó rápido: tras remitirse el primer tumor de mama le detectaron un segundo y acto seguido la atendieron.
Isabel entró en el del cribado de cáncer de mama de Aragón en 2018, con 52 años, cuando tocó la prueba a su zona de salud. «Me hicieron la mamografía y unos días más tarde me dijeron que fuera a una ecografía», recuerda. Identificaron un tumor que y le hicieron una biopsia que lo confirmó.
Tras hacerle unos análisis, comprobaron que el cáncer podía ser tratado con radioterapia intraoperatoria, que es una dosis única y alta de radiación que se administra durante la cirugía. «Fue en cuestión de un mes», indica.
La derivaron al Servet y el 16 de agosto de 2018 la operaron. «Me dolió y perdí fuerza, pero no tuve ningún problema», explica. Empezó con el tratamiento, que tomó durante 5 años, y continuó con mamografías y densiometrías periódicas. Pasado ese lustro, le hicieron una última radiografía de las dos mamas para concluir con el tratamiento.
Pero no fue el final. «Me fui a casa un miércoles y el jueves me llamaron para una ecografía», cuenta. El viernes estaba otra vez en el Servet: le hicieron una biopsia y le detectaron un nuevo tumor. A la semana la derivaron a oncología. «Me dijeron que era un HER2 negativo. El doctor Lao me explicó que era el segundo más peligroso, que era muy rápido y agresivo y que había que actuar ya», indica.
Y así fue. Comenzó con la quimio, siempre acompañada de un personal «espectacular». Isabel explica que «eran tres horas de sillón con gotero», y se hacía sesiones semanales. Eran, mínimo, 16. «Tras la primera tenía ganas de vomitar, pero lo podía llevar. Después de la segunda, me pasé la mano por la cabeza y se me quedó pelo en la mano», recuerda. Se rapó. Pero a partir de entonces se notaba cansada y no podía comer casi de nada. «Me sentía muy mal», comparte.
Después de que uno de los componentes de la quimio le hiciera reacción, en la cuarta sesión, empezó a recibir la quimio en cama. «Estaba muy flojita. Me quedé sin vitaminas, sin hierro...», detalla. Ella pensaba que no iba a aguantar.
Pero lo hizo y el tumor desapareció. En marzo de 2024 la volvieron a operar y, una vez recuperada, afrontó 15 sesiones de radio. Luego, inyecciones cada 21 días. Además, le vieron un problema en el corazón y le intervinieron, y también piedras en la vesícula, que se la tendrán que extraer.
Pero lo afronta rodeada de la que define como una «pecera maravillosa» que, formada por su familia, amigos y la Asociación Española Contra el Cáncer, ha estado siempre con ella.
Ahora continúa con el tratamiento y, aunque ha tenido cambios -«Me he vuelto muy insegura», dice-, afirma estar «bien». Y todo gracias a la detección precoz. «Los dos tumores me los detectaron en el cribado y los dos me los trataron rápido», subraya.
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