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EL ANÁLISIS DE LAURA CARNICERO

Un día en el Parlamento aragonés: de murmullos, insultos y pena

La ya dañada imagen de la política y de las instituciones públicas va camino de seguir empeorando si nadie se decide con arrojo a frenar la lluvia de murmullos, insultos y burlas que se cuelan en el día a día del Parlamento aragonés. El insulto de Vox se coló en el pleno de las Cortes y no tuvo repercusiones.

Cinco de los siete diputados de Vox en Aragón aplauden en el último pleno de las Cortes, este viernes.

Cinco de los siete diputados de Vox en Aragón aplauden en el último pleno de las Cortes, este viernes. / Jaime Galindo.

Laura Carnicero

Laura Carnicero

Zaragoza

Hubo un tiempo, no muy lejano, en el que la política formaba parte de uno de los principales problemas de los españoles, según el CIS. De aquel hastío generalizado, aderezado por una crisis económica rampante, tasas de paro insoportables y una corrupción con casos sangrantes a izquierda y derecha, se llenaron las plazas del país de indignados y se rompió el bipartidismo. Después nacieron Podemos y Ciudadanos, y Vox tomó aire años después, de la mano de esa ola ultraderechista que recorre el mundo y gobierna países a ambos lados del Atlántico. En la revuelta del 15M se gritaba que no había pan para tanto chorizo, se clamaba por una mayor democracia, por una participación real de la ciudadanía, por más transparencia... Y las demandas se convirtieron en mareas ciudadanas de todos los colores, una por cada uno de los derechos básicos sobre los que se sustenta el Estado del bienestar.

Pero aquellas proclamas pasaron de moda y hoy a la clase política parece que se le ha olvidado ese hastío generalizado, esa desafección ciudadana de la política, y algunos políticos se permiten intervenir en los plenos de las instituciones en las que representan a toda la ciudadanía en términos más propios de la barra de un bar. O ni eso. El decoro parlamentario parece cosa de otro tiempo y ya se cuelan hasta insultos en directo y sin que consten en acta ni conlleven ni una reprimenda.

Ocurrió este viernes. Aunque muchos parlamentarios confiesan que es "cada vez más habitual". El diputado de Izquierda Unida, Álvaro Sanz, abandonó el hemiciclo denunciando que había recibido insultos por parte del diputado de Vox, Fermín Civiac, con quien ya habían protagonizado un encontronazo dialéctico, sin insultos, el día anterior. Nada menos que «sectario de mierda», o «un sectario y un mierda», o, según el mismo autor, «que él (Sanz) es un sectario, y el comunismo, una mierda». Son las palabras que se pronunciaron en el hemiciclo aragonés y que no recogerá el acta de la sesión porque la presidenta de la Cámara, Marta Fernández, zanjó el debate señalando que solo respondía por lo que podía oír desde la mesa de Presidencia. Y cierto es que el insulto se profirió a micrófono cerrado, sin el turno de palabra dado, cuando ya había acabado el cruce dialéctico de turno.

En cualquier caso, alta política en la más alta institución de la política aragonesa.

Los murmullos, los gestos, los aspavientos, las interrupciones, forman parte del lenguaje parlamentario desde hace tiempo. Nadie ha inventado la pólvora en las Cortes de Aragón. Pero quizá hay líneas que convendría no cruzar. La del insulto, por ejemplo. La de los ataques personales. ¿Y qué dice el reglamento de las Cortes de Aragón sobre esto, si ocurre? Que los diputados están "obligados a observar la debida cortesía y a respetar las normas de orden y de disciplina" establecidas en el propio reglamento. Y que los oradores serán "llamados a la cuestión siempre que se aparten de ella" y, llamados al orden, cuando profieran "palabras o vertieran conceptos ofensivos para la Cámara o sus miembros, para las instituciones públicas o para cualquier otra persona o entidad".

Ni una cosa, ni la otra, hasta el momento. Pero varios diputados aragoneses confirman a este diario que los insultos y menciones personales son una constante desde algún grupo parlamentario. El portavoz de Chunta Aragonesista, José Luis Soro, se confesó en el último pleno: "Cada día me da más pena lo que ocurre en este Parlamento y siento más vergüenza de pertenecer a él". Otros se sumaron a su reflexión después. Ojalá vuelva el decoro, que aunque suenen tambores electorales, el noble y denostado ejercicio de la política debería ser el mejor espejo de una sociedad, no el lugar al que nadie quiere mirar.

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