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A fondo | Resiliencia, investigación y acompañamiento

Desde la vivencia personal se pueden ver las fortalezas y debilidades de una red que ayuda a mejorar la tasa de supervivencia

Cientos de personas forman en la plaza del Pilar un enorme lazo rosa, símbolo mundial del cáncer de mama.

Cientos de personas forman en la plaza del Pilar un enorme lazo rosa, símbolo mundial del cáncer de mama. / Javier Belver

Leticia Crespo

Exconcejala del Ayuntamiento de Zaragoza, profesora y escritora

Si alguien nos mostrase una tarjeta con una imagen para asociarla a un concepto, y esa imagen fuera un cactus, hay quien pensaría en un paisaje desértico del salvaje oeste, un lugar inhóspito, áspero, sin perdón… Pero si se trata de seleccionar de forma precisa una única palabra que simbolice su fortaleza y su capacidad de adaptación a entornos hostiles, probablemente elegiríamos la misma, resiliencia. Por eso, un cactus, acompañado de una línea de vida, es el tatuaje que luce en la parte interna de mi antebrazo derecho desde, exactamente, el mismo día en el que la cita matutina en la planta -1 iba a «marcarme» literalmente, con tres pequeños puntos no elegidos (cortesía de «la casa») que servirían de referencia para aplicar el haz de luz en las sesiones posteriores de radioterapia.

Ropa de cintura para arriba fuera, pañuelo o peluca fuera… Los mismos rostros en la sala de espera, esa mirada líquida inconfundible, bajo las cejas inexistentes, de quienes previamente reciben un tratamiento de quimioterapia y… el mismo ritual durante varios días, antes de cruzar ese umbral de plomo blindado, en viajes de ida y vuelta, y someterte al dictado de un programa informático que maneja esa máquina, cuyos movimientos memorizas ya en la tercera sesión. Creo que es uno de los momentos en los que experimentas la más absoluta sensación de soledad por unos minutos sobre una camilla, a pesar de la amabilidad de las palabras de los técnicos que te acompañan desde el otro lado, escuchadas a través de un altavoz. El otro momento de desamparo viene durante la oscuridad de la noche impregnada de un silencio que aterra. Pero esta, es tan solo una fase intermedia del proceso.

El antes –el diagnóstico– y el después –las secuelas– tampoco dan tregua. A pesar de las noticias a las que estamos asistiendo en las últimas semanas, que entristecen y avergüenzan, los programas de cribado, cuyo protocolo debería ser cumplido a rajatabla para evitar sorpresas que cuestan vidas, son una herramienta fundamental para la detección precoz del cáncer de mama, aunque necesariamente debería ampliarse el rango de edad. Quienes arrastramos miedos por haber vivido previamente la misma situación, pero en segunda persona, disciplinadamente hemos buscado amparo en consultas privadas en las que hacernos esa mamografía que por edad «aún no nos toca», y gracias a ello, dos años después poder contarlo. 

Entrar en la consulta confiando en que, igual que en los años anteriores, va a ser un mero trámite, un «momentín» en el que ni siquiera te da tiempo a apoyar las nalgas en el asiento porque todo está bien… Y claro, ese «siéntese, qué tal se encuentra» es como un puñetazo en la boca del estómago, preludio de la mala noticia, que te traslada varias vidas hacia atrás, donde eras tú quien, tras la frasecita, cogías la mano como acompañante.En esta ocasión, era otra mano la que apretaba la mía.

Vaya plato indigesto el de ese día. La única ventaja es que nadie te tiene que contar lo que viene después, intervención y tratamiento; el miedo que te atraviesa las entrañas no es a lo desconocido, sino precisamente a lo contrario. Un momento en el que paradójicamente las pérdidas en el camino por el mismo motivo, las ausencias, están más presentes que nunca. Y las preguntas, que ni siquiera tienen que ver contigo misma, son como ese juego de las ferias, en el que un mazo golpea cada vez que un muñeco asoma la cabeza. ¿Cómo se lo cuento a mi madre? ¿Y a mi hija? ¿Qué va a pasar con mi trabajo? Lo de la fortaleza, la lucha, la valentía, casi que lo dejamos para la literatura. En ese momento lo único en lo que puedes pensar es en que no te queda otra que tirar p´alante. De nuevo, resiliencia.

Sólo puedes confiar en los profesionales, a quienes no tendremos vida para agradecer lo que hacen y en la investigación, gracias a la cual, la tasa de supervivencia y los índices de curación no han hecho más que aumentar en los últimos treinta años, incluso en los casos con peor pronóstico, como es el cáncer de mama metastásico, se consigue cronificar la enfermedad. Pero seguir avanzando pasa por apostar de manera decidida por una financiación adecuada y eliminar las trabas burocráticas a las que se enfrentan tantos investigadores (en todos los ámbitos) para conformar un buen equipo o para sacar adelante un proyecto, y esto debería ser una prioridad para las administraciones públicas.

Y por supuesto, la red, esa red de acompañamiento.Siempre he pensado que todas las situaciones difíciles conllevan un aprendizaje. A veces el precio es muy alto, pero eso es algo que no se puede cambiar, nada más lejos de una subasta. Los primeros días, semanas, incluso puede resultar incómodo, llamadas, mensajes de ánimo que inundan la pantalla del teléfono… Pero ante procesos largos, sólo unos pocos configuran esa red estable. Suena fatal, pero descubres quién sí (muchas veces quienes menos esperas), quién no (también te sorprendes con algunas personas a las que elevaste a la categoría de incondicionales) y quién nunca (sin más). En mi caso, me siento afortunada, mi familia, la no elegida y también esa que eliges, la de los amigos y amigas de verdad, esos que el día con mala cara, saben decirte «vaya, hoy estás flojucha». Y por supuesto una mención muy especial para todas las personas humanas (y no es una obviedad), sí humanas, que trabajan y colaboran desde la Asociación Española contra el Cáncer, sin cuyo apoyo (tanto a pacientes como a familiares), sería todo mucho más difícil. Reconocer la necesidad de ayuda de profesionales no nos hace más débiles, y como decía un filósofo chino, un viaje de mil millas comienza con un paso.

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